Los dos finales del kirchnerismo, el primero de tres períodos y el segundo de uno, siguieron la premisa marxista de que la historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa. Tanto en 2015 como en 2023, la “casi dictadura”, que no pasó de ser más que un gobierno autoritario y corrupto que no pudo romper las totalmente instituciones, se va por la puerta chica, repudiado por la mayor parte del electorado y a las patadas con una justicia que oscila entre el tiempismo y la independencia.
En la primera parte, tras un mandato de Néstor Kirchner y dos de CFK, el entonces Frente para la Victoria fracasó en buscar una reforma constitucional que avale un tercer mandato de la actual vicepresidente. Las masivas manifestaciones populares quitaron el tema de la discusión política y la justicia decidió ponerse firme cuando el gobierno se agotaba.
No hubo “ley de medios” ni “democratización de la justicia” y tampoco pudieron desguazar el Ministerio Público Fiscal. Así, un día se tuvieron que ir y comenzó la transición fallida del macrismo, que al menos hizo que el kirchnerismo tenga que empezar de nuevo y reiniciarse en 2019.
Con el modelo estatista más agotado y con menos paciencia en la opinión pública por la grave situación económica, este año lo más probable es que no haya ninguna continuidad del oficialismo. Los más optimistas incluso ven al kirchnerismo fuera del balotaje y desapareciendo de la política grande argentina.
Cuando nadie lo esperaba, la Corte Suprema de Justicia le dio la estocada final al segundo capítulo de la “casi dictadura”. Con una cautelar inapelable, el máximo tribunal suspendió las elecciones en San Juan y en Tucumán, con argumentos absolutamente lógicos: ninguna de las dos constituciones provinciales habilita más de dos mandatos consecutivos para sus gobernadores y vices. Con insólitos argumentos, los peronistas Sergio Uñac y Juan Manzur quieren repetir, como si se tratara de una vuelta más en un carrusel. Uno pretendía el tercer mandato consecutivo y el otro, que estuvo ya cinco períodos en el Poder Ejecutivo, argumenta que puede participar, ya que ahora va para vicegobernador (a diferencia de los dos períodos previos al frente de la gobernación).
Sin más que hacer que protestar en las redes sociales, los voceros del oficialismo hicieron la insólita catarsis. Algunos aseguraron que “gobierna” la Corte Suprema (“que no votó el pueblo”) y otros que “terminó la democracia”. Claro que nadie hizo ninguna referencia a las constituciones de ambas provincias, que el máximo tribunal interpretó como corresponde.
“Quiero decirle a la Corte Suprema que podrán olvidar el federalismo y hasta suspender una elección, pero jamás podrán suspender la voluntad popular”, dijo esta tarde Alberto Fernández por cadena nacional. Se lo vio agotado y vencido. Parece que su mandato no fue de cuatro años, sino de veinte. Su voz es finita y titubeante. Algunas palabras incluso no están pronunciadas correctamente, producto del agotamiento mental y el cansancio. El maquillaje no puede ocultar las pronunciadas ojeras, que casi rozan con la línea que se forma a los costados de la boca. Se metió en una picadora de carne, que fue el resumen de los primeros doce años del kirchnerismo reducidos en cuatro. Y así terminó. Liquidado.
En octubre se escribirá una nueva página en Argentina. Podrá ser una nueva transición fallida de antesala del regreso del populismo o el primer capítulo de la salida de la pesadilla. Lo dirán las urnas y los argentinos, que comienzan a considerar ideas diferentes a las que primaron en la política los últimos veinte años.