Hugo Marcelo Balderrama,
Una gran parte de la población rural de Bolivia, desde ya hace bastantes años, tiende a abandonar su tierra natal, marchando a los centros urbanos, en especial, Santa Cruz, o al extranjero. El año 2019, justo antes de la renuncia y posterior fuga de Evo Morales, la Fundación Jubileo mostró que la pobreza moderada rural afecta a 53,9 % de la población y la pobreza extrema rural a 34,6 %. Por su parte la CEPAL, una institución que no puede ser catalogada de «neoliberal», expuso que en las zonas rurales las personas son 18,9 % más pobres que en las ciudades y remarcó que el 48,8 % de los aborígenes comparten esta condición, datos nada alentadores para un gobierno que abanderó el indigenismo por varias décadas.
Allá por el 2014, la dictadura presumía del Tupac Katari, el primer satélite boliviano puesto en los aires y del ingreso del país a la era digital. Sin embargo, un estudio de la página We are social indicó que solamente un 6 % de la población rural tiene acceso a internet. Otra de las realidades es que el 90 % de los hogares de las zonas rurales ni siquiera tienen un computador. Es decir que los millones de dólares que se gastaron en el satélite fueron a parar en otro de los grandes derroches de Evo Morales y García Linera.
Las cosas no son mejores para los habitantes de las zonas urbanas, pues incluso la generación millennial tiene muchas dificultades para incorporarse a la actividad productiva. Por ejemplo, según el estudio “Jóvenes y Empleo”, elaborado por la Red de Líderes por la Democracia y el Desarrollo (Relidd), el 41 % de los jóvenes en Bolivia no tiene empleo estable, 85 % de los que tienen trabajo no aporta a las AFP para su jubilación y el 78 % ha tenido que buscar un puesto laboral durante más de seis meses.
Si bien, el 60 % de la población boliviana es joven, además con formación universitaria, incluso de posgrados, están engrosando el sector informal del país o migrando más allá de las fronteras.
La Escuela de Formación para la Democracia y el Desarrollo (ESFORDD), en un estudio titulado: “Panorama del empleo juvenil urbano en Bolivia” (Marzo 2023), afirma que el empleo juvenil urbano se caracteriza por la alta informalidad, puestos de trabajo de baja calificación laboral que repercute en bajos ingresos y sin seguridad social. Pero lo anterior viene con un fenómeno por demás preocupante: la fuga de cerebros.
Normalmente, los países invierten parte de sus presupuestos en formar a la población. No obstante, la fuga de talentos significa que el Estado boliviano pierde el capital invertido, son otros países que aprovechan dicha productividad gratis. Las consecuencias de la despoblación (ya sea por fuga de cerebros o reducción de las tasas de natalidad) son negativas para la economía y las perspectivas futuras de las zonas geográficas afectadas, al perder consumidores, mano de obra, atractivo para la inversión, masa crítica y economías de escala para la provisión de todo tipo de bienes y servicios, privados y públicos. En resumen, el país empezó con, gracias a Dios, todavía, un lento suicidio demográfico.
No obstante, los talentos jóvenes no son los únicos en irse. La economista, Carmen Ang, analista financiera de Visual Capitalist, explica que en el último quinquenio 88000 millonarios abandonaron Iberoamérica (se considera millonario a una persona con un patrimonio neto de más de un millón de dólares). Australia y Emiratos Árabes son los destinos favoritos para instalar sus familias y patrimonios. Se lo pongo en sencillo, los dueños de los grandes capitales no son tontos para quedarse en países gobernados por pandillas socialistas, eso incluye a la mara que tiene secuestrada a Bolivia desde el 2003.
Parece que nuestra patria está condenada a ver a sus mejores hijos partir, ¡dueles, Bolivia!