ESPERANZA RUIZ,
Hoy, abrir un periódico u otro es igual. Salvo raras excepciones, una ya sabe lo que le van a servir los diarios de más relumbrón. Con pequeños matices, claro, pero que no cambian en absoluto el análisis que se hace de la noticia. En lo formal, algunos medios escritos siguen conservando el reclamo de un nombre que les dio fama y lectores. En realidad, han sido colonizados por una serie de opinólogos intercambiables donde la pose es lo que único que diferencia a unos de otros.
Sin sorpresa, la renuncia de Iván Espinosa de los Monteros ha vuelto a mostrar lo prieta que está la taleguilla del centrismo mediático cuando se trata de VOX. El asunto ha sido aprovechado para contarnos que lo del extremismo voxista quizá no fuera para tanto porque la «caución liberal» del partido, Espinosa, quitaba algo de extremismo al natural extremismo de la formación. Pero, desde que dicha «caución liberal» ha vencido con la salida del ex portavoz (y la de otros), VOX habría caído irremediablemente, ahora sí que sí, en el extremismo celtíbero extremo: el nacionalcatolicismo. Se ve que lo del «integrismo» empezaba a quedarse corto y había que tirar la casa por la ventana.
Hemos pasado de un VOX folclórico y anacrónico, un sentimiento, a un VOX nacional-católico. Asumiremos entonces que el Opus ha ganado la partida al Yunque, algo que debería tranquilizar a más de uno y, además, trae recuerdos de tecnócratas vestidos de gris, reforma administrativa y aburrimiento político (mito excitador del pensamiento moderado).
Sin embargo, con Espinosa o sin él, con el documento fundacional del partido en mano —y sus nueve referencias a la libertad— o sin él, VOX siempre será un estorbo para el bipartidismo y sobre todo para el PP, que esto es lo mollar de la cuestión.
Sólo la perspectiva de un VOX potencialmente sumiso cuya tarea consistiera en conseguir los votos de un thatcherismo alegre y faldicorto sería tolerable. Sólo ser una especie de PP al dente, endurecido ma non troppo, que entendiera el poder ionizante del centro, es lo que podría permitirse al partido verde. Y si encima fuera susceptible de aplicarse grandes dosis de autocrítica, que a este respecto es como el berlanguiano «tomar conciencia», mejor.
En resumidas cuentas, con el «nuevo VOX» no hay que ir ni a heredar y con el antiguo sólo se podía a beneficio de inventario, los días impares y con viento de poniente; aunque tuviera ese aromaliberal cuya supuesta desaparición sólo sirve para atizar más fuerte a los de Abascal. Y lo que les queda…
De ahí que lo del VOX «moribundo y con gotero», víctima de una «implosión», debería interpretarse como lo que es: la expresión de un deseo. Su cumplimiento habrá de verse de aquí a un par de legislaturas. En Europa tenemos el ejemplo de formaciones asimilables al partido que están hartas de capear elecciones adversas y reestructuraciones internas. Otra cosa es que esta reestructuración provoque los aspavientos, grititos y alertas «anti nacional-católicas» cuando se sale ligeramente del guión mental que «nos hemos dado».
En mi contra podría aducirse lo ocurrido con La Républica en Marcha y Ciudadanos. Dos partidos europeos similares: uno gobierna y el otro ha resultado ser un fiasco. Es cierto. Pero también lo es que no surgieron por las mismas razones y, sobre todo, con los mismos apoyos. Cuando Ciudadanos quiso ponerse «en marche!» no es que fuera demasiado tarde, es que era inútil. A diferencia del país vecino, no necesitábamos una formación política liderada por killers del sector terciario mimados por el poder para recrear un bipartidismo que, en nuestro caso, estaba en buena forma.
Aquello que provoca el nacimiento de VOX y de otros grupos asimilables viene de unas circunstancias que no han cambiado. La supervivencia a lo largo de las legislaturas, y en algunos casos el éxito de dichos partidos en el resto de Europa, demuestran que responden a inquietudes reales y vigentes. Por supuesto, una excepción ibérica es posible, pero yo no vendería la piel del oso antes de cargármelo.