Raúl Tortolero,
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el presidente de México, a lo largo de sus primeros 4 años de gobierno -pero desde el día que tomó protesta lo hizo-, ha ido sembrando su administración con símbolos esotéricos, paganos, propios del supremacismo indigenista, como también del “juarismo”, es decir, de masonería y liberalismo, tanto como del marxismo.
De esta manera, el mandatario -en lo simbólico- ha girado en torno a tres temas: indigenismo, liberalismo y marxismo. Él es el hilo conductor de ese trípode sobre el que descansa la simbología de su gobierno. Es a través de esos grandes tópicos que su gobierno puede ser entendido e interpretado.
Pero vamos por partes. López Obrador, desde el primero de diciembre de 2018, cuando llega al poder, recibe de algunos adeptos suyos que se ven a sí mismos como “indígenas”, un “bastón de mando”, con el que se simboliza un respaldo del supremacismo indigenista a este mandatario de izquierdas.
La verdad de las cosas es que en México no se puede hablar de un apoyo unánime de “los indígenas” para con López Obrador, porque no existe una asamblea nacional que logre reunir y mucho menos poner de acuerdo a todas las etnias indígenas, que son cerca de 68.
Siendo así las cosas, lo que recibió López Obrador aquel día, es el símbolo de un grupo de indígenas, dentro de alguna etnia. Pero nada más. No se justifica, en ninguno de los casos, que se hincara el representante de todos los mexicanos, ante un indígena que en algún dialecto le decía algo, ininteligible y no traducido por los medios en general, con voz plañidera.
Lo que vimos fue un intento más de López, para tratar de crear la idea de que todos los indígenas lo apoyan, algo muy lejano a la realidad. Y aún es peor, cuando el gobierno federal ha venido inyectando la noción de que ser indígena significa necesariamente ser de izquierda y de ser acentuadamente antihispanista, odiando toda la herencia española, y de paso a la Iglesia Católica, por haber “causado muerte y destrucción” durante la “invasión” de 1521. Tal es su narrativa.
Por tanto, todo lo español es malo y en contraposición todo lo indígena es “bueno”. Esto es la base maniquea y falaz, del supremacismo indigenista.
Y pensar que AMLO fundó a su partido, el “Movimiento de Regeneración Nacional” -MORENA-, en 2011. No son ningunos ingenuos y jugaron a manipular la fe católica a favor de su proyecto progresista, marxista posmoderno, cuando no tiene nada de católico, como vamos a ver más adelante. Jugaron a usar a la propia Virgen de Guadalupe, conocida también como la “Virgen Morena”, para ganar más simpatías y votos. Así de manipuladores.
En el aniversario 500 de la caída de Tenochtitlán, el 13 de agosto de 2021, como era previsible, AMLO se puso del lado del supremacismo indigenista y no escondió su “hate” ante la Conquista española, a la que atribuyó su gobierno inmensas calamidades y violencia, y hasta una suerte de “guerra biológica” causada (por supuesto de forma involuntaria) por la portación de viruela y cómo esta devastó a la población indígena, pero no sólo a los aztecas, contra quienes peleaban los españoles junto a muchos otros grupos étnicos enemigos mortales de los soberbios y caníbales vencidos.
Por esas fechas del 500 aniversario fue que AMLO y el gobierno de la Ciudad de México, de su mismo partido, inundaron las calles, sobre todo del Centro Histórico, con imágenes de un dios pagano, de Quetzalcóatl, deidad azteca, e incluso el gobierno federal lo adoptó como ícono durante muchas semanas, usando el dinero de todos los mexicanos en promocionar un dios de una las etnias antiguas.
Y eso que AMLO se precia de “respetar” el estado laico, concepto que justamente significa que no existe una religión oficial, por lo que el gobierno jamás podría haber tenido a Quetzalcóatl como imagen gubernamental.
El 15 de marzo de 2020, AMLO estuvo de gira por el caluroso y agitado estado de Guerrero, donde presenció un peculiar bailable -en la Costa Chica, en el poblado de raigambre afromexicano de Cuajinicuilapa-, conocido como “Danza de los diablos” (no sabemos si esto es satánico o no, con tal sugerente título), y ahí, textualmente hablando, “le agarró las nalgas” -dicen las crónicas del evento-, a “La Minga”, un personaje representado por un hombre vestido de mujer, con una máscara y una peluca naranja, con unas enormes y falsas protuberancias glúteas. Todo muy divertido, entre risas y jolgorio, pero en este caso se trata del presidente, del representante de los mexicanos en general.
En su discurso oficial del 13 de agosto de 2021, intitulado, por cierto: “500 Años de Resistencia Indígena”, AMLO, que es nieto de un español nacido en Cantabria, no se midió y se fue de largo contra la herencia hispánica.
Aquí una pequeña muestra de ese enfoque tan esencial a la izquierda progresista, con ese resentimiento social tan característico:
“Y en efecto, la pregunta obligada es si las matanzas de miles de indígenas de Cholula, en el Templo Mayor, en la toma y masacre de Tenochtitlan, y los asesinatos de Moctezuma, Xicoténcatl y Cuauhtémoc y otras autoridades indígenas trajeron civilización a la tierra que Cortés bautizó como la Nueva España. ¿Valieron la pena tantas muertes, tanto pueblo arrasado, saqueado y quemado, tantas mujeres violadas, tantas atrocidades ordenadas por el mismo Cortés y por él relatadas en sus cartas al rey?”.
Así la hermenéutica antiespañola de AMLO, coincidente en el desprecio y en lo parcial y sesgado, claro, con la usada por la Teoría Crítica de la Raza (CRT por sus siglas en inglés), pero ésta a favor de los negros y contra el hombre blanco, por el movimiento maoísta woke de los Estados Unidos, y por el supremacismo negro de “Black Lives Matter” y de Antifa, pero también de partidos de izquierda, como el Demócrata de Joe Biden. Se trata de “deconstruir” el legado español, el europeo blanco, y la cultura cristiana, de una forma u otra.
Según tal enfoque de AMLO, ya llevamos en México “500 años” de resistencia indigenista. Siempre poniéndose del lado del resentimiento racial. Eso es racismo en el fondo. Discriminar al español de hoy por lo que pasó hace siglos.
Incluso tener suspendida la relación con España y exigir que el Rey tanto como el papa Francisco pidan perdón a los indígenas por supuestas atrocidades. Pero nunca habla de que las primeras leyes a favor de los indígenas se deben a la Corona, ni de la llegada de la religión cristiana, ni de la fundación de ciudades, ni de universidades, ni grandes obras de caridad.
El 16 de diciembre de 2018, AMLO presidió una ceremonia en Palenque, Chiapas, donde indígenas de supuestamente 12 etnias, dicen algunas notas periodísticas, hicieron un “ritual” pidiendo a la “Madre Tierra” para que “diera su anuencia” para la construcción de las vías férreas del Tren Maya, un costoso y poco ecológico proyecto icónico del presidente, que a su paso destroza la selva, y su fauna y flora.
Suponemos que “la madre tierra” sí le concedió ese permiso, porque el tren va avanzando, acabando con la vida de miles y miles de árboles, devastado el ecosistema, y además causar despojos de tierras, según han advertido expertos de la UNAM.
Una vez más, la manipulación de los indígenas y sus rituales, puestos al servicio de un proyecto que no pidieron pero cuyas consecuencias negativas, las que sean, van a sufrir.
Cuando empezó la pandemia del Covid-19, AMLO no sintió vergüenza al decir que no pasaba nada, que la mejor protección contra esa enfermedad estaba en unas estampitas que le dieron, una que se conoce como “Detente”, y una de un “Trébol de 6 hojas”. Dicho de otra manera, la superstición usada para que la gente no se preocupara.
Pasando al segundo gran tema, no se puede dejar de mencionar el culto que se le ofrece a Benito Juárez, omnipresente en esta administración federal, multicitado como ejemplo de buen gobernante.
AMLO ha dicho que Juárez es el mejor preside
nte que México ha tenido.
Sólo que no dice por qué, cuando es conocido más bien por haberles dado la espalda a los indígenas -aún cuando él mismo fue un indígena zapoteco-, por perseguir a la Iglesia con las leyes que le arrancaban sus propiedades, argumentando que “no las usaban”, por la guerra de Reforma, por ser masón que fundó el rito mexicano, por sus alianzas con Estados Unidos, y sobre todo, por sus ataques desde el liberalismo hacia el conservadurismo. Mucho de todo esto lo ha heredado AMLO.
Interesante que la figura histórica de Benito Juárez, en la narrativa de AMLO, sea el punto donde confluyen varios elementos clave de su simbología, como la herencia indígena, el liberalismo (anticlerical), y la confrontación con el conservadurismo. Para completar la radiografía del presente, aquí ya sólo falta unir estos puntos con uno más, el marxismo.
En varias conmemoraciones del Grito de Independencia, AMLO ha cambiado lo que tradicionalmente se dice, las vivas a los héroes de la Independencia, y ha añadido un «¡Vivan las comunidades indígenas!”, y un “¡Viva la Fraternidad Universal!”, uniendo una vez más, con claridad, el supremacismo indigenista, y una referencia clásica a uno de los núcleos de la revolución francesa, realizada por liberales y no pocos masones (“Libertad, Igualdad Fraternidad”, clamaban los revolucionarios galos).
El marxismo es integrado al ideario simbológico de AMLO con su admiración al expresidente Lázaro Cárdenas (también masón, como Juárez) que expropió el petróleo en 1938, nacionalizándolo, y promovió una educación abiertamente marxista.
En una ceremonia el 19 de octubre de 2020, que conmemoraba el 50 aniversario luctuoso del general Cárdenas, AMLO declaró que el michoacano había sido uno de los presidentes que más había amado a México y que luchó por los más desprotegidos.
Y ya entrados en gastos en la admiración de AMLO por figuras históricas de izquierda, marxistas, hace unos días no tuvo empacho en decir que él era un “idealista” y que admiraba al Che Guevara.
No dijo, eso sí, que este nefasto y peligroso argentino quería generar no uno, sino 100 Vietnams, para acabar con el “imperialismo yanqui”, y cómo le describía a su padre que estaba sediento de sangre y disfrutaba asesinando opositores a su revolución comunista en Cuba.
También López reconoció su admiración a Fidel Castro, dictador que teniendo a los cubanos en la miseria y sin derechos humanos, se hizo de una fortuna de 900 millones de dólares, según Forbes
Ya desde antes, desde el 16 de noviembre de 2016, AMLO había mostrado su amor por el tirano que llegó al poder con las armas, diciendo: “ca fue un gigante de la lucha de la liberación de los pueblos”.
Paradójico es que AMLO, al mismo tiempo de suscribir el supremacismo indigenista y rituales paganos, el liberalismo anticlerical del juarismo, el marxismo de Cárdenas y la revolución comunista de Castro, diga que se ve a sí mismo como un “cristiano”…
Ah, pero no lo dijo cualquier día. Sino justo el 4 de junio de 2021, el día que se celebraron las elecciones intermedias en México, y obvio, tenía necesidad de correrse al centro, de coquetear con un electorado en un país con un 88% de cristianos según el INEGI.
“Mi cristianismo, lo que yo practico tiene que ver con Jesucristo, porque yo soy seguidor del pensamiento y de la obra de Jesús; creo que es el luchador social más importante que ha habido en el mundo, en la Tierra”, dijo a la prensa.
Ahí fue que nos enteramos además que él tiene su “propio” cristianismo, como si cada ciudadano pudiera practicar una versión personal del cristianismo, una al gusto, una ex profeso.
Pero la cosa no queda ahí. Hay un sacerdote muy allegado a las ideas de la “Cuarta Transformación”, llamado Alejandro Solalinde, que ha señalado que encuentra en López Obrador, “rasgos muy importantes de santidad”. Así tal cual.
“La santidad política existe y la menciona la Iglesia católica, pero hay que entender que la santidad no es perfección. Un santo o una santa puede tener muchos errores, pero es santo. Porque la santidad es la imitación del amor de Dios”, dijo Solalinde en una entrevista con la prensa mexicana en diciembre de 2021.
El cura católico añadió que AMLO “está siguiendo las enseñanzas de Jesús. Por eso, veo en Andrés Manuel rasgos muy importantes de santidad. Qué lástima que no lo valoren. Para él son importantes los pobres o, como decía Jesús: -Los últimos serán los primeros-“.
No es de extrañar que Solalinde vea a AMLO como un santo, e incluso es posible que lo vea como un dios, porque luce muy sonriente en una pastorela donde presentaron -no es broma-, un Niño Dios, con el pelo canoso de AMLO, es decir, un “niño dios López Obrador”. Una blasfemia para los católicos.
¿En qué acaba la confusión ideológica de las izquierdas posmodernas? ¿En qué deriva el marxismo posmoderno al conectar el supremacismo indigenista, con el liberalismo y el comunismo? Es sólo una manipulación electorera de símbolos a gran escala, que deriva en el culto al líder, en que el líder es un “dios” adorado por sus seguidores. Pobre Hispanoamérica, tan cerca del maoísmo y su revolución cultural. Ahí viene China.