FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ,
Se han dicho o escrito tantas tonterías concernientes a la ya inevitable moción de censura al gobierno Franconstein que me siento obligado, y no soy el único (también lo ha hecho, por ejemplo, Juan Carlos Girauta, con quien compartí el domingo un amistoso debate en el plató de 7NN), a poner algunos puntos sobre las íes, ni latinas ni griegas por su escasa envergadura filosófica, de las poco reflexivas reflexiones suscitadas por un jaque democrático y constitucional al que no soy del todo ajeno. Ayer, lunes, se inscribió la preceptiva petición en el Registro de las Cortes. Abascal y Tamames cruzaron su Rubicón. Alea jacta est.
Ante todo, un inciso… Lo de Franconstein, en vez de Frankenstein, como apodo alusivo al actual Gobierno, apunta a lo que quizá sea la mayor, si no la única proeza, por la que pasará a la historia: la de haber resucitado para uso y abuso de la frágil Memoria Histórica de los españoles, previa aparatosa exhumación de su cadáver, al difunto general que gobernó España, entre luces y sombras, durante casi medio siglo y que pasó a lo que suele calificarse de mejor vida nada menos que cuarenta y siete años atrás. Abandonado lo tenían sus compatriotas en los polvorientos desvanes del olvido hasta que un tal Sanchez le dijo, como Jesús a Lázaro, «¡Levántante y anda!».
Y el así conminado obedeció y hasta cabe decir que cabalgó, como el Cid ante Valencia, porque todo el mundo se puso otra vez a hablar de él. Milagro habemus. Otro más y podría el taumaturgo ser canonizado. Considérelo Francisco. Doy ideas al Pontifex Satanicus.
En cuanto a usted, señor Sánchez, dado su narcisismo, milagro, en efecto, sería que tras la moción de censura, sea cual sea el resultado, dejase en su escabel del banco azul el bolso de cualquiera de sus ministras –Irene Montero o Ione Belarra, por ejemplo, ya que son las que con sus delirantes leyes más problemas le están dando– y se fuera a tomar unas cañitas de Budweiser con pommes frittes y mejillones a cualquier restaurante de altos vuelos en Bruselas. Fama llevan de hacer esas tres cosas allí muy bien, en justa compensación, porque lo de Puigdemont y casi todo lo restante lo hacen fatal.
Y a lo que iba… O, mejor, no, porque burla burlando, de línea en línea, de broma en broma, de zasca en zasca y de cobra en cobra, ya me he quedado sin el hueco tipográfico que los usos y costumbres del periodismo suelen asignar a las columnas. ¡Qué demonios! Llevo ya, contando con éstos, más de dos mil quinientos caracteres y cuatrocientas noventa y ocho palabras. Baste, para poner fin a mi catilinaria, con otras tres: la que figuran en el título de la columna…
A saber: moción, emoción y conmoción. La segunda y la tercera han irrumpido ya tras el impulso de la primera, y lo que se andará, pues este cívico y legítimo pugilato es, de momento, un futurible que sólo acaba de empezar. Permanezcan atentos. Misión cumplida.