ZOÉ VALDÉS,
La masacre genocida y la inmediata guerra provocada por el terrorismo de Hamas entre Israel y la Franja de Gaza —¿debiera añadir también con la frontera libanesa?— se tiñe segundo a segundo de más y más sucesos ensangrentados, de horrores traducidos en vidas inocentes arrancadas de cuajo. Por supuesto, cuando hablo de «inocentes» quiero dejar bien claro que me refiero a las víctimas israelíes. Porque este espanto que se ha vivido en los últimos días tiene un nombre: antisemitismo. Y, punto.
Lo describe de forma muy explícita el periodista, editorialista, biógrafo, presentador de televisión, y escritor francés, Franz-Olivier Giesbert, en su artículo publicado por Le Point titulado Los judíos frente a la «bestia inmunda»… «No le demos más vuelta a la noria: el antisemitismo es uno e indivisible. Que sea europeo o árabe, tiene el mismo objetivo simbolizado por el encuentro entre Hitler y el gran muftí de Jerusalén Amin al-Husseini, en 1941: la destrucción de los judíos».
Es duro admitirlo, pero es la realidad, no hay otra. Lo sabía Golda Meir, por mucho que intentara la paz, oliéndose intuitivamente la guerra, muy a su pesar; trataba por todos los medios de impedirla, esquivándola usaba los recursos más inteligentes… Cierto, con los rusos como barrera, frente a Henry Kissinger y a los norteamericanos, por el petróleo árabe.
«Llevo días sin dormir», me cuenta un amigo franco-judío a través del teléfono, le respondo que, al igual que él, yo también, así como numerosos amigos nuestros, no pegamos ojo. Concordamos en que no se trata para nada de miedo, sino de una ira indescriptible. Una ira interior que carcome porque responde no sólo a los despreciables acontecimientos, también a las reacciones posteriores de la prensa y de la izquierda europea. «¿Sabes que la Unión Europea iba a quitarle las ayudas a estos bestias y el gobierno español lo impidió? Fueron los primeros en protestar…» Sí, lo sé, musito avergonzada.
Además del antisemitismo casi ordinario y hasta banal, ya expuesto en el extraordinario artículo de Giesbert, existe el antisemitismo ignorante que niega —como siempre por parte de los comunistas— a la historia misma; es el rencor de una izquierda ferozmente recalcitrante a favor de los terroristas, que abomina de Israel y digámoslo sin tapujos: que aborrece a los judíos, tildándolos de «usureros» y últimamente hasta de ¡»colonizadores»!
Son basura, sin más. Basura desbordante de aberración e inquina. El problema es que actúan desde los gobiernos, desde las Asambleas y los Senados, tanto desde el español como desde el francés, no sólo tapando los horrores cometidos por Hamas, en este caso, además borrándolos frente al impuesto dramatismo palestino.
Una de esas plataformas publicó en Xuiter (ex Tuiter) imágenes en vídeos de niños gazaíes temblorosos de miedo, algunos con un líquido rojo en las caras, pero sin heridas abiertas, acompañados de adultos ubicados en medio de escombros… ¿Y…?
¿Y qué hay con esos niños israelíes torturados y asesinados por los terroristas de Gaza (apoyados y aupados por los palestinos, y por la izquierda mundial)? ¿Qué hay con esas mujeres a las que masacraron cortándoles los senos, apuñalándoles los vientres de embarazadas y tasajeando a sus bebés no nacidos…? ¿Qué hay de los bebés decapitados?
Son tan indecentes que todavía exigen fotos y vídeos. No titubean en poner en escena a los suyos, aunque vivos. Podrán temblar mucho, y podrán mostrarlos como quieran, pero ahí están, vivos. En caso de que murieran, ¿quiénes empezaron? ¿Quiénes provocaron todo este horror, quiénes iniciaron esta guerra de odio? Ellos, no Israel.
Sí, se trata del antisemitismo, del desprecio y la fobia de los judíos, que resulta ya más que enfermizo, es como una de esas plagas interminables, inoculadas en las mentes de la humalidad. Frente a esa humalidad hay que actuar una y otra vez, en defensa de la vida, de la existencia, porque quiéranlo o no, Israel tiene que existir. Porque Israel existe primero que todos ellos, en su territorio, en la tierra de Israel y de los judíos.
«Los verdaderos palestinos, históricamente… ¡son los judíos! —continúa Giesbert en su artículo—. Su país se llamó un día Palestina, porque en el IIe de n.e., después de una de sus revueltas, el emperador romano Adriano (Hadrian), había decidido para borrarlos mejor, que serían llamados con el nombre de sus enemigos de siempre, los Philistins, palabra que se transforma en palestinos. El estado judío llevaba el nombre de Palestina cuando, tras un plan de intercambio con los árabes que lo refutaron, fue proclamado en 1948, bajo la égida de la ONU. Sus fundadores lo rebautizaron como Israel…». Pero ni siquiera entrar en detalles acerca de la verdadera historia, puede hoy en día solucionar el conflicto nutrido con una fuerza mayor: la envidia y la animadversión.