El pasado 6 de noviembre Nicaragua celebró elecciones (asignaciones) municipales, las primeras de este tipo tras la rebelión de abril de 2018, cuando 350 personas fueron asesinadas, según estimaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
En los comicios del fin de semana la dictadura se otorgó el 100 % de las alcaldías, 153 municipalidades en total. Fue una victoria opaca y con sabor amargo, solo un 17,3 % de la población apta para votar participó de la farsa electoral, el resto se quedó en casa. Dicho esto, me gustaría compartir lo que a mi parecer fueron las tres derrotas de la dictadura.
La derrota interna
Las Unidades de Victorias Electorales (UVE), es decir, el cuerpo organizativo que movilizaría el voto y a los votantes fracaso. La mística organizativa del FSLN no dio la talla en su tarea de convocar a los 3,7 millones de nicaragüenses previstos a ejercer el derecho al sufragio. Durante el último año Ortega y también Murillo, habían coordinado, por teléfono por supuesto, toda una estrategia política y logística para obtener una votación masiva, nunca antes vista en la historia de Nicaragua. La estrategia fracasó. De acuerdo con el Observatorio Urnas Abiertas, por primera vez se registra un abstencionismo brutal, superior a 82,6 %. Las UVE no pudieron movilizar el voto sandinista y mucho menos el voto de los trabajadores del Estado. Los funcionarios civiles y militares, grandes y pequeños, tenían que mandar una selfie con el dedo manchado y si fuera posible también la boleta marcada en la casilla dos.
La derrota internacional
Si bien es cierto, inicialmente Ortega quiso guardar las apariencias dando espacio a cinco partidos colaboracionistas e invitando a tres instituciones del Estado a observar el proceso de votación, su puesta en escena no convenció. Las actuaciones fueron pésimas, no se aprendieron el libreto y la mayoría de estos actores de reparto no se presentaron el día del show. Ojo incluso Nicolás Maduro en Venezuela invitó al Centro Carter y a la Unión Europea en uno de sus últimos simulacros electorales, pero en Nicaragua Ortega no pudo. El temor y la avaricia lo quebraron, no quiso correr el riesgo y optó por asignarse todas las alcaldías, montando unas elecciones «a la cubana»: sin competencia, sin observación y sin credibilidad.
La derrota moral
Mientras los nicaragüenses y el mundo ven a los 220 presos políticos como la reserva moral de una nación en decadencia, Daniel Ortega en estos comicios simulados lució débil, desesperado y desacreditado. El comandante, que antes recorría todo el país y hacía campaña electoral, hoy se limita a dormir la siesta y dejar que su mujer gobierne por teléfono. La tarde del domingo fue vergonzoso ver a los miembros de las Unidades de Victorias Electorales rogando, obligando y extorsionando a los nicaragüenses a participar en aquel carnaval político. Los correos electrónicos, las redes sociales e incluso las armas no lograron sacar a la gente de sus hogares. Quédate en casa fue la consigna.
El pueblo se expresó
Aunque no siempre suelo estar de acuerdo con las letanías de Murillo, tengo que reconocer que esta vez dio en clavo: «el pueblo se expresó». Ese glorioso 82,6 % que decidió quedarse en casa, con su silencio habló muy alto. Murillo emitió un mensaje telefónico: “Vivimos un día, ayer, ejemplar, maravilloso, formidable… Un día en el que confirmamos nuestra vocación de paz. Un día de concordia, un día de alegría, de tranquilidad. Un día en que las familias se manifestaron, se expresaron y sobre todo eligieron”, eligieron quedarse en casa y darle un mensaje al régimen: ¡Aquí ya no los queremos y de que se van… se van!