Juan David Vélez,
El pasado primero de mayo, el presidente colombiano Gustavo Petro volvió al balcón de la Casa de Nariño para realizar un discurso ante las multitudes que lo apoyan. Aprovechando la celebración del Día del Trabajo, y con una propuesta de reforma de salud, pensional y laboral en trámite en el Congreso, esbozó un discurso lleno de populismo amenazante, contradictorio y, sobre todo, muy peligroso para el futuro de Colombia.
No cabe duda de que esta es una nueva demostración de que el líder colombiano repite el libreto escrito por el dictador Fidel Castro, el mismo que ha sido utilizado por caudillos de regímenes latinoamericanos en las últimas dos décadas.
Cada vez que Petro sale ante su público colombiano hace gala de la vocifería de Chávez y Maduro, pero algunas veces, incluso, le suma el ‘antidemocratismo’ de Ortega o Castillo. Pasamos a frases insultantes y peligrosas hacia el sector privado, el cuestionamiento a un sistema de salud que tiene mucho por mejorar, pero que ha generado una posibilidad de salud digna para la mayoría de los colombianos, y al ataque directo a los empresarios por la supuesta explotación a los empleados, terminando con la amenaza de violentar la independencia del Congreso y quebrantar la separación de poderes, no sin antes llamar a una “revolución”, en caso de no tener el apoyo de las mayorías para lograr pasar sus proyectos.
Y por supuesto, con su tinte de emperador, se le suma su continuo ataque al capitalismo, el sistema democrático que ha permitido que a la sociedad se le garanticen sus derechos, y arremete, como es costumbre de estos caudillos, contra los Estados Unidos y países europeos desarrollados.
Pero vale la pena analizar que la narrativa nacional difiere mucho de la narrativa internacional. Petro hace un llamado en Colombia a la descarbonización de la economía, eliminando por completo la posibilidad de nuevas exploraciones de hidrocarburos, mientras que a nivel internacional habla de transición energética. En Colombia habla de la legalización de la droga, mientras le presenta al mundo su supuesto éxito en la interdicción de pasta de cocaína en el Pacífico y el Atlántico, a pesar de que es evidente el aumento de cultivos de coca en el país suramericano. Hoy podrían estimarse más de 300.000 hectáreas de cultivos ilícitos, una verdadera vergüenza.
Adicionalmente, a pesar de que su popularidad va en picada en Colombia, y la de su vicepresidente Francia Márquez, pues tuvo un aumento de casi 30 puntos de desaprobación y le tocó hacer un revolcón total de su gabinete de ministros, generando una crisis política sin precedentes, en el extranjero se ufana de un apoyo abrumador de su plan de gobierno y del supuesto cambio que quiere generar.
Lo que sí sorprende es la postura de países amigos y socios estratégicos de Colombia, como lo son Estados Unidos y España. La visita de Petro a la Casa Blanca dejó un sinsabor para quienes mantienen una permanente defensa de los valores democráticos del continente y el mundo. No se vio ningún cuestionamiento por parte del Gobierno de Biden, a la inoperante estrategia contra las drogas, la extradición o el tema migratorio.
En España, fue incluso peor la situación. A pesar del continuo discurso de Petro en contra del colonialismo español y la herencia que recibimos de la llamada Madre Patria, fue recibido con todos los honores por el rey Felipe VI, condecorado con la Orden de Isabel la Católica. Solo 48 horas antes, criticaba al “yugo español”, pero recibió, además, las llaves de la Ciudad de Madrid. Como dijeron algunos medios en España: “le blanquearon la cara”.
Así, ante la comunidad internacional, Petro continuará utilizando su discurso de supuesto mediador sobre la situación política de Venezuela, cuando ya por muchos es llamado “el canciller de Nicolás Maduro”.
Valdría la pena saber cómo actuará la comunidad internacional ante el nuevo líder de la izquierda latinoamericana. ¿Lo acogerán como a Lula da Silva, quien a pesar de su turbio pasado judicial y políticas públicas bastante cuestionables durante su primer mandato, ha sido visto como un líder que respeta el orden constitucional de Brasil? ¿O veremos una comunidad internacional asumiendo una posición romántica, como la que ha mantenido por más de 60 años con la dictadura de Cuba? ¿O tendremos una posición cambiante, algunas veces fuerte, otras blanda, como la que asume contra el dictador Maduro? ¿O finalmente tendremos una comunidad internacional que cierra sus ojos ante la evidente y continua violación de los derechos humanos, como pasa en Nicaragua?
Sin duda alguna, la narrativa de la izquierda latinoamericana ha cambiado, lo que le ha permitido avanzar en sus propósitos.
También es importante saber qué narrativa y accionar asumirán aquellos líderes mundiales en torno a los desafíos que surgen con estos liderazgos izquierdistas, que cambiaron la fórmula para llegar al poder, pero los resultados no distan de los ya conocidos en los países del mundo donde sometieron a los pueblos al modelo socialista.