domingo, noviembre 24, 2024
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La vuelta (de tuerca) del bipartidismo

Enrique García-Máiquez,

El bisabuelo de mi mujer, Luis José Gómez y de Aramburu, diputado en cuatro legislaturas y senador del Reino, fue el jefe del Partido Conservador de Cádiz y presidente del Círculo Conservador de Cádiz. Para remediar tanta redundancia, su hermano, Juan Antonio Gómez y de Aramburu, era el jefe del partido liberal y fue gobernador civil. Siendo una ciudad pequeña y una isla, se cruzaban con frecuencia por la calle, discutían acaloradamente y alguna vez se corrieron a bastonazos por la Alameda. Hoy, sin embargo, el sintagma liberal-conservador es una compacta etiqueta ideológica que políticos tan de una pieza como Francisco José Contreras llevan con gallardía. Mis parientes políticos –en los dos sentidos– se llevarían las manos a la cabeza viendo a qué niveles de coherencia intelectual han llegado aquellas insalvables diferencias suyas.

En realidad, esos cambios son naturales porque la línea de la batalla política es movediza. Con respecto al conservadurismo, esta evolución la explicaba magistralmente sir Roger Scruton. El conservadurismo nació como «la reacción a los vastos cambios desatados por la Reforma Protestante y la Ilustración»; y pasó, a partir de ahí, «a una defensa de la tradición frente a las exigencias de la soberanía popular, luego se convirtió en una vindicación de la religión y la alta cultura contra la doctrina materialista del progreso, antes de unir sus fuerzas con los liberales clásicos en su lucha contra el socialismo. Su más reciente empeño ha sido convertirse en el campeón de la civilización occidental ante sus enemigos, dos de ellos en particular: la corrección política (especialmente sus limitaciones a la libertad de expresión y su énfasis en la culpabilidad de Occidente) y el islamismo beligerante promovido por las sectas wahabitas y salafistas».

Obsérvese que todos estos posicionamientos sucesivos (que no tienen por qué renegar de sus precedentes) conllevan una ley de la gravedad o de la agresividad. Siempre existe un bando enfrente, sea la Reforma, la Ilustración, el absolutismo democrático, el progreso materialista, el Socialismo o la Corrección Política. Estos reposicionamientos los urge tanto la derrota como la victoria. En la Florencia de Dante, expulsados los gibelinos, la ciudad se divide de inmediato entre güelfos negros y güelfos blancos. En la II guerra mundial, no habían todavía terminado de derrotar al nazismo y ya los aliados se partían entre comunistas y demócratas. Como apunta Carl Schmitt, la política consiste en saber quién es el enemigo.

No es que hoy me haya levantado divagatorio. Esto tiene una íntima relación con la confusa actualidad política española. El PP está haciendo todo lo que puede por sacar del campo a Vox (más que por sacar el sanchismo). Feijóo ha apostado por la vuelta del bipartidismo a toda costa llamando al voto útil y queriendo pactar ¡con el PSOE! el gobierno de la lista más votada.

En realidad, lo que quieren traernos es el turnismo. Aunque si las cosas salen como quieren, volverá el bipartidismo, sí, pero no el que sueñan. Si el PP se abraza al PSOE en su defensa del actual sistema de autonomías centrifugadas; en su adulación sin pudor a los nacionalismos; en el ecologismo 2030, que, a diferencia del conservacionismo, arrasa la vida rural; en el aborto (véase a Guardiola); en el globalismo, etc., a la fuerza, por la ley schmittiana, tendrá que surgir un partido que se oponga. La unanimidad es una invitación a oponérsele. Será el «otro partido»: el que los dos turnistas mimetizados ya han identificado como el enemigo.

Por supuesto que el PP tiene cosas que le separan del PSOE, y otras que le separan de Vox, como el PSOE las tenía con Bildu, con ERE, con el PNV y hasta con Podemos, pero, al final, hay que tragarse algún sapo, y escoger. O si lo del sapo no queda suficientemente ecológico, hay que sacar una balanza y sopesar con quién se quiere pactar (lo de la lista más votada y lo que venga) y a quién se quiere dejar fuera, esto es, enfrente. El bipartidismo –aunque sea mediante pactos que permitan cierta holgura ideológica entre los socios– volverá. La cuestión es de qué lado quedará cada partido político, cada principio, cada valor personal… y, ya según eso, cada votante. 

Fuente: La Gaceta de la Iberosfera

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