El sistema de vouchers aplicado, por ejemplo, al sistema educativo, propone invertir la ecuación para que el dinero se gaste de forma más eficiente y consiguiendo el mejor servicio. Se deja de subsidiar a las escuelas (que no tienen incentivos de excelencia, ya que recibirán igual los recursos del Estado) y se comienza a subsidiar a las personas. Las familias de los estudiantes pasan a tener en su poder un bono, con el que pueden elegir mejor en un sistema de libre competencia. Esto es lo que está en la propuesta de Javier Milei, pero sus contrincantes de la izquierda y el kirchnerismo lo acusan falsamente de querer dejar fuera del sistema a los más humildes, que no pueden pagar la educación por sus medios.
Justamente, avanzar en esta dirección es empoderar a las personas de menores recursos, que dejarían de estar cautivas de un sistema absolutamente ineficiente.
Patricia Bullrich, candidata a presidente por Juntos por el Cambio, no sucumbió en la tentación de acusar falazmente al candidato liberal con este argumento mentiroso. Y sí cayó en otra falacia, pero seguramente por otras razones. Es muy probable que la crítica de la exministra de Seguridad pase más por un problema conceptual, que por una chicana tradicional de campaña política.
Dejando de lado la cuestión que la mayor parte de las instituciones educativas depende de los gobiernos locales, pero abordando el tema de fondo y el concepto, Bullrich invitó a Milei a que vaya a lugares como La Puna (norte argentino), donde, por ejemplo, hay una sola escuela para los estudiantes de la zona. Con este argumento, la candidata de JxC pretendió mostrar al libertario como una persona que no conoce a la Argentina y que propone algo impracticable. En su planteo subyace la idea de que se trata de una herramienta que puede funcionar en determinadas circunstancias (donde hay varios establecimientos), pero que fracasaría en otros lugares como los que tiene el país en su extenso territorio.
Cuando Bullrich dice que en las zonas donde hay una sola escuela (a pesar de su excepcionalidad) el sistema de vouchers fracasaría, está pensando que, como hay un monopolio, no hay nada para mejorar, ya que no se puede perder al público a manos de ninguna consecuencia. Pero en su planteo hay dos graves errores y confunde situaciones estáticas como la única realidad posible, dejando de lado todos los eventuales factores dinámicos que traería un sistema de libre concurrencia. Resumiendo, recordando al clásico Bastiat, hace referencia exclusivamente a lo que se ve y descarta por completo “lo que no se ve”.
Si en un lugar determinado hay una sola escuela, si la financiación deja de estar garantizada y va a manos de los padres, aunque haya una sola institución educativa, ésta ya tendría que cambiar. Si no garantiza que los chicos cursen en el establecimiento, dejarán de percibir sus ingresos, asegurados con este sistema. Mucho más si se trata de un esquema liberal ortodoxo, donde la educación, aunque se garantice en materia de recursos por el Estado, sea optativa y voluntaria.
Pero, además, en lugares donde hay uno o pocos sitios disponibles para cursar, la irrupción del sistema de vouchers cambiaría los incentivos hasta de los jugadores que no están en el mercado. Sabiendo que las familias cuentan con el bono escolar en el distrito, nuevos emprendedores pueden abrir centros de estudios alternativos, esperando seducir a las familias de los estudiantes para que vayan a utilizar allí su bono. Claro que la inversión será a riesgo de los nuevos competidores, que tendrán un incentivo como para hacer la inversión, siempre y cuando consideren que pueden aportar algo nuevo, eficiente y elegible.
Por todo esto, incluso donde hay menos oferta, la irrupción del sistema de vouchers sería muy positiva. Puede que en estos lugares sea hasta más revolucionario que en las grandes ciudades.