LA HABANA.- La palabra «revolución» gravita, más temprano que tarde, entre los mandatos oficialistas de la izquierda y algunas dictaduras de América Latina, aun cuando, su ascenso al poder no haya sido producto de una gesta típicamente «revolucionaria».
El nuevo capítulo lo protagoniza ahora el presidente colombiano Gustavo Petro, el primer exguerrillero en llegar a la jefatura de Estado en Colombia. No llegó Petro al Palacio de Nariño con las armas, ocupa la Presidencia dentro de un sistema democrático que incluso permite que quienes combaten al sistema democrático se proclamen triunfadores, reseña Diario de Cuba.
Tras varios intentos por llegar al poder, y después de ocupar diversos puestos dentro del orden establecido, siempre por voto popular, Petro supo moderar su discurso cuando era necesario y hacer alianzas, a toda luz táctica o momentáneas con los factores conservadores de Colombia.
Este Primero de Mayo ha pasado a considerarse un punto de inflexión en Colombia. El presidente no solo tomó distancia de sus aliados de oposición y se lanzó a la calle, encabezando una marcha de los trabajadores teniendo un rol que, en verdad, no le corresponde, dado que no es ningún dirigente sindical. Necesitaba Petro el baño de masas y en ese escenario ha usado —por primera vez desde que llegó al poder— la palabra «revolución» para definir qué es lo que quiere hacer con el poder que le dieron, no las armas, no la lucha guerrillera, sino la ciudadanía ejerciendo su derecho al voto.
No caben los paralelismos entre Gustavo Petro y Hugo Chávez, ambos responden a dos momentos y dos realidades distintas, y tenían además trayectorias bastante diferentes. Desde este Primero de Mayo, sin embargo, pasan a tener una dimensión que les hermana: la narrativa de la revolución como parte del mensaje de personajes que fallaron en sus objetivos de alcanzar el poder por vía de las armas (Petro como guerrillero, Chávez como soldado golpista), y que una vez que están en el poder quieren (re)construir su propia historia política.
En este siglo XXI, de movimientos pendulares en la política latinoamericana, Petro, como lo hizo hace algo más de dos décadas Chávez, desde el poder va tejiendo la versión de que encabeza una supuesta «revolución». Necesita tener su propia gesta, para de alguna manera —en el plano simbólico— emular o equipararse con el Fidel Castro de la Sierra Maestra.
«No se llamen a engaños, esta es una revolución pacífica pero armada», repitió hasta el cansancio Chávez por largos años. El poder armado en el cual basó su régimen llamándolo Revolución Bolivariana, con el paso del tiempo y después de su muerte terminó siendo el instrumento de una represión contra la disidencia política, actualmente bajo la lupa investigativa de la Corte Penal Internacional (CPI). Que Venezuela haya sido el primer país latinoamericano en el cual se activa un procedimiento del Tribunal de La Haya por crímenes de lesa humanidad, constituye como ninguna otra una de las dolorosas herencias que dejó la mal llamada revolución de Chávez entre los venezolanos.
Rafael Correa, hoy exiliado en Bélgica para evadir la Justicia de Ecuador, protagonizó su «Revolución Ciudadana». No pocos ministros y altos funcionarios de su década de gobierno terminaron con sentencias judiciales por corrupción.
La «revolución» de Pedro Castillo fue efímera y dejó a un Perú más atascado en una crisis sistémica que no parece tener fin. Su sucesora, electa con él como vicepresidenta, Dina Boluarte, lleva adelante un Gobierno en contra de la mayoría de los peruanos, incluidos los más pobres, a quienes en teoría iban a defender cuando fueron electos en 2021.
Otros referentes latinoamericanos oficialistas como Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) o Andrés Manuel López Obrador (México) evitan definir a sus gestiones como una revolución, aunque en público y en privado expresen su admiración por la «revolución cubana».
López Obrador insiste en su «transformación», pero repite la cartilla del lenguaje revolucionario cubano con frases de este tipo: «El Ejército es pueblo uniformado», para referirse a los uniformados como sostén de su Gobierno.
Volvamos a Colombia. En las semanas antes de asumir como jefe de Estado, hace nueve meses, diversos estudios de opinión reflejaban que Gustavo Petro tenía como gran enemigo para su Presidencia las enormes expectativas de cambio que había generado durante su campaña electoral.
Después de un periodo aún breve para sus cuatro años de gestión, pero sin logros significativos que mostrar, Petro se lanza por la calle del medio diciendo que lo suyo es una revolución. Colombia ha cerrado este Primero de Mayo un ciclo político, definitivamente.