domingo, noviembre 24, 2024
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Gracias por las risas, indepes

TONI CANTÓ,

Pedro Herrero comentaba en mi programa que el mayor reparto de riqueza entre comunidades autónomas ocurrió tras el proceso independentista catalán. Miles de trabajadores y empresas abandonaron Cataluña para integrarse en Madrid o Andalucía. Otras regiones limítrofes como Aragón o en mayor medida la Comunidad Valenciana podrían haberse beneficiado mucho más de no estar aquejadas de un mal compartido con Cataluña: el socialismo, sus derivados y la religión nacionalista. Nótese además que ni Madrid ni Andalucía cuentan con lo que ha demostrado ser un lastre económico y social cuando lo maneja la izquierda y el nacionalismo: las lenguas cooficiales.

Cataluña, de manera involuntaria, habría contribuido a la riqueza del resto de España como hacen otras regiones poderosas del país ―a excepción de los vascos― con sus compatriotas menos favorecidos. Un hecho este que siempre se le olvida a esa izquierda que repite la letanía de lo público al definir patria. Si, vale: hospitales y escuelas públicas. Pero el reparto de los recursos de los más pudientes entre los pobres vía impuestos del que habláis siempre… ¿No se aplica entre territorios? ¿Es justo que algunos tengan el doble de euros por alumno o cama hospitalaria? ¿Dónde queda ahí la patria? Pero dejemos este tema porque me quería ocupar de otro.

Además de repartir capital humano y empresarial entre todas las demás comunidades autónomas de España, Cataluña ―también de forma involuntaria― exporta risas. No me refiero a la hilaridad, el alivio, que produce ver cómo el rival se pega un tiro en el pie; una reacción lógica ante un comportamiento incomprensible por el que obtenemos una ventaja competitiva. Es algo más: Cataluña, que fue ejemplo cultural, estético y empresarial al que aspirábamos hasta hace nada, ha pasado a ser un proveedor de frikis, ridículos espantosos, sinvergüenzas y chiflados.

La república que duró segundos, la huida en el maletero, las gafas de pasta de colores, la monja montonera, las señoras pijas dando al poli con el bolso, el urbanismo de Colau, los modelitos con la estelada, el karateca, la Rahola…y el último episodio hilarante: el policía infiltrado.

Esta historia lo tiene todo como para hacer una comedia de primer orden que cuente cómo esas mujeres anticapitalistas, que exigen a sus hombres que se apunten a talleres de deconstrucción de la masculinidad tóxica, acaban zumbándose, o como se dice en su idioma teniendo relaciones sexo-afectivas, al macho alfa español. Lástima que el cine patrio esté a otra cosa. Del Espanya ens roba, al Espanya ens folla. Ocho empotradas catalanas, podría ser el título. Imaginen el guión, las quejas de los hombres que al salir de esos talleres se dan cuenta de que les levantaron la liebre, sus caras. La denuncia de unas mujeres que lucen una estética…discutible. El instante en el que se enteran: ¡me acosté con un policía español! Por cierto, ¿Abrimos el melón? ¿Quién no ha mentido para conseguir llevarse a alguien al huerto? Hablo de exagerar currículum, quitarse años, ponérselos, añadir maquillaje, excusarse de manera preventiva con un «no te vayas a pensar»…

¿Denunciable?

Me trae a la memoria otro engaño. El perpetrado por la élite catalanista durante aquellos endiablados meses. Una élite que, como la del Reino Unido, confesó abiertamente haber mentido para lanzar a los ciudadanos a una empresa imposible y ruinosa. España nos roba, somos una nación ancestral, los andaluces y los extremeños son unos vagos, Europa nos recibirá con los brazos abiertos y fuera de España viviremos mejor.

Denunciemos, sí. Todos a la puñetera cárcel.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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