HUGHES,
Mientras escribo estas líneas, me llegan al móvil los últimos artículos del periodismo pepeiro dedicados a Sánchez. Una fijación maníaca en Sánchez. Un personalismo ya hasta inquietante que se extrema en las últimas horas.
Han hablado de él como si fuera un dictador que hace ministro a su caballo, creando eso del sanchismo como forma política a extirpar, como excrecencia del sistema y del PSOE, pero no parte del sistema y del PSOE. Lo que constituye un engaño más para el electorado del llamado centroderecha español, quizás el colectivo más (auto)engañado y pastoreado de Europa. El sistema es cojonudo, por tanto, y el PSOE es bueno, hay al fondo un PSOE bueno (otra vez: ¡Paco Vázquez, Leguina, Redondo Terreros!) y un poco de pedagogía despertará a esos socialistas críticos del hechizo de Pedro Sánchez y su sonrisa de autócrata.
Porque en algún momento de la legislatura salió esa palabra: autócrata, que acompañaría en el diagnóstico a otra, psicópata, que algunos venían utilizando.
Pero en lo que tuvo de autócrata fue secundado por el PP y las luminarias del pensamiento español prestigiado, que callaron cuando no apoyaron el atropello a la Constitución, la discrecionalidad criminal y la conversión del no vacunado en posible paria. Algún filósofo orgánico pidió el código penal.
Ese biotecnofascismo, el discurso lábil y la sujeción lacayuna e incluso triunfal a los poderes exteriores son, si acaso, el sanchismo, pero en eso estuvieron todos. Así que cuando hablan de sanchismo se centran en otra cosa: en el uso político de las instituciones y en el pacto con los separatistas, que bien mirado, y con grados, han sido constantes degenerativas del 78.
Lo más característico del sanchismo lo dejaron a un lado (ni una palabra de la pandemia en campaña), evitando tocar lo compartido, y llamaron sanchismo a los inevitables ajustes prometeicos de su Frankenstein y mientras lo hacían el PSOE reaccionó, de entre los muertos, con dos cosas: asumir el sanchismo con más sanchismo, un paroxismo de sanchismo; y sacar a Zapatero, para quien quisiese ver que todo era ya anterior.
Cuando habló Zapatero vimos que todo estaba ya, y cuando habló Yolanda Díaz vimos que todo puede empeorar.
Pero si al sanchismo le quitas lo que es común al UCD/PP-PSOE desde el 78, le quitas lo que emprendió Zapatero, le quitas el biotecnototalitariamo cantado por todo el mainstream y le quitas la sumisión lacaya y antiespañola a los poderes extranjeros, ¿qué queda? Pues queda el sanchismo’ que no es igual que el sanchismo, pues sanchismo>sanchismo’ y sanchismo=sanchismo’ + X, siendo X la madre del Cordero.
Y a ese sanchismo reducido, al que se han aplicado dibujando un ser con más aristas de las que merece un fan de Los Planetas, un malvado tirano, un ego caligulero, el propio Sánchez ha respondido con desenvoltura asumiendo el término. Ha aceptado discutir ese sanchismo pequeño, pues es realmente poca cosa, unas maneras y una ejecutoria personal, y ha asumido todo, reapropiándose de los memes, el perrosanxe, el Falcon y Begoño (Txapote no) convirtiendo las elecciones en una especie de plebiscito a su figura.
El ‘sanchismo’ era, para los pepeiros y los centropepeiros (primados siempre por la Central de Méritos), un Trump, nuestro Trump. Y para los socialistas, el PP era, por tratarse con Vox, mucho más Trump. Y eso ha sido el marco de campaña: tú eres más Trump que yo; o no ser Trump, el enemigo para el corpus climático, globalista, elitista, extractivo, belicista, woke, corporativo, censor, feticida y, entrando en lo español, federalizante y antinacional.
Sánchez aceptaba discutir el sanchismo; a cambio, el marco fijado era el suyo. El PP y su polifonía asumían el marco general y el PSOE el micromarco sanchista.
Mañana (hoy para ustedes que me sufren) pasará lo que sea, pero la campaña, ese trueque de marcos, parece un error histórico (realmente, el triunfo del sanchismo). Con su permiso, hablaremos uno o dos días más de ello.