ESPERANZA RUIZ,
Beatus ille, «dichoso aquél», es un tema recurrente en la composición poética. Procede de unos versos de Horacio en los que el autor alaba la vida tranquila del campo, lejos de los negocios y el ajetreo de lo urbano. Fray Luis de León, harto de las contiendas mundanas en las que estaba metido, sublima este tópico en su Oda a la vida retirada.
Sabrán ustedes que han alcanzado la madurez cuando, en la biografía de su perfil en redes sociales, sustituyan el «carpe diem», el «bebiéndome de un sorbo la vida» o «el límite es el cielo» por unos versitos del poeta romano. Quizá, quien les haga suspirar nel mezzo del cammin di nostra vita, sea Gómez Dávila: «Vivir con lucidez una vida sencilla, callada, discreta, entre libros inteligentes, amando a unos pocos seres».
Siglos de filosofía griega vigente —los griegos pudieron ser verdaderamente originales, nosotros lo tenemos más difícil— para que ahora nuestro feminismo empoderado y emancipado nos mantenga en vilo con su búsqueda de inéditas formas de ser adulto.
Hay tres realidades axiomáticas en este mundo: que el muro de pago en el articulismo nos ahorra disgustos, que en Santa Pola hemos escuchado este fin de semana Cruzando el paraíso, navegando y disfrutando un caldero y que llega un día en que un vídeo de Pantomima Full te representa.
El del viernes pasado levantó ampollas. La vida no hay por qué vivirla, decían.
Una pareja vitalmente extenuada y estéticamente acabada explicaba con desidia que se habían comprado el piso que se ajustaba a su poder adquisitivo, que iban de vacaciones a la costa levantina todos los años o que pensaban tener un hijo porque era lo que tocaba. Ninguna concesión a la emoción o a una decisión alejada de la inercia.
En esta última entrega, los humoristas han retratado a media España, cuarto y mitad cabreada. Sucede siempre que se pone un espejo. Ese maniqueísmo tan nuestro no nos deja tomar una mínima distancia y ver que una caricatura lleva algo al extremo mientras refleja una tendencia. Por un quítame allá esos Whiskas nos enteramos de que si escuece es que hay herida.
Las ofensas han ido por barrios esta vez: los que tenían ganas de hacerse el harakiri ante tal panorama y los que oían hablar de tener aspiraciones y echaban mano del salbutamol. Los que aprovechaban para detectar que vivimos en indefensión aprendida, los que creen que la palabra «estabilidad» es un conjuro de mal de ojo y los que miraban con envidia a la resignada pareja intuyendo que en el medio plazo ellos ni siquiera podrán acceder a vivienda en propiedad, prole o vacaciones que no se vendan como «escapadas». Lo que para unos se parecía mucho al infierno para otros era un sueño erótico. Todas las escuelas filosóficas representadas, desde el nihilismo al estoicismo, y unas cuantas por inventar aún. A la espera de nuevos descubrimientos quedamos, cabalgando tigres de papel.
Perseguir la felicidad, cuando lo que está en nuestra mano es la alegría, es la manera más rápida de acabar en el victimismo. La trampa de llenar la vida de experiencias trepidantes desemboca en la insatisfacción. Buscarse fuera de uno intentando encontrar quimeras, y no entender el lugar de la renuncia y el esfuerzo, no contribuye a honrar la propia existencia. Se trata, al fin y al cabo, de —como diría Kipling— encontrarse con el triunfo y el fracaso y tratar a esos dos impostores de la misma manera. Para experimentar la dicha es preceptivo ser un feliz don Nadie, añade el filósofo Jorge Freire.
«Para ti la vida que te lleva,
Para mí la vida que me quema».
Lo canta Loquillo y lo blanden desde posiciones progresistas. Yo me pregunto si a Kant no le quemó la vida en Königsberg, donde caminaba cada día por los mismos lugares y a las mismas horas con precisión suiza; a Emily Dickinson en la habitación de la que no salió nunca o a Viktor Frankl en el campo de concentración. También le quema a Cosme, el padre de familia numerosa pijo que Pantomima Full hacía protagonista en su anterior capítulo. Pintarse la cara color Cayetano no equivale a conformismo, que no entiende de modelos existenciales, ya sean estos atávicos o aún no encontrados.
Me dejo mucho por citar. De hecho, voy a citar hasta a Rebeca Argudo, que dice que no hay que meter más de dos citas por columna. Pero qué quieren que les diga, en materia del alma humana, está todo inventado (Anónimo).
«Y que la vida iba en serio», como escribió Gil de Biedma.