IBÉYISE PACHECO,
Escribo este texto luego de disfrutar de un sobrio y respetuoso evento que reunió a ocho aspirantes a representar a la oposición democrática en las elecciones presidenciales previstas para el 2024. Desde el 2012 no se hacía un debate parecido. Una reunión que se cumplió en el aula magna de la Universidad Católica Andrés Bello, asumida por el liderazgo estudiantil y que invitó a los candidatos a presentar propuestas concretas sobre el futuro de nuestro país.
La ausencia más evidente fue la de Henrique Capriles Radonski quien previamente explicó que no asistiría porque el debate iba a ser un acto de confrontación y división. Se equivocó. Fue un rato que asomó lo posible, que demostró que son más las coincidencias que las diferencias entre los aspirantes y que están dispuestos a encarar sin miedo al espanto de la dictadura.
Conclusión: hay acuerdo para avanzar unidos en la organización de las primarias que definirán al candidato que enfrentará a Maduro. Todos reiteraron que respetarán los resultados apoyando al ganador. Y muy importante: el candidato opositor lo decide el pueblo y no Maduro.
La pregunta es ¿cómo lograr que Nicolás Maduro se mida en elecciones? ¿Cómo llevarlo a un proceso en el que los venezolanos podamos decidir quién despachará desde Miraflores? Ese futuro es la pesadilla de Nicolás. Para él significa mensurar el desprecio que el pueblo siente hacia él, lo que ratificará que jamás ha contado con la estima de los ciudadanos. Recordemos que su primera elección -con un resultado aún cuestionado- fue cumplir el testamento de Chávez y después, vino el fraude, burlar la constitución, arremeter contra la oposición, ejercer la violencia y el festín de la corrupción.
Así que Maduro sabe que la única manera de mantenerse en el poder es impedir una medición libre, verificable. Procesos electorales anteriores los ha boicoteado de manera descarada. Recordemos en octubre de 2016, por ejemplo, cuando el referendo revocatorio en su contra fue obstaculizado por la vía jurídica e impedido por el Consejo Nacional Electoral. La estrategia se inició por la vía de tribunales en cuatro estados, todos bajo el control del oficialismo admitiendo querellas presentadas por el régimen contra la primera fase del revocatorio que consistía en la recolección de firmas de apoyo que alcanzaran 1% del censo electoral. El paso siguiente fue del CNE que impidió la convocatoria del revocatorio previsto a realizarse el 10 de enero de 2017.
Ahora ha trascendido que es inminente una decisión del Tribunal Supremo de Justicia contra las primarias. En cualquier caso, Maduro considera el plan de ejercer la violencia.
El menú de las tropelías de Maduro en contravía a la voluntad del pueblo resulta una copia usada por los autócratas del mundo. Eventuales rivales han venido siendo inhabilitados, anulados, encarcelados -algunos incluso han fallecido- y otros cooptados. Obstáculos insalvables han sido construidos para desalentar la participación de la oposición en procesos electorales y para garantizarle a Maduro que pueda correr solo. Fabricar acciones violentas que impidan cualquier intención de protestas en la calle usando la fuerza pública ha sido parte de su agenda. Por eso, hay que estar muy atentos a los anuncios de posible alteración del orden público, adelantados expresamente ante los militares. La jugada la conocemos. Maduro piensa echar mano a la represión soportada en el relato falso de decirle al mundo que la violencia está del lado del pueblo y de sus líderes que pacíficamente exigen su derecho a ejercer libremente el voto.
Factor clave es también amordazar a los ciudadanos, imponer con mayor ferocidad su relato. Por eso la tenaza de la censura se ha afincado aún con más impiedad en los últimos tiempos.
Maduro tiene, sin embargo, obstáculos inesperados, no vistos por él ni por sus caros asesores. El ascenso popular de María Corina Machado, por ejemplo. Además, para su pesar, Maduro también había mostrado desinterés por las primarias. Miró con desprecio ese proceso apostando a una oposición dividida, desacreditada y por lo tanto debilitada.
Pero una vez más, Maduro subestimó el sentimiento democrático del venezolano y restó importancia al desprecio y hastío que nuestro país siente por él.
Lo que suceda en el tiempo de descuento del proceso de primarias opositoras es clave. Se trata de plantarle cara a Maduro con un/a líder que unifique a la oposición que encarne con valentía el sentimiento de un país, bajo una sólida credibilidad.
Pregunté a varios seguidores su opinión sobre el debate. Y la mayoría destacó dos elementos: la emoción que sintieron y el grato descubrimiento de constatar la preparación de los voceros. Igualmente, resultó alentador comprobar que las diferencias se minimizan frente a la claridad de los objetivos donde la prioridad es rescatar la libertad y la democracia en Venezuela.