Es conocida la peripecia que sufrió Ulises con aquellas malévolas sirenas que, mediante su bello canto, atraían a los marineros hacia la perdición. Sabedor por Circe del terrible encantamiento, nuestro héroe ordenó a su tripulación taparse con cera los oídos, haciéndose atar al palo mayor él mismo para no sucumbir ante el poderoso ensalmo. Las sirenas, engañadas por el nauta, tuvieron que pagar su tributo: cuando un hombre las escuchaba sin caer en su perfidia, una de ellas debía morir. En siniestro y fúnebre cónclave, sus hermanas eligieron a Parténope, que murió tras arrojarse al mar. Bien cierto es que, tras su muerte, encontraron el cuerpo de la sirena y fue enterrada e incluso se erigió un templo en su honor y una ciudad con su nombre que, según rezan los viejos libros, siglos después acabaría por convertirse en la moderna Nápoles.
¿Serán Irene Montero o Ione Belarra las nuevas parténopes del comunismo? ¿Lo será la médica y madre? ¿Lo será Rita Maestre?
Que los cantos de sirena del complejísimo entramado mediático-social que despliega la ideología socialcomunista son enormes no tiene discusión posible, así como tampoco el tremendo efecto que producen en muchísimas personas que tan solo desean de los políticos escuchar aquello que más les gusta. Ese mensaje es, por descontado, mendaz e inmoral, estando tan solo destinado a que quienes se lo crean acaben arrastrados a ese océano abismal en el que las bellas promesas y las esperanzas más pintadas de colores acaban por trocarse en el oscuro reino de la dictadura. Pero quienes proceden de esta manera, dorando la píldora de manera desvergonzada a las masas, también poseen reglas igual que las tenían las sirenas, y acostumbran a ofrecer una víctima, un cordero propiciatorio, cuando no alcanzan su objetivo. A veces, incluso sin que medie ningún fracaso. Hay excepciones como las purgas estalinistas, que obedecían más al deseo de Stalin de quedarse sin rivales que a un fracaso, dijéramos, “real”, aunque no sea poco fracaso hundir a un país como Rusia en la miseria y la dictadura del crimen. Pero yo me refiero a las purgas políticas incruentas, a esas que consisten en apartar de un papirotazo a quien no supo cumplir con la obligación de arrastrar con sus cantos ideológicos a los votantes.
¿A quién culpará el sanedrín rojo cuando en las próximas municipales se estrellen contra el muro de la realidad?
Y uno se pregunta, dejando a un lado a Yolanda Díaz, que ha decidido hacer rancho aparte respecto a Podemos y a su líder Iglesias, ¿serán Irene Montero o Ione Belarra las nuevas parténopes del comunismo? ¿Lo será la médica y madre? ¿Lo será Rita Maestre? ¿A quién culpará el sanedrín rojo cuando en las próximas municipales se estrellen contra el muro de la realidad? ¿Qué harán al comprobar que en las autonómicas quedan relegados a la pura irrelevancia?
Dispensen, voy más lejos, ¿alguien cree que si el comunismo quedase fuera del gobierno no veríamos aumentar numerosos actos movidos por alguna campaña antifascista, antixenofobia o por la emergencia climática? Porque esa es la diferencia entre las sirenas convencionales y las sirenas rojas. Las segundas no se contentan jamás con una sola víctima.