Chile acelera el rumbo de regreso a la senda que en las décadas precedentes hizo del país un ejemplo para toda Iberoamérica. El plan de la izquierda para convertirlo en una nueva Bolivia ha fracasado. La elección popular de los 50 redactores de la nueva Constitución concluye con una victoria arrolladora de las derechas y, en concreto, del Partido Republicano, el más votado, con un 35%, lo que le da casi la mitad de los escaños. Se trata de un partido que no tiene ni cuatro años de existencia.
Chile había sido un modelo de estabilidad política y desarrollo económico desde la restauración de la democracia en 1989, hasta que la nueva izquierda alimentada por el Foro de Sao Paulo (y la prensa occidental) lo subvirtió mediante la violencia en 2019. La propuesta de esas izquierdas para solucionar todos los problemas económicos y sociales del país era derogar la Constitución vigente. El presidente de entonces, el liberal Sebastián Piñera, un Mariano Rajoy calcado, se rindió a la violencia y convocó una convención constituyente al margen del procedimiento de reforma, tan usado en los años anteriores que hasta se eliminó de la ley fundamental la firma del general Augusto Pinochet y se sustituyó por la del socialista Ricardo Lagos. «Basta de tumultos, que son malos para la economía, que es lo más importante», debió de pensar Piñera.
A partir de esa capitulación moral y política, la izquierda impuso su agenda y ganó todas las elecciones siguientes: el referéndum de 2020 sobre la redacción de una nueva Constitución; la elección de los miembros de la Convención Constituyente; y en 2021 la presidencia de la república en la persona de Gabriel Boric, un activista de 35 años que no pertenecía a ninguno de los partidos habituales. Pero la reordenación no se produjo sólo en la izquierda, sino también en el otro campo: en 2019 apareció un nuevo partido, el Republicano, que pretendía sustituir a los dos nacidos después del régimen militar en la derecha, la UDI y Renovación Nacional. Éstos se habían corrido tanto a la izquierda que muchas de sus propuestas, sobre todo en ingeniería social, estaban copiadas de los programas de la extrema izquierda.
En septiembre de 2022, los chilenos rechazaron por un abrumador 62% de los votos el nuevo proyecto de Constitución, que habría convertido al país en la California de Sudamérica. Se habría implantado con rango constitucional, todo lo que sufrimos en España merced al PSOE, Podemos y PNV, desde la eutanasia a las autonomías, más cuotas especiales para los pueblos «originarios» y representación para las ONG. Incluso en las comunas más pobres y de residencia mayoritaria de mapuches ganó el «rechazo». El «sí» sólo venció en ocho de las 346 comunas del país. Un vuelco completo, ya que en el referéndum de 2020 el «no» sólo superó el 50% en cinco municipios.
La reacción de la izquierda mundial consistió en culpar del descalabro a las fake news difundidas por «la extrema derecha» inspirada por Steve Bannon y Donald Trump. Toda derrota es siempre por la acción de malvados ocultos y poderosos, nunca por errores propios… o porque el pueblo al que se pretende redimir no está interesado en las recetas que se le ofrecen.
La clase política pactó proseguir el proceso constituyente, con una nueva asamblea de 50 miembros, que se eligió el domingo 7 de mayo, y el resultado muestra que el «no» de 2022 no fue un desahogo ni un error. Con un 66% más de votos válidos que en el referéndum anterior (9,8 millones frente a 5,9 millones), el fracaso de la izquierda es descomunal. El Partido Republicano de José Antonio Kast, ha obtenido 22 representantes. Sus casi 3,5 millones triplican el millón escaso que recibió en 2021 la coalición Apruebo Dignidad, en la que se incluía el partido de Boric, Convergencia Social (fundado en 2018), más el PS y el PC.
Sumados los 23 escaños republicanos con los 11 de la coalición de la UDI y Renovación Nacional, las derechas tienen mayoría absoluta en el Consejo Constitucional y, además, pueden superar cualquier intento de bloqueo por parte de las izquierdas. Ahora corresponde a los viejos partidos decidir si desean agradar a la izquierda o bien formar una nueva mayoría social.
Otro de los resultados importantes de la jornada fue el hundimiento de uno de los partidos tradicionales de Chile: el demócrata-cristiano, compañero de viaje de la izquierda en todas sus aventuras, incluso en la elección de Salvador Allende en 1970. Su lista, Todo por Chile, no alcanzó los 900.000 votos y quedó sin ningún diputado. Los socialistas sobreviven con seis actas gracias a que la nueva izquierda les ha cedido unos huecos en su coalición, igual que en Francia.
¿Cuáles son las causas del descalabro de la izquierda, dueña de la presidencia de la república y del relato, y del triunfo de un partido incómodo contra el que ha disparado todo el establishment? La primera explicación es que dato mata relato. El crecimiento de la delincuencia y la inmigración, junto con el estancamiento económico, son más importantes para el pueblo. En 2022 se cometieron 934 homicidios, casi un 50% más que el año anterior, cuando fueron 695; unas cifras superiores a las de España y descomunales para un país habitualmente tranquilo y de sólo 18 millones de habitantes. Además, en los últimos años han penetrado cientos de miles de inmigrantes legales e ilegales, sobre todo haitianos y venezolanos; tantos que algunos calculan que la inmigración total ronda el 10% de la población.
La nueva izquierda ofrece, por el contrario, esos planes para minorías que tanto gustan en la ONU y en la fundación Open Society: derecho de cambiar el sexo en los documentos de identidad a partir de los 14 años; combate a la «emergencia climática»; legalización del aborto; erradicación del «privilegio blanco»; cuotas y multas para asegurar la «diversidad»… Esta colocación voluntaria en la irrealidad se puede ilustrar con el reproche a los partidos de izquierdas hecho por el profesor Cristóbal Rovira: «Todos los actores, desde los comunistas a los republicanos, han debatido sobre seguridad ciudadana día y noche, es el tema de la ultraderecha». Conclusión: No se debe hablar de delincuencia, aunque exista.
El éxito de Kast y los republicanos en Chile confirma que se puede vencer en unas elecciones hablando a la gente de sus verdaderos problemas y ofreciéndoles soluciones. La escandalera de las minorías subvencionadas retrocede frente a la mayoría silenciosa.