HUGHES,
En su último libro, Pedro Carlos González Cuevas dedica un instante a recordar la creación de los conceptos de derecha e izquierda.
Es un episodio histórico conocido. El 28 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional constituyente francesa, cuando debatía el papel del rey, se dividió en dos bandos: a la derecha, los favorables a dotar su figura de poderes decisorios; a la izquierda, los contrarios.
Esta división simbolizó la bipolaridad política del futuro, pero su formación fue un poco anterior, unos meses antes, en el seno de los Estados Generales, aun en el Antiguo Régimen. La sociedad aparecía dividida en tres estamentos: el clero, la nobleza y el Tercer Estado plebeyo, y algunos representantes del primero y del segundo se acercaron al tercero, instalándose a la izquierda de la sala, mientras que a su derecha quedó el resto del clero y nobleza.
Se produce ahí el «deslizamiento topográfico» (González Cuevas). Lo que era vertical en el Antiguo Régimen, los tres órdenes o estados, pasa a una disposición horizontal en la moderna asamblea: derecha frente a izquierda.
Ahí surge una oposición parlamentaria, simbólica. En términos políticos, la división derecha-izquierda sería aun más reciente. En palabras de Arnaud Imatz: «En la opinión pública, o mejor dicho para los ciudadanos-electores, su nacimiento se remonta sólo a los años 1870-1900 y quizás incluso más tarde, a los años 1930. Por tanto, el gran conflicto cíclico entre la derecha eterna y la izquierda inmortal apenas tiene más de un siglo».
Desde entonces, esta polaridad ha dominado la discusión política, aunque no estuvo exenta de críticas. Superarla no es tanto eliminar las diferencias como hacer posible una integración: ser, a la vez, de derechas y de izquierdas.
Esta opinión superadora ha recibido y recibe, por lo general, una crítica acerba, terrible, pues llega por los dos lados. Se observa como una abominación política. Más que como una herejía, como una degeneración monstruosa, despertando un odio fiero e incomprensivo de los dos bandos. Pero hay quien dice, quizás no sin razón, que seguir pensando y actuando según esa dicotomía prolonga una situación grata a la clase dominante. ¿Cómo cambiar cualquier cosa sin cambiar eso?
El relato francés de la transformación del orden vertical de la político en un orden horizontal, como si fuera el descenso o desprendimiento de un castell humano catalán, nos interesa porque nos permite imaginar algo similar.
En la actualidad, tanto la derecha como la izquierda aparecen divididas. En la izquierda es posible distinguir una izquierda posmoderna, woke, en sintonía con los poderes económicos y otra izquierda clásica, de raíz marxista, más conservadora en lo cultural y contestataria en lo económico. Podríamos llamar a una izquierda cultural y a la otra izquierda económica. La primera estaría más centrada, más cerca del centro del poder político.
En la derecha, podría darse una división similar. Hay una derecha económica que cede lo cultural y otra más preocupada por los fundamentos civilizatorios, con menos entusiasmo, digamos, liberal. La derecha económica estaría aquí más al centro, la derecha cultural sería lo más «extremo».
El plano horizontal quedaría así: Izquierda económica-izqda. cultural-derecha económica-dcha. cultural.
Esto se ve alterado por un nuevo eje o una nueva tensión entre globalismo y soberanismo. Hay una verticalización: las élites partidarios del globalismo y de sus instituciones no democráticas, por un lado, y los defensores de la soberanía nacional por otro. Los primeros reciben el voto urbano y de rentas más altas, y se nutren de la clase directiva, cultural, mediática, financiera y de los expertos en general; los segundos, incluso en la derecha, son votados por la población de menor renta: lo obrero, lo agrario, la derecha suburbial y populista…
Esta división conmociona el eje derecha-izquierda. La derecha económica y la izquierda cultural se atraen, conforman alrededor de la bisagra del centro puro una coalición de fines y medios liberales y progresistas, en una suerte de socioliberalismo.
Por otro lado, la derecha soberanista, identitaria, se queda descolgada en lo ‘extremo’, como por el otro lado le sucede a la izquierda de tipo nacional, marxistoide y contraria a lo woke.
Esos dos ámbitos políticos, desgajados del centro que se hace global, que se eleva, que se aleja, van cayendo en otro polo, de tipo soberanista. Al elevarse la elitista aleación socioliberal, su entente de derecha económica e izquierda cultural, esos dos bloques quedan ‘extremizados’, solitarios, desgajados…
Pero hay puntos de encuentro: esa izquierda no globalista se acerca a lo nacional; esa derecha antielitista y populista se acerca al trabajador… Ambos comparten, con todas las diferencias del mundo, una oposición al transhumanismo woke.
Lo tradicional-biológico, lo nacional y lo obrerista conforman una zona de intersección y acercamiento entre estos dos grupos desgajados ante el globalismo y el despegue del centro socioliberal.
Así, se produce una verticalización del eje, superando el derecha-izquierda por posiciones que tienen algo de una y de otra, una composición mixta de ambas cosas.
Por un lado, arriba: el globalismo de orden público con liberalismo económico y liberalismo cultural wokizante. Por otro, abajo: un soberanismo culturalmente conservador y con aproximaciones nacionalistas en lo económico.
Ese eje o nueva división ya no está a la izquierda y a la derecha, sino arriba y abajo. Si la revolución de 1789 provocó el deslizamiento topográfico, la horizontalización, la acumulación de revoluciones tecnológicas y la maduración del marco de la posguerra mundial podrían muy bien invitar a pensar en otra nueva rotación topográfica. ¿No es el tecno-globalismo-tiránico-woke suficientemente poderoso como para hacer temblar una división de siglo y medio?
Pero, dicho esto, hagan la prueba: la mera sugerencia de superar los marcos maniqueos y bipolares consigue el imposible: poner de acuerdo a derecha e izquierda en odiar de forma químicamente pura esta posibilidad, como una especie de abominación o una quimera, con monstruosidades parciales de unos y otros.