jueves, noviembre 28, 2024
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PICA Y SE EXTIENDE

José Toro Hardy,

Ni siquiera en un ejercicio desbocado de la imaginación se entiende la destrucción masiva a que ha sido sometida nuestra industria petrolera. Hoy en día sólo quedan las cenizas de lo que fue PDVSA, la empresa petrolera de mayor crecimiento en el planeta y que, en menos de 25 años había llegado a transformarse en la segunda mayor empresa petrolera del mundo.

Al observar las inexplicables colas en las estaciones de servicio de todo el país para surtirse de gasolina, uno no puede menos de experimentar una profunda sensación de tristeza.

Para 1998, cuando el presidente Chávez accede al poder, PDVSA tenía un potencial de producción petrolera del orden de 3,7 millones de barriles diarios y Venezuela se aprestaba a aumentar su producción por encima de los 5,5 millones de barriles por día gracias a la Apertura Petrolera que se hallaba en pleno desarrollo. Las ventas de nuestra casa matriz petrolera eran del orden de los 35.000 millones de dólares (a pesar de que el precio del barril era de unos $12). La capacidad de nuestra refinerías, aquí o en otros países, se acercaba a los 3 millones de barriles diarios. La producción petroquímica de Pequiven (filial de PDVSA) era de 4,1 millones de tn/año. La producción de carbón alcanzaba a 5,1 millones de tn/año y estábamos produciendo casi 5 millones de tn/año de Orimulsión (hoy abandonada).

Después de varias horas haciendo cola en una bomba en El Cafetal, nos viene a la memoria que en 1998 Venezuela era propietaria, total o parcialmente, de más de 20 refinerías en el mundo. Sólo en Venezuela contábamos con seis: El Complejo Refinador de Paraguaná -en su momento el mayor del mundo- integrado por las refinerías de Amuay, Cardón y Bajo Grande. En Carabobo teníamos El Palito y en oriente teníamos las refinerías de Puerto La Cruz y la de San Roque. La capacidad interna de refinación de PDVSA alcanzaba a 1,3 millones de barriles/día y abastecíamos no sólo el mercado interno, sino que exportábamos a todo el Caribe.

En los EEUU éramos dueños, total o parcialmente, de 8 grandes refinerías: Corpus Christi (100% propiedad de Citgo),
Chalmette (50%),
Lake Charles (100%),
Paulsboro (100%),
Lemont (100%),
Swenny (100%),
Savannah (100%) y
Lyondell (42%). Teníamos participación en oleoductos que atravesaban ese país de sur a norte; controlábamos en 10% del mercado interno de gasolina de esa nación y éramos capaces de llevar nuestro petróleo desde nuestros yacimientos hasta el tanque de gasolina de los automovilistas estadounidenses a través de una red de 17.500 estaciones de servicio abanderadas con nuestra marca CITGO, pasando todo el tiempo por instalaciones venezolanas: pozos, refinerías, terminales, tanqueros y súper tanqueros, oleoductos y estaciones de servicio. Contábamos con una integración vertical perfecta.

En el Caribe teníamos refinerías en Curazao y en las Islas Vírgenes, la de Saint Croix (50%) en asociación con Hess. El Caribe era una suerte de “mare nostrum” para el petróleo de Venezuela.

En Europa contábamos con: 4 refinerías en Alemania (50%) en asociación con Ruhr Oel y varias refinerías ubicadas en Suecia, Bélgica y el Reino Unido en asociación con Nynas.

Nuestra capacidad de refinación, en Venezuela y en el exterior, se acercaba a los 3 millones de barriles diarios (1,3 millones de b/d en Venezuela, 950.000 b/d en los EEUU, 265.000 b/d en Europa, y casi 600.000 b/d en el Caribe).

¿Cómo hemos hecho para destruir ese emporio en tan poco tiempo? Hoy somos nada más que un productor marginal de petróleo y un exportador insignificante. Ya no somos capaces de abastecer ni siquiera nuestro deprimido mercado interno de gasolina y dependemos de unos tanqueros iraníes, con los transponders apagados, lleguen subrepticiamente al país.

Esta gente son unos incompetentes que tienen el tupé de pedirnos que votemos en unas elecciones amañadas. La escasez de gasolina pica y se extiende, aunque quizá logre entrar uno que otro tanquero y que alguna refinería pueda arrancar espasmódicamente y alivien la situación temporalmente, al menos en Caracas.

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

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