ITXU DÍAZ,
No hay nada más ridículo en la naturaleza que un pavo real hinchando el pecho después de haber perdido todas sus plumas en una apuesta. Incluso el propio presidente sabe que esa es su situación actual. Toda su energía está ya concentrada en no soportar demasiadas humillaciones en la retirada, porque es de esas personas a las que nadie les ha enseñado a lidiar con la frustración. Su descenso del Olimpo de las mandíbulas apretadas será un festival de traiciones aliadas. A veces cosechas lo que siembras.
¿Pedro qué? Las negaciones del Santo Apóstol antes del canto del gallo van a resultar una broma comparadas con la estampida de acólitos del sanchismo en el día 1 tras la caída del líder. El descenso del laurel del poder a la tierra desértica del ostracismo es duro. El desplome en política es grave y ruidoso, «un sonido parecido al de G. K. Chesterton cayendo sobre una hoja de latón», como decía Wodehouse. Nada despierta más desprecio e indiferencia que un alto cargo del Gobierno que ha sido un chulo de piscina, cuando le llega la hora de volver a su madriguera y a la piscina sin agua.
Cuando a la actual oposición le resulte irrelevante su figura, porque ya no estará en la primera línea política, serán los suyos los que se cobrarán la larga lista de afrentas, coacciones, caprichos y delirios que han caracterizado su presidencia. Al silencio de su Consejo de Ministros le seguirá la incontinencia verbal, y habrá competiciones por distanciarse de él más que nadie. Saldrá a flote toda la miseria de la condición humana, pero, por una vez, será divertido contemplar el espectáculo blandiendo un whisky desde la conservadora barra.
A Sánchez, después de todo, tendremos que agradecerle haber matado al PSOE por su capricho de poder. No le conocerán. Borrarán de su historial profesional los días que han pasado en su equipo. Y filtrarán todo a la prensa, absolutamente todo. Contarán lo que significa vivir el día a día en La Moncloa con un narcisista patológico al frente. Todos los suyos se convertirán en Maxim Huerta. Ya no será un funcionario anónimo el que cuente que el presidente anda estos días preso de la rabia, estampando objetos contra las paredes. Serán decenas. Y quedarán tan en el anonimato como Tito Berni en calzoncillos en todas las redes sociales.
Entonces cualquiera de sus actuales fieles le echara en cara haber resucitado a lo peor de España: los etarras, los independentistas, y los comunistas. Nadie olvida que Podemos, si aún existe tal cosa, no saldría ni en los periódicos ya sin Pedro Sánchez. No habría violadores excarcelados, ni leyes aberrantes de género, ni empresas huyendo de España a los Países Bajos. No habría bochorno internacional, ni lágrimas ridículas en el Congreso, ni leyes animales que parecen redactadas por hienas borrachas, ni señoras con coche oficial del ministerio conferenciando sobre relaciones sexuales con la regla como si fuera un asunto de Estado.
El día 1 después de Sánchez renacerá en mucha gente el orgullo de ser español. No pocos empresarios decidirán volver a cotizar en esta tierra. Y el mundo volverá a mirar a la nación española sin morirse de risa o de vergüenza ajena.
El día 1 después de Sánchez, lo que quede del PSOE intentará fingir, volver a exhibirse español, volver reanimar aquella Constitución, volver la cara sobre los problemas de las clases medias y las familias, y dejar de caminar de la mano del Circo de los Horrores que conforman comunistas, independentistas y globalistas. Pero será tarde, muy tarde. Y pesará su historia centenaria trufadita de traiciones a los españoles. Esta vez no habrá perdón para los cobardes.
El día 1 después de Sánchez, en fin, alguien en La Moncloa retirará en silencio los mil espejos en que él necesitaba mirarse a cada minuto. Y esa imagen, entre grotesca e inquietante, será la única posteridad para el chico prometedor del barrio de Tetúan que eligió poner siempre sus pelotas por delante del interés general de España.