Pbro Juan Lázaro Vélez González,
En el mes de enero del año en curso se dio a conocer el nuevo programa denominado “Parole Humanitario” para Venezuela, Nicaragua, Haití y Cuba. Este “privilegio migratorio” facilitaría un respiro sustancial a las ya citadas naciones en precaria supervivencia sobre todo en el tema de Derechos humanos y libertad de expresión.
¿Qué es el “Parole Humanitario”? A continuación, haré una breve síntesis para comprenderlo mejor.
El parole es un tipo especial de admisión a los Estados Unidos, no una visa, aun cuando a los beneficiarios se les estampa este permiso de entrada en sus pasaportes, de manera similar a una visa. El parole es un programa que se ejecuta a discreción de los Servicios de Inmigración y Ciudadanía de los Estados Unidos (USCIS), aunque la Sección Consular es quien realiza la mayor parte del procesamiento. A diferencia de las visas de inmigrante, los beneficiarios del parole no entran a los Estados Unidos con estatus de Residente Legal Permanente (LPR). Sin embargo, la Ley de Ajuste Cubano (CAA) actualmente permite que los cubanos favorecidos por el parole soliciten ajustar su estatus a Residente Legal Permanente a partir del año de haber entrado a los Estados Unidos.
Todo este proceso migratorio ha renovado las esperanzas a tantos hermanos cubanos, cansados de bregar en la silenciosa desilusión del resistir o el morir. Con este programa se puede establecer un récord en la ola migratoria del pueblo cubano en busca de libertad y de dignidad. De acuerdo con datos actualizados por la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés), en diciembre pasado cruzaron 44.064 nacionales de Cuba, lo cual deja cifras de 313.488 en todo el año.
Es importante subrayar que estos hechos de estampidas migratorias en Cuba han traído como consecuencias a lo largo de la historia irreparables rupturas de la familia cbana y también en el ya deplorable programa educacional, social, institucional y económico.
Lógicamente no es posible asentir a un sistema donde los seres humanos deban resistir al desamparo total de sus derechos y a su dignidad de ser personas. Por consiguiente, en el fondo lo que se desea es a un libertador que patrocine el camino a la dignidad y a la libertad de ser hijos de un futuro promisorio que ha sido secuestrado por más de seis décadas.
A lo largo de la historia patria los hijos de la diáspora en conjunto con sus hermanos de la Isla han sido fuente de refundación de la Casa Cuba, aportando desde lo material de sus recursos para ayudar a las causas nobles como su intelecto para que se restauren los derechos y la democracia participativa de todos los gestores de partidos políticos y de la sociedad civil.
La nación está tan necesitada en el presente-futuro de hombres y mujeres de buena voluntad para levantar las ruinas de una isla sepultada en la más triste miseria de todas las conocidas en su devenir histórico como nación, desde el 20 de mayo de 1902.
No tener derecho a tener derechos; al respecto, en una ocasión se refería el Papa Francisco y cito:
“Cuando el pueblo está descartado, se le priva no sólo del bienestar material sino de la dignidad del actuar, de ser protagonista de su historia, de su destino, de expresarse con sus valores y su cultura, de su creatividad, de su fecundidad. Por eso, para la Iglesia es imposible separar la promoción de la justicia social del reconocimiento de los valores y la cultura del pueblo, incluyendo los valores espirituales que son fuente de su sentido de dignidad. En las comunidades cristianas, estos valores nacen del encuentro con Jesucristo, que busca incansablemente a quien está desanimado o perdido, que se desplaza hasta los mismos límites de la existencia, para ser rostro y presencia de Dios, para ser “Dios con nosotros”.
Es justo y urgentemente necesario, restablecer en la nación cubana nuevas políticas que restablezcan los Derechos Humanos y que puedan desarrollarse transparentemente los proyectos que consigan que cada ciudadano llegue a gozar de los bienes de su patria en libertad y en paz. Nos lo merecemos todos los cubanos por pura Gracia de Dios y de su Santísima Madre.
Creo, en este sentido, en el poema que mejor resume el deseo ardiente de unos hijos en busca de la verdadera Casa Cuba.
Virgen del Cobre, cubana que llegaste sobre el mar a sostener y amparar nuestra isla soberana. Marinera, capitana sublime de nuestro anhelo que como un barco de duelo hoy boga por la aflicción, dirige la redención timoneando desde el cielo. No importa si allá a tu imagen la han vestido de uniforme pues no hay nada que deforme tu realeza aunque la ultrajen. No importa que ahora viajen los tres Juanes al destierro si alrededor de aquel cerro de la Cruz que te acompaña un pueblo entero en campaña tiene sustancia de hierro. Madre de amor, madre ardida de perdón y caridad, envía tu claridad a los que la luz olvidan. Restáñanos está herida que el odio nos ha sajado, hoy sangra nuestro costado como aquel del crucifijo, tu pueblo, como Tu Hijo, grita que está abandonado. Ya sabes lo que nos hiere, ya sabes del paredón, conoces la inmolación de la nación que te quiere. Madre: ¡que Cuba se muere y es urgente este mensaje! ponte de nuevo tu traje de reina y sal a ordenar que vuelva a resucitar la alegría en tu paisaje. Tú sabes que perseguida o extraviada anda la fe, que como oscuro café va el alma del deicida, y la criatura reída que tienes entre los brazos es una estampa en pedazos al pie de un volcado cirio, blasfemia, insulto, martirio, entre ofrendas y rechazos. Si es que por ser pecadores sufrimos expiación, alcancemos el perdón siquiera porque no llores. Que como el cobre fulgores hace en las piedras chispear tu gracia vaya a alumbrar al alma más torva y dura pues solo por tu ternura podremos cicatrizar. Oh Virgen, que el tiempo pasa sin irte a ver al santuario y queremos un rosario para rezarlo en Tu casa. Queremos ver si traspasa la celda del prisionero algo más que el carcelero que lo mantiene cautivo, milagro caritativo que abra la jaula al jilguero. Oh Madre, que yo quisiera marchar en tu procesión cantando, sin la oración afligida y lastimera. No sé qué te prometiera porque otorgaras el don de hacernos volver al son de aquel himno de Perucho no a herir, sino a amarnos mucho flotando en tu bendición.