Ahora que se cumple un siglo de la fundación del Partido Comunista de España (PCE), la forma adecuada de recordarlo sería una jornada nacional de luto por todas sus víctimas. Las banderas deberían ondear a media asta en recuerdo de tantos que murieron a manos de los comunistas en España, en Europa y en el resto del mundo. Debería ampliarse el horario de los cementerios para que los familiares pudiesen ir a rezar ante las tumbas de las víctimas de la persecución religiosa en España durante la II República y la Guerra Civil. Habría que aprovechar la ocasión, por cierto, para hacer memoria de los militantes traicionados por su propio partido. Tal vez podrían emitirse documentales que contasen la verdad sobre quién entregó a Heriberto Quiñones, comunista, agente de la Komintern, detenido, torturado y fusilado en 1942. El comunismo es una ideología teñida de todas las sangres; incluso la de sus propios militantes, pero a Correos le ha parecido que todo esto merecía otro recuerdo: un timbre de 28,8 x 40,9 mm en papel estucado, engomado y fosforescente.
No se debe minusvalorar el poder de un sello. Desde la emisión del primero en 1840, esta pequeña pieza de papel adhesivo ha sido símbolo de soberanía, depósito de la memoria y prenda de los valores con los que una sociedad se identificaba. Los coleccionistas de sellos sabemos que, gracias a ellos, los países han elaborado catálogos de héroes, repertorios de episodios memorables y cartografías de sus territorios. Mis primeras palabras en húngaro y en checo las aprendí gracias a los sellos. Tengo ante mí, por ejemplo, timbres conmemorativos del 60º aniversario del Partido Comunista de Hungría y del trigésimo aniversario de la “liberación de Checoslovaquia por el ejército soviético” (1945-1975). Al verlos, uno no imaginaría el régimen de explotación y opresión que los comunistas impusieron en Hungría —y que condujo a la Revolución de 1956— ni la represión que siguió a la invasión soviética. La brutalidad con que se asfixió la Primavera de Praga (1968) está ausente de los rostros de esas mujeres que bailan con los soldados del Ejército Rojo. Este sello de 1983 que celebra al general Zygmunt Berling (1896-1980) se emitió sólo un año antes del asesinato del sacerdote Jerzy Popiełuszko (1947-1984). No en vano, el I Congreso Internacional de Filatelia, celebrado en Barcelona en 1960, solicitó que la filatelia fuese reconocida como una rama auxiliar de la historia. Los sellos nos dicen mucho sobre lo que una sociedad recuerda, pero también sobre lo que olvida.
El problema de fondo es el olvido que se pretende imponer sobre los crímenes cometidos por comunistas en toda Europa
En España, la historia del PCE es parte integral del intento de reescribir nuestro pasado y emplearlo para dinamitar la convivencia. Viendo este sello colorido y alegre, que añade el verde a los colores de la bandera de la República, uno creería que este partido encabezó la lucha por las libertades en España. Jamás pensaría en los fusilamientos, los “paseos” ni las checas. No se le vendría a la cabeza la terrible historia del siniestro Servicio de Información Militar (SIM), que mató a tantos durante la Guerra Civil, ni la entrega de España a los intereses de la URSS. Tampoco pensaría en los agentes de la Komintern desplegados en España. Recuerdo, por ejemplo, a Erno Gerö (1898-1980), responsable en Cataluña del NKVD soviético (acrónimo de Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), que continuó su sangrienta tarea años después en la Hungría de Mátyás Rákosi. Al ver estos colorines, a uno se le pasarían por alto los asesinatos que los militantes del PCE y sus aliados cometieron en nombre de una ideología perversa.
El comunismo y el nacionalsocialismo comparten un fondo totalitario. La proclamación del 23 de agosto como Día Europeo de la Conmemoración de las Víctimas del Nazismo y el Estalinismo fue un acto de justicia y de responsabilidad que este sello traiciona. El comunismo y los partidos comunistas escribieron algunas de las páginas más oscuras de la historia de Europa. Desde las persecuciones contra la Iglesia católica hasta el asesinato de sus propios disidentes, no hay crimen que no hayan cometido en nombre de una pretendida liberación del “género humano” jalonada de cadáveres.
El sello que Correos pretende emitir por el centenario del partido de Santiago Carrillo y La Pasionaria sería un ejemplo más de la confusión moral de nuestro tiempo, pero en realidad es una señal elocuente de quién manda en España. La alianza entre el comunismo y las élites de la globalización tiene como objetivo común la destrucción de los Estados nacionales y la fractura de los pueblos. Los colores de la hoz y el martillo son inequívocos. Hay una continuidad entre el proyecto totalitario de 1921 y la Agenda 2030 de nuestro tiempo.
En España, su nombre y sus siglas simbolizaron para millones de personas la cárcel, la tortura y la muerte, la difamación, la mentira y el odio
Un juzgado de lo contencioso-administrativo de Madrid ha paralizado cautelarmente la venta del sello. Esto podría producir el espejismo de que estamos ante un problema de leyes, pero es algo más complejo. Es cultural. Sin duda, hay una dimensión jurídica: parece que el PCE no tiene nada de que avergonzarse cuando se habla de las leyes de “memoria histórica” y de “memoria democrática”. Sin embargo, el problema de fondo es el olvido que se pretende imponer sobre los crímenes cometidos por comunistas en toda Europa y, más directamente, en España. Por eso, las plazas, las cruces y los memoriales les resultan no sólo incómodos sino peligrosos. De ahí viene el afán de trivializar las quemas de iglesias (“la mejor iglesia es la que arde”) y de amenazar con la violencia del pasado (“a por ellos como en Paracuellos”). De esa búsqueda de impunidad y legitimidad mana el odio hacia una España que los rechazó —expulsaron a Jorge Semprún cuando advirtió que aquí no habría revolución alguna— y los había sumido en la irrelevancia hasta que vinieron a rescatarlos de fuera.
A veces, cuando repaso lo que hizo el Partido Comunista en España, recuerdo el libro de Juan Bautista ‘Tata’ Yofre “Fue Cuba” (Sudamericana, 2014). A ambos lados del Atlántico, los partidos comunistas se conjuraron para destruir a las naciones. En España, su nombre y sus siglas simbolizaron para millones de personas la cárcel, la tortura y la muerte, la difamación, la mentira y el odio. Los muertos en las cunetas y en las fosas comunes, las checas de las ciudades y las iglesias en llamas… Todo esto arroja unas sombras terribles sobre esta hoz y este martillo de colores.
He aquí la terrible memoria que pretende blanquear este pequeño sello de colores.