Hughes,
Cualquier persona normal, más o menos decente, con una gotita o dos de patriotismo y ajena al circo mediático de PSOE y PP (es decir, informándose ya por libre) podía entender que el acuerdo valenciano entre PP y Vox no estaba mal del todo. Podría servir para aliviar la presión nacionalista en la escuela y salvar a una generación del adoctrinamiento catalanista y antiespañol.
Sin embargo, esto se ha visto con los días como una terrible catástrofe civilizacional. El derrumbamiento de Weimar. La noche de los cristales rotos. España se encamina al desastre nazi nos informan los cientos de paniaguados periodístico-artístico-cinematográficos fieles al silbato. Todo porque Vox «niega la violencia de género». Aunque últimamente ya ni siquiera dicen violencia de género, sino machista. Van reculando los muy cucos. Como si mataran los señores que no ponen la mesa o no gustan de que la mujer vaya a los toros en minifalda.
La campaña para las generales se ha reducido a esto. Este es el nivel del país: un revival de Zapatero toreando moderados en un ambiente entontecido por el TikTok con un único debate: una falacia sobre una mentira sobre un embuste: que Vox niega la violencia y que esa violencia es del hombre por serlo contra lo femenino eterno y que además, y contra toda evidencia observable, es una violencia eliminable con intervención antipatriarcal y chiringuitera.
Aquí los de Vox aguantan como jabatos aunque (por pedir…) se quedan cortos. Porque (insisto) además de mantenerse en sus heroicos trece, deberían solicitar la devolución del dinero gastado por las feministas para no lograr nada, la destitución inmediata de toda persona contratada sin méritos por esa ideología y, sobre todo, pedir responsabilidades a las feministas y a sus partidos patrocinadores por habernos alejado de la verdad. La relación entre el hombre y el crimen borra o difumina las causas, los móviles, las explicaciones: las drogas, el patrón de conducta, la enfermedad mental, la criminalidad autóctona o importada… La violencia sobre la mujer tiene sobre sí un velo, el de su politización interesada por parte de los partidos y su gran sindicato feminista. Y es un velo artero que no quiere claridad ni resolver nada, como se ha visto con las violaciones grupales. Como no entraban en su narrativa, las ocultaron.
Haber gastado tanto tiempo y dinero sin resultados claros obligaría a dar explicaciones, pero no lo hacen. Las feministas, en su ineficacia acreditada, funcionan como aliadas del patriarcado (¿ha hecho el Estado de repente un curso de feminismo?) con el que negocian un círculo vicioso de expansión presupuestaria. El velo de la viogen les sirve, además, para que en España no se hable de otros asuntos importantes y políticos. Es un velo entre los españoles y su soberanía. Es una gran estrategia antinacional y antidemocrática que socava interesadamente el sujeto político. Une a la gran coalición federalista y margina al patriota.
De esto se debería estar hablando, pero Vox no tiene poder mediático y todos los medios y el ejército de palmeros (la Cultura Española, básicamente) señalan a Abascal por ir contra la mujer (en semanas, días, horas serán los homosexuales). Y se entiende que la izquierda se centre en eso. Su dóberman es un dóberman feminista y LGTBI. Pero ¿y los otros? ¿Y el llamado centro-derecha? Lo hemos visto estos días, después del pacto valenciano, y lo vemos ahora con María Guardiola, antifa sobrevenida, elogiada por todo el mainstream y todo el centrismo por negar el pacto a Vox con una retórica inaceptable. «Deshumanizan», ha dicho. Toda persona que no acepte el trágala feminista, LGTBI, 2030 y climático será estigmatizada y sacada de lo público. Este espantajo moviliza al votante de izquierdas, pero ¿moviliza al de derechas? Quizás Feijóo da por hecho que el votante de Vox se crece en el castigo y que ellos conseguirán rentabilizar su centrismo y los números saldrán, pero por momentos la coreografía no se entiende. Hace el egipcio mejor que las Bangles.
Pasando por encima de aritméticas que no son nuestro negociado, este arrinconamiento diario de Vox empieza a ser el arrinconamiento, el hostigamiento de una parte de la población española que no puede seguir siendo insultada. En estas generales y ya desde hace un tiempo la política en España no se hace sobre «los polos», sino sobre un polo, Vox, y a costa de sus votantes. El pagano de esta situación es un ciudadano al que acusan de deshumanización, de violencia criminal cuando no terrorismo, de realidades inciviles y terribles por sujetarse a una antropología católica; de ser, en resumen, un fascista convencido o por simple ignorancia. Los más taimados y sutiles usan términos como «populismo», pero con ello desacreditan su posición por irreflexiva, irracional, instintiva, primitiva, equivocada y renunciable, lo que tiene como correlato evidente la entrega útil del voto. Estos millones de personas son insultados diariamente por la casta indecente de la prensa española: corruptos, ineptos y sujetacubatas. No solo les insultan, sino que les indican la única forma de redimirse: entregar sus votos en recepción.
¿Qué sentido tiene pactar con quien te ofende? El echar a Sánchez no es suficiente motivación porque, para empezar, los guardiolos del PP no son muy diferentes. ¿En qué se diferencian, realmente?
No introduzco ninguna verdad demoscópica, pero tampoco soy del todo impreciso si digo que mucho votante de Vox no quiere ir con el PP ni a heredar (a eso se dedican) y que a cierto nivel de conciencia política operan dos ideas que jamás veremos reflejadas en los medios: el feminismo no está para dar lecciones, sino para dar explicaciones, y al votante de Vox le deben compensar muy mucho por el esfuerzo titánico y verdaderamente democrático de sentarse a negociar con personas y partidos como el de María Guardiola.