OMAR ESTACIO Z.,
Horas antes de la instalación de la Cumbre de Bogotá del martes pasado, el tirano de Miraflores y su áulico más untuoso posaron de energúmenos ante la TV gobiernera. Amenazaron con el no reinicio de los diálogos de México, a menos que se cumpliesen, con carácter previo, una serie de condiciones por demás estrafalarias. El sainete, hubiese sido para soltar la carcajada de no haber mediado la tragedia compatriota.
Evidente que Petro, le previno a su protegido, socio, compinche, carnal, altopana, comanditario, que de acuerdo con lo precocinado por el propio presidente de Colombia con el resto de los participantes del citado evento iba a verse obligado -“sí o sí”- a volverse a sentar a dialogar en México.
Todo indica que la farsa de las bravatas fue para presentar la reincorporación de la narcocleptocracia, a dichas conversaciones como una supuesta concesión. O su calidad de perdonavidas.
Petro, en su discurso de instalación -paz y amor, al mejor estilo narcochavista pese a que esa gentuza lo único que porta es odio, sangre y destrucción- les atribuyó a las sanciones internacionales contra la tiranía, todas las penurias sociales y económicas que padecemos los venezolanos. En lo tocante a las recurrentes violaciones de derechos humanos y a la comisión de delitos aberrantes, no tuvo más remedio que asignarle efectos mágicos al “reingreso” del desgobierno de Maduro al sistema de tutela de los derechos humanos de la OEA. Es como asegurar que un chupasangre de los derechos fundamentales de solo reinscribirse en tales organismos muta, por arte de birlibirloque, de vampiro hidrofóbico en Madre Teresa de Calcuta. Pero ocurre que la Bestia Negra del chavomadurismo, además, exhibe el dudoso honor de no permitir desde 2002 hasta hoy, ni asomar sus narices en el territorio nacional a los funcionarios de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH). Tampoco a los enviados del Grupo de Trabajo Sobre la Detención Arbitraria. Ni a los integrantes de la Relatoría Especial sobre la Tortura. Menos aún, a los oficiales de la Misión internacional independiente de determinación de los hechos sobre Venezuela, presidida por la jurista Marta Valiñas. La narcotiranía, agrega a su prontuario, el campeonato mundial invicto en lo que se refiere a desacato acompañado de sonoras trompetillas a cuanta sentencia, resolución, recomendación, medida cautelar o preventiva, emana de los referidos entes u organismos que se les parezcan.
En lo que atañe a los procesos judiciales, el tirano está mal acostumbrado. Pretende hacer en el extranjero lo que hace a diario en Venezuela. Vale decir: Agarrar con sus manotas tintas en sangre, un teléfono y espetarles al presidente de la Corte Penal de La Haya o al magistrado Robert Scola que conoce la causa contra el “embajador” de Maduro, Alex Saab:
- Oye, juez Scola, o tú, como te llames, presidente de la CPI: nos emiten, sin aviso y sin protesto, una indulgencia plenaria a mí y a mis compinches por nuestra peores depravaciones po´que pa´eso semo gobielno y ¡pa´gozá!
Y al demonio con las víctimas y sus familiares que van por ocho millones, porque el desplazamiento forzado de venezolanos, ya ha sido alegado por la Oficina Pública de Defensa de las Víctimas de la CPI, para afirmar la jurisdicción de esta última en esa materia.
Petro y con él, varios jefes de Estado que lo secundan, consideran que, encapsulándolo en el territorio de Venezuela, se van a deslastrar de la pesada carga de tener un narcogobierno en el vecindario. Es una lástima que crean tal cosa. La tiranía, vive para delinquir y delinque para vivir, fuera y dentro de Venezuela. Su única ley, es que no hay ley. No hay diálogo que valga para detener su furor de Mesalina por meter mano en la Tesorería Pública y su vocación de traficante de todo que sea ilícito, inmoral o dañino para la salud. En cuanto a sus violaciones de derechos humanos, ese es su ethos, su razón de ser, parte consustancial de su condición de organización internacional del crimen.
La verdadera batalla en México está por comenzar. Es la enésima vez que se inicia un diálogo con semejantes bribones. Elecciones creíbles y con garantías que las urnas de votación no reciban el patadón del tirano cuando pierda por paliza. Eso es lo que demanda el más elemental anhelo de decencia. Los demócratas estamos en la obligación de hacerle marcaje a presión a la “representación” de la disidencia en Venezuela en dichos diálogos. Uno de sus miembros haría mejor en recusarse a sí mismo ¡ya! por sus notorios vínculos comerciales, con un valido de la tiranía. Que se largue antes de que sea obligado a hacerlo y muchas gracias por sus “servicios” hasta la fecha.
En lo que se refiere a la supuesta mediación de Petro no hay que perderlo de vista. Detrás de esos discursos almibarados se agazapa un matón.
Post scriptum: No podíamos pasar por alto, en los presente comentarios, que el presidente Petro se ha declarado, hagiógrafo, defensor, hincha o lover de los derechos humanos y de la Comisión Interamericana de DDHH (cuando le acomoda). Lo comprueba la expulsión express del diputado Juan Guaidó de Colombia, el pasado 24 de abril en abierta contravención de la Resolución 04/19 de su amada, la propia CIDH (cuando le acomoda) que fijó los «Principios Interamericanos sobre los DD HH de todas las personas migrantes, refugiados y víctimas de al trata de personas» (San Salvador, 7 de diciembre de 2019) cuya Sección X, establece el derecho al acceso a la Justicia de todo migrante o refugiado. Sencillamente, porque el gobierno del señor Petro, no le abrió expediente administrativo de deportación y si lo abrió no le impuso formalmente a Guaidó los motivos de esta última, ni le dio oportunidad de asistencia letrada, ni de exponer hechos ni aportar pruebas en su descargo, ni de ejercer apelación. Lo decimos, más allá de la posible descortesía internacional del señor Guaidó, de pretender interactuar en una convención internacional, sin figurar en la lista de invitados.