La “oposición” partidista en México, supuestamente mayoritariamente de derecha, pero que de facto es centroprogresista, en mucho se parece al movimiento de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el presidente de México, que también promueve una agenda abortista y de supremacismos feminista, LGBT, e indigenista.
Por eso México está totalmente estancado en articular una respuesta, una opción verdadera al socialismo blando del líder de facto del nuevo latinoamericanismo rojo, a AMLO, quien este domingo 27 de noviembre, organizó desde el poder, una marcha de acaso un millón de personas, con gente «acarreada», llevada bajo coacción, trabajadores de gobiernos de Morena (el partido de AMLO afiliado el Foro de Sao Paulo), o pagados por líderes cercanos al poder.
Gabriel Boric visitó México hace unos días. Llegó el miércoles 23 de noviembre. También fue Gustavo Petro. Llegó el viernes 25. ¿Qué podía salir mal? Se reunieron así, contando la de AMLO, tres de las cabeza más rojas y activas del continente. ¿El resultado de fondo? Se está configurando una nueva línea de socialismo blando, la que hemos llamado, desde aquel discurso septembrino de Petro en la ONU, el «narcosocialismo ecologista».
Partimos de que los tres zurdos coinciden en que la «guerra contra las drogas ha fracasado». El trío es laxo también en el combate a los criminales. ¿Por qué? Porque la izquierda que representan considera siempre al criminal como una «víctima» de la sociedad, de los malos gobiernos capitalistas, neoliberales, que supuestamente lo arrojaron a delinquir por falta de oportunidades.
Entonces para estos tres líderes del socialismo blando un criminal no es un enemigo de la sociedad, sino una suerte de opositor radical al capitalismo «injusto», al conservadurismo, a la derecha. Eso convierte al criminal más bien en amigo, en cercano a sus gobiernos de izquierda.
AMLO mantiene su política delirante resumida en su frase: «Abrazos, no balazos», contra los narcos y el crimen en general. Dice que los criminales «también son pueblo». No sostiene un combate frontal contra los narcos, ni contra el crimen organizado. Más bien, alega, hay que abrirles «oportunidades». El resultado de esta laxitud estatal de enfoque de seguridad es que hay amplias zonas de México controladas por el narco, donde el Estado ha perdido su soberanía. Estudios norteamericanos refieren que hasta 25 % del territorio podría estar en tales circunstancias. Y es el sexenio en el que más homicidios se han cometido (cerca de 140.000, dolosos).
Boric ha querido amnistiar o indultar a todos los que causaron desastres en las calles durante el estallido de 2019 en Chile. Él mismo proviene de protestas estudiantiles de 2011, junto a otra comunista, Camila Vallejo. También ha mostrado debilidad ante el terrorismo en zona mapuche.
Pero, peor aún, es su entusiasmo en un bodrio de proyecto de nueva constitución, una que acabaría ipso facto con el Estado liberal, dando paso a una unión de microestados pendiendo de alfileres, cada uno con leyes y normas autónomas y propias, y sobre todo, es la coronación del marxismo posmoderno, el que enarbola el supremacismo feminista, LGBT, indigenista y ecologista.
Basta recordar que en tal proyecto, desde el artículo 1º , se promovía definir a Chile como «un Estado plurinacional, intercultural, regional y ecológico», con lo que se inyectaban divisiones artificiales de la población, separándola por etnias o razas, por su origen sociocultural, y zonas donde se vive, además de imponer una «religión verde», el ecologismo, con lo que el humanismo, el considerar al ser humano al centro de la política queda extinto, para dar paso a poner al planeta al centro de todo. Errores serios.
Boric estuvo en la asamblea de la ONU el 20 de septiembre pasado, debutando ahí como Petro. Hizo referencias a la protección de la ecología. Y tiempo atrás, durante los debates en las primarias, en su país, dijo muy claro que estaba de acuerdo con la despenalización del autocultivo del cannabis, y quizá de otras drogas posteriormente.
O sea, mantiene una postura de «liberalización» de las drogas. Dijo que lo más importante era «irle quitando el terreno al narco». Traducción: estatizar todo lo relacionado con las drogas. Quitarle el negocio al narco, para que sea manejado por el Estado socialista.
Lo mismo, exactamente que propone Petro, palabras más, palabras menos. ¿Habrán convencido a AMLO de que se pronuncie en este mismo sentido? No lo dudamos. Al final del día todo el bloque rojo de América Latina va a sostener las mismas políticas públicas (y a entregarse geopolíticamente a Eurasia).
Y de Petro decimos no sólo que es aún en su mente un guerrillero del M19 -guerrilla causante de más de 100 muertos en noviembre de 1985 durante el asalto al Palacio de Justicia en Bogotá-, sino que su inteligencia, mucho mayor a la de Maduro, y no se diga que la de Pedro Castillo y Alberto Fernández, le ha dado para inventar una narrativa de izquierdas con la que se justifica perfectamente la total liberalización de la cocaína, y el dinero resultante sirva para financiar asistencialismo social y con ello perpetuarse en el poder.
Petro ante la ONU hace unas semanas, en septiembre, declaró que no había problema alguno en producir, vender y consumir cocaína, ya que esto arroja ganancias fuertes, y además cuadra con la Agenda 2030, en cuanto a que se protege el medio ambiente con ello, al ya no depredar a la Amazonas para erradicar cultivos.
Según Petro, entonces, el socialismo y la lucha ecologista van de la mano con todo lo relacionado con la coca. Una fórmula maestra de este lobo colmilludo que acaba de reinventar las claves de un marxismo posmoderno verdaderamente «sustentable» en todo: en lo social, en lo ecológico, en la estatización, en el globalismo.
«¿Qué es más venenoso para la humanidad, la cocaína, el carbón o el petróleo?», incluso preguntó Petro. Y luego se respondió solo: «El dictamen del poder ha ordenado que la cocaína es el veneno y debe ser perseguida, así ella solo cause mínimas muertes por sobredosis, y más por las mezclas que provoca su clandestinidad…». En cambio «el carbón y el petróleo deben ser protegidos, así su uso pueda extinguir a toda la humanidad», soltó, sin despeinarse.
«Sólo en paz podremos salvar la vida en esta, nuestra tierra común. No hay paz total sin justicia social, económica y ambiental», se defendió Petro en la ONU. A la bandera roja de la hoz y el martillo habría que añadirle ahora una hoja de coca, y a los bordes, el falso arcoíris del supremacismo LGBT.
Por todo este contexto, estaba la mesa puesta para que AMLO se diera la mano con Petro y ambos declararan que la guerra contra las drogas en América Latina había fracasado, y que era necesario replantearla. No hace falta que digan más, porque el colombiano ya lo dijo todo ante una ONU, que encima le aplaudió sus disparates.
Ésta es, entonces, la tendencia más actual y reciente del bloque rojo latinoamericano: estatizar el narcotráfico, con la justificación de proteger la ecología, y con la finalidad real de obtener fondos ilimitados para su mega-asistencialismo, típico del marxismo. Petro, Boric y AMLO, los tres espadachines del narcosocialismo ecologista.
¿Y qué podemos decir de quienes opinan que Boric se cuece en una olla aparte, que es harina de otro costal, porque es crítico de Maduro como de Nicaragua ante las violaciones a los derechos humanos? Eso se explica porque va llegando al poder. Démosle tiempo para que se radicalice ante los conflictos mapuches, el propio narcotráfico y otros problemas sociales, y será tan dictador como Ortega o Maduro. Cosas veredes, amigo Sancho.