ESPERANZA RUIZ,
Su mensaje se hizo viral hace un par de semanas. Se llama David (Nano jr. en las redes sociales) y es un chaval de mi tierra con pinta de chaval de mi tierra. Habla a la cámara del móvil de familia y esfuerzo y su nuez zarandea la palabra «loca». Rasca un poco en las fricativas. «Mi vida loca» no es la única tinta que le adorna el gaznate. También lleva el símbolo del dólar, dos pistolas y unas alas y se le escapa la incomprensión por los remaches cuando se lamenta, en rotacismo de la terreta, de los vagos y maleantes de su edad.
Nano hace un alegato maduro sobre el esfuerzo y la familia en lo que dura un Tiktok, la nueva unidad de medida. Luce rosas en la piel y espinas en la niñez. La necesidad y el honor le mantienen trabajando desde los dieciséis. Ahora tiene veintidós y dos curros. Ahora tiene dignidad y una madre y una hermana a las que provee de seguridad y zapatillas.
Suda tinta para llegar a fin de mes Nano, que no entiende por qué quienes tienen padres que dan la paga y financian el chándal y los libros pierden la juventud en un eterno colocón. Les dice a esos que cojan sus oportunidades y corran hacia una vida de provecho. Que llenen su tiempo de sentido y no busquen el romanticismo al barrio.
Hay más inteligencia en el instinto de Nano que en la mayoría de diplomas académicos. Hay mucha calle en sus zapatos y verdad sin corromper en el vínculo con los suyos. Hay un futuro en su sabiduría ancestral.
El mensaje —puro sentido común, pura cultura del esfuerzo atávica— lo recibe con alborozo una sociedad fofa, narcotizada con coreografías, maquillaje y gimnasios. Lo olvidará con la misma facilidad. Tirará de la cadena con la siguiente ofensa prefabricada, con el próximo salseo, con la enésima chorrada que caldee el ánimo de quien tiene todo el aburrimiento del mundo entre publicación de Instagram y match de Tinder.
Ojalá sea pronto. Nano ha sido requerido para dar su testimonio por algunas televisiones. Un empresario le ha regalado un coche para que pueda acudir de un trabajo a otro con más comodidad. Miran a un chico que brega como a un mono de feria. Se compadecen por su inusual modus operandi para ganarse la vida. Sienten lástima por una existencia sin resacas entre semana, sin tiempo para editar fotos y contar likes, sin pasta para el capricho del momento. Nano ha añadido recientemente la dirección de una agencia de comunicación en su perfil de redes sociales. El sistema ha detectado a una nota discordante, se ha conmovido porque identifica esfuerzo con precariedad, lo ha fagocitado y lo va a regurgitar en forma de influencer. Así, pronto dispondrá de mucho dinero sin el sudor de su frente, sin trabajar quince horas diarias. No necesitará ahorrar para un nuevo tatuaje, su hermana podrá cambiar de deportivas a menudo y su madre hacerse la manicura semanalmente. Se regalará el bemeta de sus sueños antes de los 25 y le invitarán a eventos, haciendo de él un producto que genere nuevos consumidores.
No salvéis a Nano. No hay nada de lo que salvarlo. Ha entendido a la perfección lo que significa caer exhausto por las noches en la cama. Sabe de dignidad e integridad. Conoce la satisfacción de darse y cuidar. Aprieta los dientes ante las dificultades, tutea a su fuerza de voluntad. Doblega las tentaciones mundanas y desprecia a los flojos. Domina sus ganas, convive con su tensión espiritual. No salvéis a Nano. Es un hombre con una misión que lo ha entendido todo. Es de los pocos que sobrevivirá, de entre una recua de desorientados y aprensivos, a los tiempos que se avecinan.