Luego de su regreso a Brasil, el expresidente Jair Bolsonaro se presentó ante la sede de la Policía Federal para dar su testimonio sobre el caso de las joyas regaladas por Arabia Saudita. La investigación busca determinar si cometió el delito de peculado al recibir dichos artículos valorados en más de tres millones de dólares y supuestamente no haberlos declarado cuando ingresaron al país siendo mandatario.
Este caso judicial se suma a otros que pesan sobre Bolsonaro, como el ataque contra las sedes de los poderes públicos en Brasilia el 8 de enero de este año. La Corte Suprema de Brasil autorizó la investigación solicitada previamente por la Fiscalía, la cual tilda al expresidente de autor intelectual porque “habría hecho incitación pública a la práctica del crimen”.
Estos procesos parecen buscar lo mismo: sacar a Bolsonaro del camino político. A su regreso al país —luego de una estadía en Estados Unidos— aseguró que apoyará a los diputados conservadores y realizará una gira nacional rumbo a las elecciones municipales de 2024. Se convirtió en el líder de la oposición frente al gobierno socialista de Luiz Inácio Lula da Silva y eso no le conviene ni a este último, ni al resto de la izquierda latinoamericana.
Este caso podría compararse con el del expresidente estadounidense Donald Trump, quien está enfrentando una imputación por 34 delitos penales. La Corte Suprema de Manhattan lo acusa de pagarle a una actriz porno a cambio de silencio. La arremetida judicial y mediática es contra los dos principales representantes de la derecha en el continente, mientras medios de comunicación progresistas callan historias sospechosas de los actuales presidentes de estos países, que sustituyeron en el cargo a Trump y Bolsonaro.
Complot de medios y las big tech
En medios antitrumpistas y antibolsonaristas abundan los términos radicales como “ultraderecha” para referirse a ambos expresidentes y mayores figuras conservadoras de EE. UU. y América Latina. Pero cuando se trata de los 500 regalos que Lula da Silva se quedó de sus anteriores mandatos, es poco o casi nada lo que se dice.
Tanto Trump como Bolsonaro también tienen en común que optaron por la reelección. Los dos denunciaron presuntos fraudes electorales. Sin embargo, la atención de la prensa no se centró en sus denuncias, sino en otras cuestiones. Si citamos a EE. UU., hay investigaciones del complot que hubo entre grandes tecnológicas como Facebook y el actual gobierno demócrata de Joe Biden para censurar información.
En octubre de 2022, una demanda del fiscal general de Missouri, Eric Schmitt, detalló un cuidadoso esquema para silenciar portales conservadores como el New York Post. La demanda cita que “funcionarios de alto rango de la Administración Biden se confabularon con esas compañías para suprimir el discurso sobre la historia de la computadora portátil Hunter Biden, los orígenes de COVID-19, la eficacia de las mascarillas y la integridad electoral”. Lo anterior solo es una parte de un gran esquema de acuerdos.
La comparación del tratamiento que portales de izquierda dan a la imagen de Trump y de Bolsonaro es inevitable cuando la vía judicial también parece enfocarse en los mismo: sacarlos de escena. Respecto al expresidente brasileño, este estuvo tres horas dando su testimonio sobre las joyas, un caso sobre el cual, asegura, no hay irregularidades.
Impopularidad de la izquierda
Por estos días, la aprobación de Lula da Silva es la peor en sus tres mandatos, según la más reciente encuesta del instituto Datafolha. En su primera gestión, Lula tenía una aprobación de 43 % en sus primeros tres meses. En el segundo mandato obtuvo 48 % en dicho período. Ahora solo llega a 38 %. No hay demasiada cobertura al respecto en los medios alineados con su gestión.
En EE. UU., Joe Biden cuenta con una aprobación de 42,7 %, indica FiveThirtyEight. Ligeramente mejor que el 41,6 % que tenía en abril 2022, pero muy distinto al 53,3 % con el que contaba en 2021. Entonces, estos representantes del progresismo (corriente ideológica que esconde bases comunistas) no gozan de la mejor popularidad.
En contraste, Trump y Bolsonaro se configuran como adversarios en los venideros procesos electorales. El primero, para las presidenciales de 2024, y el segundo, para las municipales del mismo año. Las respectivas investigaciones les han servido para cobrar popularidad y, en el caso del expresidente estadounidense, recaudar ocho millones de dólares para promover su candidatura a la Casa Blanca, informaron sus asesores.