HUGHES,
Desde la invasión de Ucrania, la dificultad de informarse sobre Rusia ha aumentado. También el coste de emitir opiniones al respecto. Son pocos los incentivos para meterse en ese jardín, así que la cosa se va dejando a lo que digan medios y expertos.
Expertos en realidad hay pocos. Los que saben de cuestiones militares y geopolíticas son como los especialistas en deportes raros. Cuando llegan las olimpiadas se les pregunta por el hockey o por el tiro con arco, y se acepta el sobrentendido de que saben lo que están diciendo. Tácitamente decidimos creernos lo que nos dicen porque no tenemos mucha alternativa: a nadie le importa el tiro con arco y es tarde para aprender de ello.
Pero expertos geopolíticos hay muy pocos y cuando el conflicto se alarga y posamos nuestra atención (trastornada y deficitaria como es) sobre el asunto, nos damos cuenta de que estamos solos, en manos narrativas de ellos, los de siempre: los medios. Incapaces de contar una verdad sobre el PP extremeño, ¿qué iban a decir sobre Prigozhin?
Cuando sus homólogos wagnerianos se encaminaban el sábado hacia Moscú, los garantes de nuestro pluralismo informativo comenzaron a respirar por las branquias de Twitter. A medida que los mercenarios se acercaban a Moscú crecía su euforia. Prigozhin, con esa pinta de asustar al miedo, se convertía de repente en un paladín de la justicia y la libertad. RTVE llegó a llamarle «héroe». Cuando había tomado Rostov (tres tortazos sin vodka de oposición), Prigozhin ya era un príncipe demoliberal.
¿Qué estaba pasando? Cuánta incertidumbre, bendito tipo fijo… Las opciones eran pocas. Una es que el golpe triunfaba y Putin ya huía como el tirano cobarde que siempre fue. Otra posibilidad era la guerra civil. La tercera: cualquier otra opción posible, fuera la que fuera, por rara que sonara. En estos casos suele ser lo mejor.
La opción del golpe triunfante tenía un problema narrativo: ¿qué pasaría en el mundo sin Putin? Sin él, ¿qué sería del Brexit y del populismo, de Bolsonaro y Orbán, de Zemmour, de los trolls de Internet y las opiniones heterodoxas, del nacionalismo catalán y de Trump? Todo se desvanecería. Sin Putin, de repente habría un enorme vacío narrativo en el mundo.
La posibilidad de la guerra civil era temible. Una devastadora contienda fratricida en el país más grande de la tierra. Pero es entendible que a quienes ven con ligereza la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial o una conflagración nuclear, una guerra civil les pareciera un aperitivito geopolítico.
El sábado avanzaba. Napoleón necesitó 600.000 hombres para llegar a Moscú, pero a Prigozhin, su heredero en los valores universales, le bastaría con menos de una décima parte…
Y así se pensaba hasta que, de repente, a final de tarde, el golpe se esfumó como un 23F, y la opción de la guerra civil se desvaneció ante la indisimulable decepción de los medios y expertos. Si no supiéramos que son los defensores de la libertad, pensaríamos que se trata de personas realmente ávidas de sangre.
Tras el acuerdo de Lukashenko (que hace tres días era tonto) se extendió a toda velocidad otra opinión: la de que Putin sale de esto más débil. Putin se muere todos los días de cáncer. Putin apunta signos de demencia. Putin tiene mala cara. Putin apenas puede contener el descontento social. Se sabe que hay un motín a punto de estallar. Se dice incluso que Putin hace de transformista en un bareto de Moscú donde algunas noches acude a cantar fados y que esto tiene desmoralizados a los oligarcas… Es lo que se dice, pero yo, humildemente, optaría, como siempre en estos casos, por cualquier otra opción posible.