Lo que sucede por estas horas en Bolivia recuerda al desastre argentino en 2002, en el marco de la devaluación y la “pesificación asimétrica”. Por esos días, el presidente interino (para la bibliografía oficial, pero para las lecturas más rebeldes, el golpista) Eduardo Duhalde decía que el que depositó dólares, “recibirá dólares”. Antes de caer el gobierno de la Alianza, el Congreso había aprobado una ley que garantizaba la propiedad sobre los depósitos. Sin embargo, todas las aclaraciones…oscurecían. Mientras el gobierno boliviano camina por la cornisa, su banco central anuncia que “no faltan dólares” y las autoridades repiten como un mantra que la “economía es fuerte, solvente y estable”. La realidad dice otra cosa muy diferente. Desde febrero, el monopolio monetario dejó de publicar datos oficiales sobre las reservas en divisas con las que cuenta.
Hasta no hace mucho, el caso boliviano era defendido por varios analistas como un caso “milagroso”. Un populismo de izquierda eficiente y sustentable, que demostraba que en algunos casos el Estado puede hacerse cargo de forma eficiente de lo que no debería. Claro que, en la micro, en el territorio de Bolivia opera una especie de anarcocapitalismo del chiquitaje. El gobierno no se mete en el día a día del mercado informal y por eso muchas personas logran garantizar su sustento. Pero en la macro, como siempre ocurre, el Estado terminó rompiendo todo.
Lo que parecía un modelo estatista sustentable terminó chocando con la realidad. La “congelación” de los precios de los combustibles y los subsidios al sector terminaron en la desinversión que generan estas políticas en cualquier parte del mundo. La nacionalización de Yacimientos Petrolíferos Bolivianos por parte de Evo Morales terminó con el sector público llevándose una buena parte de los ingresos para financiar los desajustes de la economía.
Como pasó con los precios internacionales de la soja en Argentina durante el gobierno de Néstor Kirchner, Morales y el MAS tuvieron su apogeo. Claro que, al depender de estas cuestiones en lugar de contar con una economía sustentable y diversificada, como dice la canción “todo concluye al fin, nada puede escapar”. Ante la caída de los precios del gas, el gobierno se negó a ajustar las tarifas, incrementando las deudas y dilapidando reservas para pagar gastos corrientes. Parafraseando el título de otro clásico del rock argentino, hoy todo es un “lamento boliviano”.
“Bolivia ha entrado en una situación muy delicada debido a la concurrencia de enormes déficits fiscales y a la desinversión que ha generado en el área de recursos naturales. En particular en los sectores de gas y petróleo”, analizó Ricardo López Murphy en exclusiva para PanAm Post.
El diputado liberal argentino aseguró que Bolivia se está quedando sin gas y sin reservas, producto de una “fiesta de dilapidación” que tendrá inevitablemente “un muy mal final”. Para el economista la “fiesta” se debe a los recursos desperdiciados en enormes subsidios como el del precio del combustible, que no debió haber sido financiado por el tesoro boliviano en situaciones “normales”.
“Una gran parte del problema se debe a la renuencia de convocar inversión privada, que esté en condiciones de poder desarrollar con aptitud tecnológica las necesidades energéticas de Bolivia. Esta secuencia es muy propia de todos los regímenes populistas. Por eso en Cuba hay alumbrones en lugar de apagones, ya que los cortes pueden durar 16 horas. Venezuela está encima de un lago de petróleo, con reservas inmensas, pero cada venezolano sufre crisis energéticas recurrentes”.
Para López Murphy, los gobiernos populistas caen siempre en el problema repetido de desinversión en industrias de capital intensivo. “Siempre, parte de la fiesta es comerse el capital invertido en infraestructura y no reponer las amortizaciones, lo que termina en un desastre. En Bolivia el problema ha demorado más tiempo por el rol del comercio ilegal de drogas, que le ha proveído al gobierno recursos y al mercado negro. Pero ahora, el descalabro excede el margen de maniobra”, concluyó.