La esencia de la humanidad es la vivencia en paz. Sin embargo, desde los albores de su existencia han habido conflictos bélicos, uno por codicias y otros por mantener la paz. Hasta en este siglo XXI continuamos con esos dilemas en el mundo, el yunque de la guerra está vigente. De seguir esos barbaros y arrogantes caminos, en el futuro habrá que luchar en el espacio sideral para asegurar la libertad y la paz.
Muchas veces recuerdo al poeta en aquella situación difícil reproducida nuevamente en Cuba castrocomunista, que impuso un estado de guerra no declarado contra el pueblo cubano, y nos dice en una estrofa de su poema: “La calma, como a ti me sofocaba, pavores el silencio me infundía, y ver pasar un día y otro día siempre la esencia misma me cansaba: sentí la vida andar despacio, y buscar a mis alas quise espacio”.
Aquellas hermosas palabras de libertad son del hombre sublime y honesto Carlo Manuel de Céspedes Castillo, quien junto a un grupo de patriota decidieron dejar todas sus buenas y cómodas posiciones para dar un futuro mejor a sus compatriotas en su propio país.
Ellos tenían mucho que decir, se reunieron y dieron el grito de independencia y libertad en la Finca La Demajagua, el Grito de Yara, el 10 de octubre de 1868, con el objetivo de independizar a Cuba y hacerla un Estado soberano y, desde ese mismo momento, todos sus habitantes se convirtieron en ciudadanos cubanos, que aborrecieron la esclavitud de los hombres y exaltaron la igualdad de todos los seres humanos en la República de Cuba (1868-1878).
La República de Cuba se fundó en los campos de batallas, en ruinas y muertes para vivificación de la patria. Gesta heroica que duró una década, diez años de conflicto bélico comparables a las grandes epopeyas de la humanidad por la libertad, que nos evoca como una realidad fiel a los heroicos ciudadanos y soldados por la libertad de Troya: Héctor, Paris, Memnón, Eneas.