domingo, diciembre 22, 2024
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ChatGPT y los mediocres

David Cedrá,

Anda el personal revolucionado por algo llamado ChatGPT, una IA que vale para lo que vale y que algunos han rebautizado como el nuevo Oráculo de Delfos. Se ve que había mucha gente que no tenía según qué conversaciones, y ahora las tiene con una IA cuyas «respuestas» lee con el corazón arrobado y una expresión ora de pavor, ora de júbilo. Ya le han preguntado de todo: sobre el cáncer de mama (cuidado) y sobre cuestiones morales («¿Sería correcto sacrificar a una persona para salvar cinco?»), y un alcalde australiano ya ha dicho que va a demandarlo por difamaciones. Antena3 titula incluso «Gana la lotería con los números que le dio ChatGPT«, en un inesperado giro de los acontecimientos. Como será la cosa que Elon Musk, cofundador de la empresa que creó el invento, se ha juntado con otros compadres para escribir un manifiesto para que paren esto.

Quienes nos dedicamos a la empresa llamamos hype a los casos en que una compañía o tecnología recibe mucha más publicidad de la que merece; a cuando al público se le va la pinza y con él al mercado, para entendernos. En tales términos. ChatGPT es un hype como ha habido pocos en los últimos tiempos: una IA que sólo es un paso más de un largo camino que de ningún modo justifica la boba fascinación y el histerismo que se ha desatado. Para otro día dejamos los ochenta mil keniatas que trabajan a 2$ la hora para entrenar a ChatGPT para que nosotros nos pasmemos. Lo que sí es interesante de veras son las reacciones que esta tecnología ha suscitado, porque ha sido como si alguien hubiese pateado un avispero.

Empecemos por las letras, artículos y textos. Descubrimos patidifusos que ChatGPT escribe con más corrección que la mayoría de la gente, que sabe más que la mayoría de la gente y hasta que confecciona artículos mejores que los de alguna gente. Calibramos ahora, según parece, hasta dónde ha llegado la riada que está destruyendo la noble profesión del periodismo, y lo poco que valen y lo mucho que cuestan los opinólogos que por doquier florecen. Y eso que los artículos de ChatGPT son malos de solemnidad (no digamos los poemas y los cuentos, que de todo ha habido); pero, claro, aquí no hay mérito de la IA, sino demérito de los seres humanos. Arrasada la literatura y menospreciada la lengua en las escuelas, sorpresa: un algoritmo pasa a ser una pluma que si no es Champions ya se acerca a disputar la Europa League de los diarios.

Sigamos por el origen, la educación. Resulta que con ChatGPT se saca incluso nota en muchos de los trabajos individuales y grupales que pedimos a los alumnos, con el añadido de que, a día de hoy, Turnitin no es capaz de detectar estos plagios. Nos percatamos (¡ahora!) del bajo nivel de lo que estamos exigiendo, y además que hay muchos alumnos dispuestos a autoestafarse delegando estos trabajos en máquinas, a hacer como que aprenden mientras nosotros hacemos como que les enseñamos. Como si no hubiesen proliferado, por ejemplo, las empresas que hacen TFG y TFM y hasta tesis doctorales (cuyos «trabajadores», justicia poética, serán gracias a la IA progresivamente despedidos). De nuevo, esto no ensalza de ningún modo a ChatGPT, cuyos productos «intelectuales» son rabiosamente anodinos y están desprovistos de arte o pensamiento crítico; nos recuerda, en cuanto a la educación, dónde estamos.

No hace falta decir que los políticos no han perdido ocasión de hacer una vez más el ridículo a propósito del hype de turno. Y no cualquiera, sino toda una ministra de educación, doña Pilar Alegría, que se ha despachado en el foro Wake Up Spain 2023 (sic) diciendo que «educar acumulando contenidos ya no sirve, porque la Inteligencia Artificial es una realidad». Así es como quienes destruyen la educación no pierden ocasión de decirle a los pobres y futuros votantes que dejen de estudiar, mientras dirigen cuidadosamente a sus hijos a la educación privada en la que encontrarán toda esa pila de suculentos contenidos.

Y qué decir de lo que ha pasado con algunas «profesiones». Oía el otro día off the record que un coach le había pedido a ChatGPT que respondiera en modo coach a un cliente que tenía un dilema —«Necesito ayuda para motivarme y dar el 100% en mi trabajo actual, aunque he decidido buscarme otro»— y que el juguetito había deparado en diez segundos una respuesta de cinco razonables párrafos que él mismo habría firmado. Insistamos: esto dice entre poco y nada de ChatGPT, pero mucho de «profesiones» que seguramente no necesitamos.

Sin marcarme un Harari —quien, atento a cada detalle aparentemente distópico, ya debe haber pedido que alguien le sujete el cubata—, sí diré que todo apunta a que ya ha nacido gente que no va a trabajar nunca. Pero no tanto por culpa de fabulosas tecnologías, sino por cómo se ha desplomado el nivel medio. Les cuento lo que vemos ahí afuera quienes estamos en la educación y en la empresa: el 20% inferior es como el de hace treinta años (aunque más nini y menos delictivo-violento), y el 20% superior es absolutamente espectacular, una serie de portentos políglotas, multi-carrera, emprendedores, mejor que el de nuestros tiempos. Pero el 60% de en medio, la panza de la campana de Gauss, se ha desplomado. A esta gente es a la que ya supera la IA en muchos casos, y es de eso de lo que deberíamos ocuparnos cuanto antes.

El maestro zen suele emplear con sus discípulos algo llamado keisaku, una vara con la que les atiza para impedir que al meditar se adormezcan o se desconcentren. Ninguna «Inteligencia Artificial» es una inteligencia, y ChatGPT no se parece ni remotamente a una persona, ni va a destruir trescientos millones de empleos. Pero si nos sirve de keisaku para darnos cuenta de que es la mediocridad que estamos creando, y no el avance de la tecnología, la que nos puede sepultar, bienvenida sea. A ver si a fuerza de escandaleras nos damos cuenta de una vez que el emperador va desnudo.

Fuente: La Gaceta de la Iberosfera

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