LA HABANA. – El oleaje manso bate contra los arrecifes en la desembocadura del río Almendares en La Habana y un relámpago se dibuja en el cielo encapotado anunciando lluvia. Es sábado. Pasada las 11 de la noche, el Johnny Club, ubicado en la barriada habanera de Miramar, todavía no está a tope.
Por los alrededores, una hilera de autos modernos está parqueada. Decenas de personas, la mayoría jóvenes, chatean por WhatsApp o se hacen selfis con sus celulares de última generación. Algunos beben cerveza o se dan un trago de whisky directamente de la botella. Otros, amparados en la oscuridad de la noche, fuman sin mucha discreción un cigarrillo de marihuana, aspiran una raya de melca o toman anfetaminas.
El lugar parece otro mundo. Una pasarela de vanidades. Gente vestida con ropas de marca y billeteras abultadas. El olor de perfumes caros flota en el aire. Una chica con un bolso de Gucci le muestra a su amiga el iPhone 14 Pro Max que compró en 1.700 dólares en el mercado informal.
En la barra del Johnny, un Gin Tonic ronda los 800 pesos, la cerveza más barata no baja de 500 pesos y cualquier botella de ron, whisky o tequila supera los 6.000 pesos, el salario mensual de un médico especializado.
Otro mundo
Los dueños de centros nocturnos de moda en La Habana nocturna, como el Johnny Club, Shangri-La o Mio y Tuyo, contratan deportistas retirados, preferentemente boxeadores, luchadores o judocas, para velar por la seguridad del lugar.
El cantinero de un conocido bar dice que en una noche se busca 10.000 pesos. «La mayoría de los clientes pagan con billetes cubanos de alta denominación, dólares o euros. Es normal una propina de 500 o 1.000 pesos. Aunque van muchos turistas y cubanos radicados en Estados Unidos, la mejor clientela es la de los cubanos que viven en la isla quienes en una noche se gastan 200 dólares”.
Lía, jinetera, cuenta que “a los centros nocturnos de puntería en El Vedado o Miramar no están al alcance de las puticas y ‘pingueros’ [hombres que se prostituyen] del montón, porque como mínimo debes tener de siete a 8.000 pesos en el bolso, para pagarte la entrada, tomarte unos tragos y rentar un taxi que te busque y lleve a la casa. Y después de hacer esa inversión, arriesgarte a que no consigas ningún punto (cliente). Las jineteras de primera clase solo pueden ir a esos lugares los fines de semana”.
El dependiente de un bar aclara que “aunque en ocasiones acude la fauna marginal, a ver que se le pega, la clientela más fiel son los ‘hijos de papá’, de altos dirigentes del gobierno o de familias con negocios privados que mueven millones de pesos. Nunca suele haber mal ambiente ni ocurren broncas. Estos muchachos no van a buscar parejas, van a divertirse y casi siempre llegan y se marchan en grupo”.
Los hijos de papá
Según un empleado reveló a DIARIO LAS AMÉRICAS, «entre los ‘hijos de papá’, uno de los habituales a los bares de moda es Paolo, nieto de Raúl Castro. Sandro, nieto de Fidel y dueño de dos o tres bares, a cada rato se da unos tragos con sus amigos. Hijos y nietos de generales, ministros y ‘pinchos’ del partido también son clientes ocasionales. Pero la mejor clientela son los nuevos ricos que están ganando un burujón de dinero en las MIPYMES o tipos que poseen un ‘baro’ largo de forma ilegal y pueden darle dinero a sus hijos para que lo gasten en bares caros”.
Una mesera explica que existen muchos prejuicios raciales a la hora de contratar dependientes y cantineros. «Casi todos los dueños de negocios de alto estándar prefieren contratar blancos o mulatos claros, sean hombres o mujeres. Además, deben ser jóvenes, agraciados y con buen cuerpo. Los negros se contratan para cuidar la puerta o velar por la seguridad. O para limpiar el piso y como ayudante de cocina”.
Un contable de un bar privado acota que “con la llegada del verano, aumentan las ventas. En un centro nocturno como el Shangri-La, en un fin de semana se puede vender hasta tres millones de pesos y miles de dólares”. ¿De dónde saca el dinero esa élite privilegiada?
Carlos, sociólogo, considera que “esa franja de personas representa menos del 1% de la sociedad cubana. Cómo obtienen el dinero los altos funcionarios del gobierno y que luego sus hijos gastan en compras y viajes al extranjero o ir a paladares y bares privados, es un misterio. En teoría, el salario en pesos que gana un ministro, general e inclusive el presidente del país, no permite esos lujos. Es evidente que ese dinero les llega por otros canales. No existe una estadística que permita demostrar que los ciudadanos que reciben remesas asistan con frecuencia a esos sitios, a no ser para celebrar un cumpleaños o un día determinado. El promedio que recibe una familia de sus parientes en el exterior es de 100 o 200 dólares mensuales. Una cantidad que las familias los utilizan en adquirir alimentos y aseo. Pero existe un segmento de personas (músicos, deportistas contratados en clubes extranjeros, dueños de negocios o de una MIPYME), que sí pueden ir a bares, cenar en paladares caros y pagar spa en hoteles exclusivos. Los que tienen negocios ilegales, como venta de carne de res o drogas, también pueden permitirse esos lujos”.
La realidad
La realidad es que la mayoría de los cubanos no puede pagar una cerveza a 500 pesos ni pagar 30 dólares para estar una mañana en la piscina infinita del hotel Packard en la Habana Vieja. El Observatorio Cubano de Derechos Humanos, con sede en Madrid, España, ha declarado que de acuerdo con los estándares establecidos por el Banco Mundial, “el 72% de los cubanos viven por debajo del umbral de la pobreza”.
Al fondo del hotel cinco estrellas plus Manzana Kempiski, en el corazón de la ciudad, en una habitación deteriorada de cuatro metros por tres, vive Leandro con su esposa Miriam y dos hijos adolescentes. Mientras un pipa de agua llena la cisterna del hotel, debido al déficit del preciado líquido en la capital, Leandro tiene que cargar 60 cubos en días alternos para llenar dos tanques de 55 galones empotrados en la minúscula cocina de su calurosa vivienda.
Comen caliente una sola vez al día, por lo regular arroz y una vianda, a veces, mortadela de pésima elaboración. Si consiguen unos muslos de pollo o un pedazo de carne de puerco, lo dejan para el domingo. Solo los niños desayunan: refresco instantáneo y pan con un trocito de guayaba de barra. Leandro y Miriam realizan varios trabajos. “Por las mañanas, mi esposo es custodio en una escuela, en las tardes recoge dinero para un banco de la ‘bolita’ (lotería ilegal) y vende ron casero. Yo coso pa’la calle y arreglo uñas. Y ni así nos alcanza”, confiesa Miriam.
En estas vacaciones de verano los dos verán mucha televisión y sus hijos jugarán fútbol en un parque cercano. Leandro quisiera poder alquilar un fin de semana en un hotel todo incluido de Varadero o sentarse en la barra de un bar privado y beber una cerveza con su esposa. “Pero no me lo puedo permitir. Pasear para nosotros es caminar por el Paseo del Prado y sentarnos un rato en el muro del Malecón».
Al regreso del ‘paseo’ y antes de entrar a su precaria habitación, los cuatro suelen detenerse a mirar el calzado deportivo en las vidrieras de las tiendas en divisas del hotel Kempiski. Su sueño es poder algún día entrar y comprar.