Vivir en un país socialista -o en uno que se pretende democrático pero ha instalado el socialismo blando, esa versión que justo aparenta guardar las formas, respetar las leyes, pero que en realidad es uno de los rostros del marxismo posmoderno-, es una experiencia de parálisis, de cansancio, de erosión de la esperanza, de deshidratación total de la vitalidad. Todo como una forma de control del Estado socialista, al que le conviene asfixiar al ciudadano.
¿Cómo es operado todo este mecanismo? Es decir, no sólo es el permanente hostigamiento oficialista a los disidentes, la persecución, el hambre, la miseria, la carestía, la falta de oportunidades, sino el aparato burocrático como control inmovilizante, como estorbo permanente, como tapón eterno, para todo.
Los trámites para cualquier objetivo, como conseguir un acta de nacimiento, casarse, divorciarse, un acta de defunción, afiliarse al sistema de salud pública, las pensiones por vejez, ingresar en una escuela, conseguir una beca o “apoyo social”, una licencia de manejo o un pasaporte, regularizar un terreno, dejar un testamento, defender a un preso inocente, pero sobre todo abrir un negocio, son siempre, de forma obligada, lentos, tortuosos, complicados, equívocos, desesperantes.
¿Por qué se da este fenómeno? Porque una de las principales formas de sobrevivir, de contar con un trabajo seguro en un régimen de izquierdas, es justamente laborar en el gobierno, en alguna de sus muchas dependencias, ya que el Estado es gordo, es grande, aparatoso… y no va a desaparecer de un día a otro, como tantas empresas.
Eso es una de las características esenciales del socialismo, su enorme centralización genera que millones de personas cobren directo del Estado, en alguna de sus muchas dependencias, organismos, institutos.
La nómina gubernamental para la educación pública, como la de seguridad médica, es gigante en todos los casos. Ahí decenas de millones encuentran trabajo.
El problema es que todas estas personas, y esto es notorio sobre todo cuando están en atención al público, cuando trabajan en la ventanilla de trámites, cobran, hagan o no hagan las cosas, resuelvan o no resuelvan lo que el ciudadano requiere.
Los gobiernos de izquierda en mucho se apoyan en los sindicatos para allegar al poder, al del socialismo blando, aquel que llega por la vía de las urnas, del voto (no de las armas, como plantea el socialismo clásico) pero luego para eternizarse, opera reformas tramposas, o viola la Constitución.
Así que ya en el poder, el gobierno socialista ve con buenos ojos a los sindicatos que le brindaron respaldo, y nunca los ataca porque constituyen su base estructural.
El trabajador de cualquier instancia del gobierno en su inmensa mayoría está sindicalizado, por lo que sabe que no lo pueden despedir. Por eso jamás tiene prisa, no tiene una cultura de servicio, ni es competitivo, porque no trabaja en una empresa que necesite destacar en el mercado para sobrevivir.
Así las cosas, quien sufre las consecuencias de esta mecánica de “trabajo” socialista es el ciudadano común y corriente.
Es clásico que los burócratas (los “Godínez” socialistas) son desidiosos, procrastinadores, están comiendo a la hora de atender a la gente, no están en su lugar, llegan tarde, se van temprano, faltan a laborar con cualquier pretexto, ocupan horas para celebrar su propio cumpleaños o el de sus compañeros en horario laboral, son llamados por el sindicato a cumplir misiones ajenas a su ocupación, traspapelan los documentos, son flojos, contestan de mala gana y con malas caras, y un infinito etcétera, que convierte la vida del ciudadano en un infierno. Eso es el infierno de la burocracia socialista.
Y por supuesto, toda esta ineficiencia, esta falta de competitividad, no tiene estímulo alguno para resolverse, ya que al gobierno sólo le interesa que los sindicatos estén contentos para que lo sigan apoyando electoral y políticamente, votando de forma colectiva, como “acarreados” gremiales.
Sin embargo, es aquí donde aparece la corrupción en escena, a la que muchos ciudadanos se ven obligados a recurrir, si acaso desean que sus trámites avancen. Tienen que dar dinero “por abajo del agua” al funcionario que le entorpece concretar su necesidad.
Surgen de esto los “coyotes”, que no son sino intermediarios entre los ciudadanos necesitados y urgidos de soluciones, y los burócratas corruptos que sólo agilizan las cosas cuando tienen un billete en la mano.
En Cuba está la vertiente del “sociolismo”, es decir, que cualquiera es tu “socio”, si te colabora para lograr algo, por ejemplo, quien se roba costales de harina o de granos en un muelle de la Habana Vieja, y los vende en el mercado negro a su “socio”, que a su vez los revende en otros puntos de la ciudad. Tener amigos en el gobierno que son útiles para cualquier cosa, es parte del «sociolismo».
Burocracia y corrupción van así de la mano en los gobiernos de izquierda, mientras los altos mandos se hacen tontos, como que no ven nada, para no causar problemas y afectar las estructuras sobre las cuales descansa su estabilidad y su poder.
La psicología del nudo consiste en enredar las cosas adrede desde tu puesto en el gobierno, en complicarlas, para hacer sufrir al ciudadano, por resentimiento social, ese motor tan propio del socialismo.
Y luego, cuando pidan clemencia y ayuda, poder sacarles jugo al deshacer el nudo que el mismo burócrata causó, y así aprovechar todos los problemas que enfrenta un ciudadano al hacer un trámite ante el gobierno, para obtener dinero.
Pero hay muchos ciudadanos que no caen en la corrupción, ya sea porque son éticamente correctos, o porque no tienen dinero.
Y así las cosas, sus problemas nunca encuentran solución en un sistema socialista, cuyo fin último no es servir al ciudadano, sino permanecer en el poder para siempre, aún a costa de la economía y de la libertad.
La psicología del nudo es la perversidad de un Fidel Castro sentado con su puro en el infierno, riendo al fumarse los sueños de los ciudadanos por ser libres, por vivir en un país donde las cosas sí funcionen, donde todos avancen, y no sólo la dictadura de ningún proletariado, sino de un multimillonario disfrazado de revolucionario con uniforme militar.
La psicología del nudo es la de un Hugo Chávez quien sabía que en una sociedad en quiebra, todos los que se queden en el país deberán querer estar bien con el gobierno, y más les vale que así sea, si no desean ir a parar a la cárcel, a la tumba, o que sus propiedades les sean expropiadas. Crean el nudo y se venden a sí mismos como la solución.
Tal es el socialismo y su burocracia. Crean pobres y ofrecen “libreta de racionamiento” de alimentos, que nunca da nada. Crean una dictadura roja mucho peor que la dictadura capitalista que desplazaron. Crean empleados que son zombies funcionales al gobierno y su perpetuidad. Crean la muerte social.