Si algo hay que decir sobre 2022 es que ha sido un año en el que dictador venezolano Nicolás Maduro afianzó su tiranía, al punto de presentarla ante la comunidad internacional con el rostro lavado. Una operación que tenía tiempo orquestándose, consistente en proyectar la imagen de que Venezuela no está tan mal, de que las cosas se han ido arreglando paulatinamente, ha cuajado a los efectos de hacer que Maduro sea tratado nuevamente como un presidente más por la Unión Europea, y ha construido el escenario en el que eventualmente la Administración de Joe Biden le dispensará idéntico trato.
El entendimiento con el Gobierno de los Estados Unidos es claro y evidente. Delante o detrás de los bastidores Maduro ha estado sosteniendo negociaciones con los encomenderos de Biden. Tratativas que ya han fructificado en cosas concretas, siempre en detrimento de la lucha democrática en la nación sudamericana.
Por una parte, el régimen venezolano logró en octubre que Efraín Antonio Campo Flores y Francisco Flores de Freitas, los sobrinos de la mujer de Maduro, volviesen a Venezuela en medio de un intercambio de rehenes con el Gobierno norteamericano que involucró a otras siete personas con nacionalidad estadounidense.
Los “narcosobrinos”, como se les conoce popularmente, fueron aprehendidos en 2015 por participar en una conspiración para introducir cerca de 800 kilogramos de cocaína a EEUU. Este hecho asestó un golpe anímico para quienes creen que fuera de Venezuela las actuaciones criminales del chavismo pueden topar con los mecanismos de justicia que evidentemente dentro del país no están presentes desde hace décadas.
Esto no tiene nada de extraño si se considera que durante todo el año la Casa Blanca estuvo enviando mensajes a Miraflores, asegurando que está dispuesta a negociar con la tiranía venezolana a cambio de que esta dé paso a unas elecciones presidenciales medianamente creíbles. Dicho planteamiento ya se ha materializado con el regreso del chavismo a una mesa de negociación establecida en México con ciertos sectores de la oposición. Un proceso que ha contado además con el aval de la Unión Europea y en el que se pretenden estructurar las condiciones para los comicios de 2024; sin que hasta ahora exista certeza de que el chavismo esté cediendo posiciones, con miras a permitir su salida del poder por medios democráticos en ese año. Todo lo contrario.
De momento un aspecto que ha estado ausente en dichas conversaciones es la liberación de presos políticos, que para el cierre del año y según la ONG Foro Penal ascienden a 274 en Venezuela. Sin embargo, lo que sí ha derivado de la negociación en México es el otorgamiento de una nueva licencia desde la Administración Biden a la compañía petrolera norteamericana Chevron, para que pudiese reanudar operaciones en la nación caribeña. A principios de diciembre dicha empresa y el régimen de Maduro suscribieron un acuerdo para retomar las actividades conjuntas en el sector energético.
Con todo, la oposición venezolana se ha mostrado absolutamente descoyuntada e incapaz de generarle daño político al régimen, asumiendo en última instancia la vía electoral -otra vez- como el método de lucha a emplear de aquí a 2024. Durante el último tramo de este año se han dejado entrever nombres de al menos una decena de opositores que pretenden disputarle la presidencia a Maduro, sin que el planteamiento de fondo sobre la transparencia del sistema electoral y el respeto a unas mínimas condiciones democráticas aparezca por ninguna parte.
Así, 2022 ha sido también el año en el que prácticamente toda la oposición venezolana ha arriado banderas y se ha plegado a la estrategia electoralista, dejando atrás los discursos que proponían la confrontación a Maduro por otros métodos. En este desaguisado ha caído el propio Juan Guaidó, quien se ha embarcado de lleno en el llamado a votar en 2024.
A fin de cuentas Guaidó, hasta ahora denominado presidente interino de Venezuela, ha sido traicionado incluso en días recientes por un segmento de los partidos que le respaldaban; todo ello al solicitarse de manera abierta el cese definitivo para el año próximo de la figura del “Gobierno interino” y de todo lo que este conlleva.
Por otra parte, y amén de la campaña de propaganda adelantada por el régimen chavista, la situación de fondo en Venezuela ha mantenido sus rasgos negativos característicos: por ejemplo, para finales de noviembre la inflación acumulada en el país durante 2022 fue de 195% (la más alta de la región junto a la de Argentina), además de vivirse un nuevo proceso de depreciación del Bolívar (la moneda local) que alcanzó valores mínimos históricos con respecto al dólar.
El correlato de este desastre ha seguido siendo el flujo creciente de migrantes venezolanos que abandonan su país de origen con destino a otras naciones de la región. Durante este año distintos organismos internacionales certificaron que más de 7 millones de personas habían dejado Venezuela en los últimos años. Esta calamitosa situación ha llevado a más de 970.000 migrantes, según la Agencia de la ONU para los Refugiados, a solicitar asilo en distintas partes del mundo.