Bernardo Henao Jaramillo,
Este 9 de abril se conmemora el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, acontecido en Bogotá en 1948. La muerte del Caudillo liberal cambió el rumbo de Colombia y ocasionó el nefasto evento conocido como el “Bogotazo”. Salieron a las calles turbas enfurecidas que provocaron incendios, saquearon el comercio y mataron multitud de personas, a la vez que sin juicio alguno lincharon a Juan Roa Sierra, quien pasó a la historia como el asesino de Gaitán.
Esos gravísimos sucesos datan ya de hace 75 años y por supuesto nadie quiere su repetición ni acontecimientos que desemboquen en algo similar. El Bogotazo ha quedado grabado en la conciencia colectiva como un evento terrible y caótico que solo produjo sangre y dolor. Si bien la juventud actual no vivió tan doloroso episodio si debe presumirse que no le es extraño porque los anales lo registran, y de todo colombiano se esperaría que hiciera conciencia de lo terrible y caótico que es un levantamiento de este tipo.
Guardadas proporciones es válido traer a la memoria del pueblo las graves perturbaciones causadas a todos los colombianos por quienes se denominan “primera línea” y sus patrocinadores, consecuencias negativas que aún hoy seguimos pagando. Entonces, incomprensibles, por decir lo menos, resultan los continuos llamados del Jefe del Estado a “salir a las calles y plazas”, a que acudan “ríos de gente”, máxime cuando día a día la alteración del orden público es mayor, con total desmedro de la seguridad ciudadana. Y si de discutir las reformas propuestas se trata, evidente resulta que no es ese el espacio y que no compete al ejecutivo utilizar presiones sobre el legislativo para obtener el resultado pretendido. Viene a nuestra memoria el pasado 14 de febrero, el que se recordará como el día del “balconazo”, oportunidad en la cual quien funge como primera autoridad política hizo una agresiva alocución plagada de ataques a la “oligarquía”, los negocios, y el sector empresarial. ¿Será ese el cambio que pretende? Cuidado Señor Presidente.
Y es que no se puede dejar de lado la “activación” tanto de la delincuencia común como de la criminalidad y terrorismo de los actores supuestamente políticos, quienes al igual que quienes conformaron la primera línea gozan de una especial protección estatal, situación que siembra la zozobra y la confusión en la mayoría de los habitantes de Colombia, contexto totalmente contrario a la “Paz Total” a que alude el gobernante y cuyas consecuencias son impredecibles.
Se aproxima una de esas citaciones, la del próximo 1 de mayo, Día Internacional del Trabajo en el que tradicionalmente las centrales obreras organizan marchas y manifestaciones en las principales ciudades. Se sospecha y cada vez el rumor cobra más relevancia sobre las oscuras intenciones del grupo terrorista del ELN para ese día.
El Jefe del Estado también convocó para esa data a las Juntas de Acción Comunal. Al respecto dijo el Presidente “A mí sí me gustaría que este primero de mayo todas las acciones comunales me acompañaran allá, en el Palacio de Nariño (…) ¿Para qué? Para expresar un mensaje a las fuerzas políticas y sociales de Colombia. Es que no queremos más esclavismos, queremos dignidad”. Y agregó: “que el pueblo trabajador llegase para expresar un mensaje a las fuerzas políticas y sociales de Colombia, queremos dignidad laboral y justicia social. Un pacto social comienza por la dignidad de la mujer y el hombre trabajador”.
La verdad es que el trabajo es un fundamento clave de la dignidad del ser humano, fortalece la libertad. el libre desarrollo y la autonomía de la persona, de donde debe buscarse desarrollar fuentes de empleo, no acabar con las existentes, no atacar a quienes lo promueven y a quienes están en capacidad de suministrarlo. La tasa de desempleo de dos dígitos envía un oscuro mensaje, quizás cese lo que él llama “esclavismo”, con grave detrimento de la dignidad de quienes pierden sus puestos de trabajo y por supuesto acrecentando la falta de justicia social. Parece ser que ni siquiera el Presidente se entiende, existe una total ausencia de coherencia entre sus discursos y su capacidad de gobernar.
En cambio, sí se advierte su continúo empeño de dividir al país. Unos por acá, las juntas de acción comunal, y otros por allá, las fuerzas sociales y políticas entre las que se encontrarán, claro, Colombia Humana y el Pacto Histórico. Y si todos salen a las calles y plazas cuál será el resultado?
Ante ese escenario a la oposición le corresponde presentar otro panorama, el de la unión, para que su clamor sea escuchado y no se siga desencuadernando el país.
Hay que pensar muy bien en organizar los eventos, en los cuales participe lo más representativo de la sociedad, gremios, centros de pensamiento y partidos políticos, entre otros, para darle otro “aire” al pueblo colombiano y lograr por medios pacíficos la Colombia que todos deseamos, no la del “Bogotazo”. Para ese propósito aspecto fundamental es exigir ante CNE que blinden las elecciones del 29 de octubre próximo, que exista la debida auditoría y transparencia. Queda muy poco tiempo para actuar.
No puedo concluir sin mencionar que ronda en el ambiente la idea de que si la coalición se deshace y no se aprueban las reformas propuestas, el gobierno consideraría el tema de una constituyente, lo que significa abrir una puerta a la dimensión desconocida.
Cualquier cosa puede suceder, incluída la caída del gobierno. Repasando la historia de Colombia la última Asamblea Constituyente se llevó a cabo en 1990, impulsada por un grupo estudiantil, creador de un movimiento llamado Séptima papeleta. En este momento la situación del país es muy diferente en todo sentido, las aguas suben y bajan, a más que una iniciativa como esa tendría que pasar por el congreso.