Muchas cuestiones se debaten alrededor de la posibilidad de implementar una dolarización en Argentina. Varios economistas se manifiestan fervientemente en contra de la idea, pero una buena parte del electorado la respaldó en las urnas en las primarias de agosto. Mientras tanto, en los medios de comunicación se discuten los pros y contras, pero no siempre con la seriedad que el tema requiere. Puede que el problema sean los intereses y beneficios que, cerrando el banco central, muchos de los “especialistas” perderían.
Lo primero que vale dejar en claro es la falacia del argumento de la supuesta “pérdida de soberanía” o imposibilidad de ejecutar “políticas monetarias”. Como ya comentamos en varias oportunidades, la moneda fue una invención de las personas en el mercado y no del Estado o ningún ente centralizado. Fue la herramienta que solucionó el problema de la mutua coincidencia en el trueque directo de bienes y nada tiene que hacer la autoridad política regulando estas cuestiones. Mucho menos, si tenemos en cuenta las premisas constitucionales argentinas que hacen referencia al libre comercio, a la propiedad privada y a la premisa de que todo lo que no está prohibido, está permitido por default.
Las falacias más reiteradas
Cualquier “política monetaria”, se realice con buenas o malas intenciones, está condenada al fracaso y al beneficio de unos en perjuicio de otros. Los monopolios monetarios tienen cuatro funciones, sumado a la prerrogativa infame (que rompe cualquier idea de igualdad ante la ley) de ser prestamista de última instancia de los bancos.
Expandir o contraer la base monetaria y la tasa de interés, además de convertirse en el más peligroso y eficiente ladrón de guante blanco mediante la emisión, devalúa los pesos que tienen algunos en el bolsillo en beneficio de los receptores de los nuevos papelitos impresos. Tratar de corregir o mejorar cuestiones económicas manipulando la tasa de interés es peligrosísimo. Aparte de distorsionar los precios relativos, cuando se pretende “ayudar” a la economía bajando la tasa de interés el mercado recibe señales equívocas, que no representan la situación real.
Por lo tanto, se realizan inversiones inviables, que terminan explotando como una burbuja cuando comienzan a corregirse las variables. Cuando se suben, como ocurre en Argentina para “aspirar” circulante luego de políticas expansivas para pisar el tipo de cambio (“seduciendo” a la gente para que no se vaya al dólar), también se siguen disfrazando y escondiendo las problemáticas reales, complicando aún más el panorama económico del mediano plazo. Todas las “políticas monetarias” que pueda realizar un gobierno, en el mejor de los casos están condenadas al fracaso, a pesar de tener buenas intenciones. En el peor de los casos, se trata lisa y llanamente de un robo a las personas de ingresos fijos.
La oferta y la demanda de dinero, como dice Alberto Benegas Lynch (h), debe manejarse de la misma manera que la oferta y la demanda de lechugas o tomates. Y la única manera de conseguir un precio real en materia de tasa de interés, que evite las distorsiones que generan los problemas que conocemos ya en varios países del mundo, es que dependa del nivel de ahorro de la sociedad. Con más ahorro disponible, la tasa de interés irá a la baja. Cuando éste merma, debe subir. Sustituir estas variables arbitrariamente es la garantía de conseguir los perjuicios del socialismo en toda la economía, justamente, por reemplazar el sistema de precios por la fracasada planificación centralizada.
El caso de Ecuador
Aunque el balance sobre la dolarización ecuatoriana es positivo, muchos críticos del sistema advierten que cuando estuvo Rafael Correa tuvieron lugar desajustes fiscales y aumento del gasto. Ante este caso hay que señalar dos cuestiones. La primera, en el caso del socio del chavismo en Ecuador, es que lo mejor que tuvo la dolarización en ese país es, justamente, lo que no sucedió. Aunque sea contrafáctico, no hay que pensar demasiado lo que hubiera sucedido en ese país si Correa hubiese tenido la máquina de imprimir sucres. La limitación de que el más bruto populismo pueda hacer “política monetaria” pudo haber sido la institución que permitió que la izquierda tenga que irse del poder, a diferencia de la tragedia que todavía sufre el pueblo venezolano.
La otra cuestión a resaltar es que, lógicamente, pueden existir excesos e irresponsabilidades de los gobernantes con o sin moneda propia. Sin embargo, al no contar con banco central e impresora, existe un fuerte corset a la hora de ejercer el populismo irresponsable. Ni siquiera los defensores de la dolarización argumentan que es la solución a todos los problemas. Pero sí es la cura para algunos (como las mega inflaciones permanentes argentinas) y la mejora para otros. Lo que sí hay que resaltar es que, al menos para la gente, no trae problemas nuevos ni agrava los existentes.
Entonces, ¿qué arreglaría?
Como dijimos, de abordar este camino, se terminaría con la problemática inflacionaria permanente. Esto no se limita a la dificultad de llegar a fin de mes (lo que no es poca cosa) sino que mejoraría otras cuestiones como el drama actual en el mercado de alquileres. Al poder tener algo de previsión sobre el valor de la moneda en el que se fijan los contratos, las propiedades que desaparecieron del mercado inmobiliario volverían a estar disponibles de la noche a la mañana.
Esta previsión también mejoraría considerablemente la inversión en el país. Al existir control de cambios, y no saber como se van a poder retirar las ganancias, Argentina es un país que espanta la inversión, y, por lo tanto, el empleo. Mientras se debate permanentemente sobre el tipo de cambio al que se realizaría la convertibilidad al dólar, se deja pasar una cuestión relevante que impactará necesariamente en materia de salarios. Mientras se asusta al electorado mostrando cuántos dólares serían su sueldo actual en pesos (que no es más que la situación económica actual), se pasa por alto que, más allá de ese primer momento, un país con el potencial argentino teniendo moneda sana, incrementaría exponencialmente las tasas de capitalización.
Pero si hay algo que cambiaría en Argentina con la dolarización es la limitación de la tentación populista de gobiernos futuros. La lección ya se aprendió con la convertibilidad de los noventa y con el gobierno de Mauricio Macri. Cuando no hay cambios irreversibles, todo puede volver atrás cuando retornen gobernantes irresponsables. La ley que indicaba que un peso valía un dólar se terminó de la mano del lobby y de una ley en el Congreso. Los tibios intentos de corrección del déficit, como la política de reducción de subsidios en las tarifas, que se comenzó a implementar en diciembre de 2015 desapareció de un plumazo con la llegada de Alberto Fernández. Una vez que las personas tienen la moneda que desean en la mano, cualquier político que proponga volver atrás está condenado al fracaso. Volviendo al caso de Ecuador, ni siquiera Correa pudo terminar con la dolarización para volver a la impresora de billetes.
Los críticos de la medida repiten que esta medida no solucionaría todos los problemas. Tienen razón, claro. Pero lo cierto es que ninguna política soluciona todos los problemas de forma simultánea. Pero la dolarización sí soluciona varios, mejora otros y promueve incentivos más razonables para los gobernantes. Los únicos que salen perdiendo con este esquema son los políticos que se niegan a aceptar que existe algo que se llama “restricción presupuestaria”. Eso con lo que vivimos todas las personas que cobramos un sueldo a fin de mes y debemos administrarnos con algún criterio de responsabilidad.