No debe sorprendernos que la idea de desarrollar una unidad política comunitaria, local o relativamente pequeña, en la que sus miembros establezcan relaciones de solidaridad recíproca para favorecerse mutuamente, constituya una idea atractiva para teóricos políticos de diferentes corrientes. Anarco-comunistas, algunos liberales y libertarios, conservadores y nuevos izquierdistas, encuentran atractivas las sociedades o asociaciones de apoyo mutuo, presentándolas como soluciones a los problemas que denuncian desde su corriente política.
Para Peter Kropotkin, reconocido anarcocomunista, el apoyo mutuo es una capacidad innata del ser humano y de otros animales, que se constituye como hábito o institución si las ideas o las condiciones políticas vigentes lo permiten. En su obra El apoyo mutuo, Kropotkin (2012) encarna el espíritu anarquista en toda regla: apoya la descentralización, critica al Estado tanto por robar como por acabar con los lazos espontáneos de cooperación existentes en la sociedad, rechaza la tesis de Hobbes sobre el estado natural del hombre, y rechaza los privilegios políticos o estatales en la producción y el comercio.
Sin embargo, no elabora con el mínimo detalle necesario los principios económicos que defiende. Kropotkin (2012) parece respetar la propiedad privada, pero sugiere continuamente que los que tienen más están obligados a dar a los que tienen menos (sin exigir nada a cambio). Valora positivamente el reparto de lo producido y tiene una relación ambivalente con el comercio y el arbitraje. Pero ve el comercio entre miembros de una misma comunidad como algo negativo, y positivo el reparto equitativo interno y el comercio con otras comunidades.
El trabajo de Kropotkin (2012) es una recopilación de ejemplos de hábitos solidarios y caritativos entre animales y entre personas, pero no aborda una cuestión crucial, uno de los endebles pilares del anarcocomunismo, concretamente: ¿cómo se evita el free-riding entre los miembros? O pensado de otra manera, ¿cómo se mantienen los incentivos al trabajo? El problema de enfatizar la idea de la ayuda mutua como contrapeso a la idea de la lucha por la supervivencia del más fuerte, como lo hace Kropotkin, es que implica negar un aspecto humano para exaltar el contrario.
Por ejemplo, ofrecer siempre un plato de comida a un viajero o a un vecino necesitado es una costumbre loable, pero sin mecanismos informales para regular el comportamiento del necesitado, este podría convertirse en un parásito de los demás. Perdería todo incentivo para cooperar, ya que viviría de la ayuda de los demás. Kropotkin aboga por la cooperación y la asistencia social, pero las teorías e instituciones económicas socialistas socavan el desarrollo y el mantenimiento de ambas virtudes.
Por otro lado, varios conservadores como Robert Nisbet, de acuerdo con algunas de las ideas de Kroptkin, consideran que los lazos comunitarios se han debilitado con la expansión del Estado, especialmente ese Estado moderno, homogeneizador y racional, que tiene su origen en la Revolución Francesa:
La legislación revolucionaria debilitó o destruyó muchas de las asociaciones tradicionales del antiguo régimen: los gremios, la familia patriarcal, la clase, la asociación religiosa y la antigua comuna. Al hacerlo, los conservadores argumentaron con contundencia que la Revolución había abierto las puertas a fuerzas que, si no se controlaban, con el tiempo desorganizarían todo el orden moral de la Europa cristiana y conducirían al control de las masas y a un poder despótico sin precedentes. (p. 53)
Para Nisbet (2010), las instituciones intermedias como la iglesia, la familia y las asociaciones que hacen presencia entre el individuo y el Estado no sólo sostienen el bagaje cultural y tradicional del ser humano, ya que combaten la idea de unidad cultural y nacional coordinada por el Estado, sino que nos proporcionan un sistema inmunológico social e individual contra el totalitarismo, la alienación[1] y la adulación al Estado.
Para Robert Nisbet, el triunfo del marxismo, las nociones de Estado de Hobbes, el jacobinismo disperso en los socialismos actuales y la visión rousseauniana del Estado como emancipador del hombre (de la sociedad y de las tradiciones) son atribuibles al deterioro de la fibra social que se había construido espontáneamente a lo largo de la historia y que constituye una necesidad humana. Y que en su carencia (individuo atomizado o alienado) permite la aparición de órdenes políticos totalitarios:
Hay dos elementos centrales del totalitarismo: el primero es la existencia de las masas; el segundo es la ideología, en su forma más extrema, de la comunidad política (…) Cuando las masas, en número considerable, ya existen, como consecuencia de las fuerzas históricas, la mitad del trabajo del líder totalitario se ha hecho por él. ¿Qué queda sino completar, donde sea necesario, el trabajo de la historia, y triturar en partículas atómicas todas las evidencias restantes de asociación y autoridad social? ¿Qué queda, entonces, sino rescatar a las masas de su soledad, de su desesperanza y de su desesperación, conduciéndolas a la tierra prometida del Estado absoluto y redentor? El proceso no es demasiado difícil, ni siquiera demasiado violento, siempre que las masas ya hayan sido creadas en un tamaño significativo por procesos que han destruido o disminuido las relaciones sociales y los valores culturales por los que los seres humanos viven normalmente y en los que obtienen no sólo su sentido del orden sino su deseo de libertad. (p. 219)
Es importante destacar que no es en absoluto incompatible con la tradición libertaria abordar el problema como lo ha hecho Nisbet, entendiendo que el verdadero conflicto no es entre el individuo y el Estado sino entre el Estado y los grupos sociales (p. 133). El Estado regula la libre asociación porque es una de las cuestiones centrales que muestra quién manda: el individuo o el Estado (Rockwell, 2014). El derecho a asociarse y a no asociarse (el mismo y único derecho) se niega continuamente y cada vez más en favor de la tolerancia, la inclusión, la igualdad, la justicia y el orden. Sin embargo, las consecuencias de limitar la libre asociación (y la desasociación) son necesariamente la aparición de mayores conflictos entre los individuos obligados a relacionarse cuando no lo desean y no lo encuentran beneficioso, fomentando que busquen la ayuda del Estado para protegerlos de los demás, precisamente de aquellos a quienes se les prohíbe excluir.
Paralelamente, el «Estado del Bienestar» ha crecido para sustituir las funciones de dichas instituciones intermedias, por lo que sin su recuperación no podremos derribarlo social, política y económicamente. En este sentido, los argumentos económicos a favor de la creación de sociedades o asociaciones de ayuda mutua que sustituyan los servicios sanitarios, educativos o de pensiones actualmente monopolizados por el »Estado del Bienestar» podrían considerarse los menos relevantes debido a que el mercado encontraría fácilmente la forma de prestar dichos servicios de manera privada y relativamente accesible.
Los argumentos que debemos dar más importancia son las consecuencias políticas y sociales de la ausencia de asociaciones e instituciones intermedias, sobre todo si lo vinculamos con el hecho de que la riqueza material alcanzada en el último siglo no está teniendo el impacto psicológico que intuitivamente le hubiéramos atribuido. A pesar de tener mayor riqueza y control sobre el entorno, el mundo es percibido por muchos como más hostil, desigual, intolerante que en el pasado (Rosling, 2019) y la prevalencia de la depresión y ansiedad es mayor en comparación al siglo pasado (Hidaka, 2012)[2]. Sobre esta idea y su relación con la vulnerabilidad moral, social y política, Nisbet nos invita a reflexionar acerca de lo siguiente:
El mayor atractivo del partido totalitario, marxista o de otro tipo, reside en su capacidad de proporcionar un sentido de coherencia moral y de pertenencia comunitaria a quienes se han convertido, en un grado u otro, en víctimas del sentimiento de exclusión de los canales ordinarios de pertenencia de la sociedad. Considerar los datos de pobreza y de penuria económica como causas del crecimiento del comunismo es engañoso. Estos hechos pueden estar implicados, pero sólo cuando se sitúan en un contexto social y moral de inseguridad y alienación. Decir que el trabajador bien alimentado nunca sucumbirá a la atracción del comunismo es tan absurdo como decir que el intelectual bien alimentado nunca sucumbirá. La presencia o ausencia de tres comidas al día, o incluso la simple posesión de un empleo, no es el factor decisivo. Lo decisivo es el marco de referencia. Si, por una u otra razón, la sociedad inmediata del individuo llega a parecerle lejana, sin rumbo y hostil, si un pueblo llega a sentir que, en conjunto, es víctima de la discriminación y la exclusión, ni toda la comida ni todos los empleos del mundo le impedirán buscar el tipo de alivio que supone la pertenencia a un orden social y moral aparentemente dirigido a sus propia almas. (p. 64)
Las asociaciones de apoyo mutuo, las buenas costumbres, las tradiciones y el sentido de pertenencia a una comunidad también ejercen funciones económicas, sólo que pueden ser algo más difíciles de apreciar, como reducir los costes de transacción y seguridad, facilitar la gestión de la propiedad común, las negociaciones y la integración en el mercado de los inmigrantes u otro tipo de nuevos actores. Pero fundamentalmente complementan al mercado, por ejemplo, ahorrar para una pensión o hacer frente a una adicción no se reduce a soluciones de mercado como los fondos de pensiones o los centros de rehabilitación, ya que son comportamientos que requieren o se benefician de altos niveles de apoyo social e incluso de una sana, o al menos bien intencionada, presión social (como la que se evidencia entre los miembros de Alcohólicos Anónimos) por parte de un grupo sobre el individuo que realmente quiere ahorrar o dejar una droga, pero carece de la fuerza necesaria.
Del mismo modo, hay otros servicios que difícilmente pueden prestarse de forma catalítica, por ejemplo, el cuidado de los hijos en caso de fallecimiento, algo que, aunque parezca evidentemente una función de la familia, ésta puede estar debilitada o desintegrada hasta el punto de no poder atender siquiera esa función. Y como esas otras muchas funciones que, en la medida en que la familia y las asociaciones no están para resolver, los individuos no verán caminos alternativos al Estado que interviene y participa en nuestra vida privada, ni perderán la costumbre de adularlo, admirarlo y percibirlo como un salvador, porque eso es lo que finalmente será para quienes se sientan aislados de esta manera.
En conclusión, no está mal contagiarse del espíritu de apoyo mutuo que promueven los anarcocomunistas siempre que los combinemos con principios económicos que permitan una adecuada coordinación y entendamos las importantes limitaciones que enfrenta la cooperación social exclusivamente solidaria, altruista o sin precios. Asimismo, debemos tomarle la palabra al conservadurismo, entendiendo que su objetivo es evitar la formación de individuos aislados y desprovistos de valores y redes de apoyo que hagan menos tentador la idea de un Estado organizador y regulador de masas indiferenciadas.
Y, por último, las sociedades de apoyo mutuo formalizadas a través de contratos o articuladas informalmente, si son libres y voluntarias, estarán sujetas a los principios del mercado y podrán atender espontánea y empresarialmente algunos aspectos complicados de la asistencia social, la provisión de salud, seguridad y cualquier tipo de servicio complejo que pueda beneficiarse de la solidaridad y la codependencia entre sus miembros.