Dra Nancy Álvarez,
Muchas personas, de alguna manera, practican el baile del “sofocado” y el “abandonado”. Y algunas veces con nuestro compañero o pareja. El peligro se presenta cuando nos mantenemos en ese baile.
En toda relación de dos existe lo que llamamos distancia emocional. Debemos tener en cuenta que distancia física no es distancia emocional. Podemos encontrarnos muy lejos físicamente de nuestro ser amado, y sentirnos muy cerca emocionalmente.
Por el contrario, muchas veces dormimos con el enemigo, en el sentido de que tenemos a alguien bien cerca de nosotros y, sin embargo, lo sentimos a kilómetros de distancia. No hay mayor soledad que la que se siente cuando estamos supuestamente acompañados.
En la pareja, la distancia emocional se complica, ya que cada miembro espera que el otro entienda su necesidad de cercanía o distancia.
El abandonado busca cercanía emocional. Ama estar junto al otro. Quiere hacer todas las cosas juntos. Si no está unido al otro como un chicle, lo interpreta como alejamiento, falta de amor o no ser importante. Cree que ese “perderse” en el otro, es la verdadera intimidad. Así, la persona que reclama más cercanía termina siempre sintiéndose más abandonado.
A mayor presión, mayor resistencia; mientras más persigue, más el otro se distancia. Este anhela que el otro se involucre más y más en la relación. Pero, en el fondo, no quiere que se acerque, pues no sabría qué hacer con esa cercanía. Actúa así porque sintió abandono y rechazo en su infancia. Careció de afecto, cercanía y verdadera intimidad.
El sofocado deseaba que lo quisieran y mimarán, pero no le gusta tanta cercanía emocional. Al poco tiempo ya no soporta que lo persigan tanto. Huye, siente miedo, que se asfixia. Y aunque huye de la cercanía, cuando el perseguidor se aleja, es él quien pide que vuelva. “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Contigo porque me matas y sin ti porque me muero”.
A mayor distancia emocional, más seguro se siente, pero en el fondo necesita de alguien que lo persiga. Ambos, el abandonado (perseguidor) y el sofocado (perseguido), se necesitan. La relación se sostiene por el baile… El sofocando busca, anhela a su perseguidor.
Todos hemos estado en ese baile. Ojo cuando se mantiene, pues ahí comienza la disfunción.