Editorial La Gaceta de la Iberosfera,
El lector sabe que desde los primeros meses de la pandemia circulan dos teorías sobre el origen del virus causante de la enfermedad. La primera, institucionalizada como la verdad oficial y defendida por un organismo bajo sospecha permanente de corrupción al servicio de China como la Organización Mundial de la Salud, asegura que ocurrió por zoonosis; es decir, por la transmisión a un ser humano del virus de un animal —murciélago, pangolín o algún otro bicho— a la venta como alimento en un mercado chino (la cultura gastronómica en las zonas rurales chinas es omnívora, pero en su versión extrema).
La segunda teoría, descartada en un informe por la OMS como «extremadamente improbable», es la de que el primer contagio se produjera como resultado del escape de un virus modificado para su uso como arma biológica en un laboratorio del gubernamental Instituto de Virología de Wuhan.
Los defensores de esta segunda teoría se basan en dos indicios indiscutibles. El primero, el conocimiento real de que el laboratorio de Wuhan ya había creado en 2017 un nuevo coronavirus más letal y más contagioso que el original encontrado en la naturaleza y que podía infectar células humanas a través del mismo receptor que usa el SARS-CoV-2 para transmitir la enfermedad. El segundo indicio irrefutable: la negativa de China a colaborar en cualquier investigación internacional exhaustiva sobre el origen de la enfermedad que ha matado hasta el momento a cerca de siete millones de personas y ha causado una crisis económica mundial de la que algunos países, como por ejemplo España, todavía no se han recuperado.
A los defensores de esta teoría de la modificación consciente y prohibida por parte de China de un virus animal para hacerlo más letal y transmitible al ser humano, se los calificaba, y todavía hoy muchos continúan llamándolos así, como «conspiranoicos».
Durante este tiempo, los defensores de la teoría del virus chino modificado de manera artificial y filtrado al exterior por negligencia o por algo peor, han sido y todavía son objeto de campañas de burla e incluso de cancelación en la mayoría de las redes sociales y medios adictos a la verdad oficial. Expresión esta, la verdad oficial, que la Historia nos ha enseñado que suele ser la definición de una mentira conveniente.
Anteayer conocimos que las investigaciones del Departamento de Energía de los Estados Unidos y de la Oficina Federal de Investigación (FBI, siglas en inglés), avalan la teoría de que el virus no se extendió por zoonosis tras el consumo humano de carne de animal. La razón es simple: después de tres años, no se ha encontrado prueba alguna de ello. Así lo confirmó el propio director del FBI, Christopher Wray, que señaló en una entrevista televisiva en la cadena de noticias Fox que, y citamos: «El origen de la pandemia muy probablemente sea un incidente en un laboratorio controlado por el Gobierno chino».
A la luz de estas revelaciones, este es el momento en el que volvemos la vista atrás y recordamos el tono burlón que empleó Pedro Sánchez para replicar a Santiago Abascal cuando el líder de Vox, en su discurso en la moción de censura de octubre de 2020, acusó a Sánchez de no haber exigido responsabilidades al Gobierno chino que «o bien produjo artificialmente [el virus] o bien permitió que se propagara por todo el mundo entre ocultaciones y engaños».
Aquel día, desde la tribuna en la réplica de Sánchez, y desde el rodillo mediático de los falsos verificadores, se acusó a Abascal de fabular. Sánchez incluso se permitió alguna risa de su bancada, incluido el Tito Berni, y de otras concertadas no tan lejanas al recordar que el líder de Vox había propuesto «cosas tan marcianas» como la reprobación del director general de la Organización Mundial de la Salud por haber convertido a este organismo en un canal de propaganda chino.
El tiempo ha dado la razón, de nuevo, a Santiago Abascal. Los gobiernos occidentales deben reprobar a los directores de la OMS y pedir responsabilidades a China por una enfermedad artificial creada en uno de sus laboratorios. Igual que los españoles deben exigir explicaciones a Sánchez y a sus inexistentes expertos por su consumada villanía al ponerse del lado de la verdad oficial que China impuso. Una falsedad que la mayoría de los Gobiernos europeos aceptaron con desprecio de sus propios nacionales. Una verdad que siempre fue interesada, al servicio de una tiranía comunista sin ética alguna.
Esperemos que, algún día, lo más pronto posible, alguien calcule la cuenta del daño causado y pase la factura a Pekín. Será una factura enorme.