Que con la victoria de Lula en Brasil, América se ha teñido de rojo desastre es apenas constatar la triste evidencia de que una mayoría raspada de iberoamericanos, o bien manifiesta graves fallos de memoria a corto plazo, como si fuera un pez cirujano de la factoría de animación Pixar, o bien ha decidido que entre el caos y la cobardía, prefiere el caos. Ojalá fuera lo primero, que también, pero no.
La cobardía, por supuesto, es la de la mayoría de gobiernos de la supuesta derecha que precedieron al regreso del socialismo y que demostraron una estulticia sólo a la altura de sus complejos. Salvamos en esta relación implícita a Jair Bolsonaro, que ha demostrado durante su mandato sus profundas convicciones anticomunistas y un coraje que deberemos siempre agradecer.
La prueba más sólida de que la derecha se ha aconchado como un toro que se recuesta contra las tablas en vez de demostrar bravura, la encontramos en el perfil de todos y cada uno de los líderes del socialcomunismo que desgobiernan la región. A vuelapluma, un activista universitario ideólogo de género que despliega como mérito algún encuentro homosexual en su juventud, preside Chile. Nada menos que Chile. Un sindicalista cocalero y trompetista aficionado, además de menorero, es el presidente en las sombras, con testaferro, de Bolivia. Un sindicalista dizque maestro rural, con una expresión oral sonrojante y que apenas parece conocer las cuatro reglas, es el presidente de Perú. La muy bolivariana y fallida Venezuela, ese paraíso fregado, está presidida por un chófer de autobús que a duras penas terminó la secundaria. No como la presidente de Honduras, que por lo menos es bachiller y sólo eso. Un terrorista sandinista sin formación tiraniza Nicaragua mientras otro terrorista marxista, este muy formado, tanto que fue asesor del desastre económico del chavismo venezolano, es el jefe de Estado en Colombia; la joya, hoy ya alhaja, de la Corona. No podemos olvidarnos de la mujer que manda en Argentina (mediante Fernández interpuesto), que es procuradora, sí, pero cuyo mayor mérito es el tener un máster en corrupción por la universidad de la vida en Río Gallegos.
Hoy, 13 de 17 naciones iberoamericanas (14 de 18 si contamos a España y su presidente doctor (?) en Económicas), las más importantes, se han abandonado al socialcomunismo. La mayoría con líderes con las lecturas justas para entender las instrucciones de preparación de los cereales mañaneros y que a buen seguro creen que Norberto Bobbio es un cantante italiano romántico de los 60.
Esto es contra lo que la derecha en general, insistimos, excluyendo a Bolsonaro, ha claudicado. Y aunque la experiencia y el sentido común nos dictan que un bachiller con principios sólidos es preferible a un registrador de la propiedad acomplejado, el futuro de esa derecha, si es que quiere reconquistar algún día el poder para la causa de la libertad en la Iberosfera, necesitará una combinación de excelencia en la formación y valores incorruptibles, dispuesta a hacer lo necesario, sin aconcharse, para defender a sus naciones y llevar al pueblo, no a las oligarquías caviares, por el camino de la prosperidad material y moral.
La derecha (etiqueta en desuso, pero todavía aceptada) iberoamericana, necesita una nueva hornada de hombres y mujeres jóvenes que jamás den la espalda al rigor histórico para dar la batalla cultural y política sin cuartel al socialismo destructor. Para ello, lo primero será que estudien, interioricen y rechacen la pasividad cobarde de sus mayores. Ese será el gran salto para que jamás una colección de naderías corruptas socialistas, como la que hoy desgobierna la Iberosfera, vuelva a hacerse con el poder.