domingo, noviembre 24, 2024
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Proporcionalidades y equidistancias

FRANCISCO JOSÉ CONTRERAS,

Opinadores pro-palestinos de ambas orillas ideológicas exigen a Israel «proporcionalidad» en su respuesta al ataque de Hamás. Yo, por el contrario, espero que el Estado judío no guarde la proporcionalidad. Pues si entendemos por tal la perpetración de una agresión equivalente a la recibida, la respuesta «proporcional» implicaría ir casa por casa degollando a bebés, violando a las mujeres y torturando en formas horribles. La proporcionalidad consistiría en responder a Hamás con la misma lógica genocida de exterminio y ensañamiento sádico. Como han señalado muchos, lo que sufrió Israel el 7 de octubre no tenía antecedentes en 75 años de conflicto israelo-árabe: habría que remontarse a Auschwitz y los Einsatzgruppen —que hacían precisamente eso en los shtetlach de Ucrania y Bielorrusia: aniquilar hasta al último anciano o niño— para encontrar algo semejante.

Reconocer el abismo moral entre Israel y Hamás —la diferencia, como ha escrito Victor Davis Hanson, «entre quienes usan cohetes [de la Iron Dome] para proteger a civiles y quienes usan civiles para proteger a los cohetes»— no significa respaldar acríticamente a Israel en cualquier cosa que haga: por ejemplo, es injusta la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania, que aleja la posibilidad de un acuerdo territorial final. Pero no se puede ser equidistante entre quienes intentan combatir el terrorismo minimizando las víctimas civiles (¿qué ejército del mundo avisa previamente —mediante octavillas, «roof knocking» y hasta SMS— de dónde piensa golpear?) y quienes buscan, no un Estado palestino (eso se lo ofreció en Camp David II Ehud Barak a Arafat, que lo rechazó), sino la aniquilación de todo israelí.

La raíz moral de Israel es la protección de la vida: por eso ha llegado a veces hasta a excarcelar a cientos de presos para salvar a un solo soldado secuestrado; por eso a los terroristas capturados heridos tras el 7 de octubre no los ha rematado, sino cuidado en hospitales, poniendo vigilancia para evitar linchamientos. Israel fue fundado como refugio para los que querían vivir: para los que huían de los pogromos rusos de 1881, para quienes consiguieron escapar después del Holocausto. Gente que hacía brotar nueva vida allí donde se estableció, construyendo desde la nada ciudades como Tel Aviv o haciendo florecer al desierto del Neguev. El sionismo, tan denostado, consistió en universidades, kibbutzim (el único experimento socialista exitoso de la historia), regadíos, orquestas y museos. Y sí, trajo consigo un conflicto territorial que hubiese podido quedar resuelto si en 1947 los Estados árabes, en lugar de declarar la guerra al grito de «echaremos a los judíos al mar», hubiesen aceptado el reparto propuesto por la ONU. O si, tras ser derrotados contra todo pronóstico por un Israel todavía mal armado, hubiesen creado un Estado palestino en 1949 en Gaza, Cisjordania y Jerusalén. O si Egipto y Jordania hubiesen reabsorbido a los palestinos de Gaza-Cisjordania dándoles la nacionalidad egipcia o jordana, en lugar de mantenerlos en campos de refugiados y en un limbo jurídico. O si Arafat hubiese aceptado en 2000 la propuesta israelí de un Estado palestino que hubiese abarcado el 100% de Gaza, el 97% de Cisjordania y Jerusalén oriental.

Frente a la valoración israelí de la vida, Hamás, Hezbollah y grupos similares representan, más que el fundamentalismo islámico, una especie de culto nihilista a la muerte. En las escuelas primarias de la Gaza controlada por Hamás se disfraza a los niños de hombres-bomba; las madres proclaman que quieren tener muchos hijos para que mueran como mártires. Las ayudas internacionales se invierten más en cohetes y túneles que en industrias u hospitales.

Los valores de Israel —igualdad ante la ley (también para el millón de árabes que tienen la ciudadanía israelí), Estado de Derecho, libertad religiosa y de expresión— son los de Occidente. Pero el Occidente woke está en plena deriva de autodesprecio y autodestrucción. Los universitarios que se echan a la calle a gritar «contra el genocidio israelí» han aprendido que nuestra Historia es una larga noche de imperialismo, racismo y machismo; que, en cualquier conflicto, Occidente es el malo y el no occidental la víctima. Las pancartas anti-israelíes significan en realidad lo mismo que aquella pintada tras el 11-S: «Osama, mátanos».

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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