HUGHES,
A medida que «se acerca la investidura», que es la forma mediática elegida para contar y titular el proceso de cesiones al separatismo, observamos que se va limpiando un camino. Primero fueron los indultos, las reformas penales de los delitos y ahora la amnistía. Además, la progresiva eliminación de la, digamos, condena moral y política que administran los medios y partidos. Todo lo que el separatismo catalán hizo durante aquellos días de octubre deja de ser delito, deja de estar mal, deja de ser cuestionable. Y probablemente dejará de ser considerado así por ser «democrático», por ser «expresión de demandas nacionales».
Con esto, la vía catalana queda restaurada y homologada como vía posible para cualquier anhelo democrático y nacional. No sólo lo sucedido en octubre de 2017, también durante los años anteriores del procés, el llamado procesismo.
Todo eso que se hizo para torcer el brazo al Estado resulta que estuvo bien hecho y que se admite como vía posible.
Mientras Sánchez defendía la amnistía públicamente (queda así encadenado a ella), Vox reunía a muchos miles de personas en Madrid para protestar por ello. La manifestación fue un éxito. Vox va rompiendo el cerco mediático de una manera lenta, dificilísima, con figuras de internet y personas como Luis del Pino o Girauta, contadísimos islotes en los medios. Pero en lo que tuvo de éxito, su logro consistió también en acceder, tocar con los dedos la otra orilla: ver a Rosa Díez, a Savater… Por fin Vox puede contactar con la «resistencia constitucionalista», con el resistencialismo constitucionalista prestigiado. Años de trabajo para eso, pero a la vez, ¿no sentimos una sensación de déjà vu viendo a esas personas? Incorporan décadas de experiencia en la oposición a lo que ahora está culminando: manifestaciones en Colón, apelaciones a la Constitución e invocaciones, como si fuera el dios Manitú, al Estado de derecho para que se manifieste por fin…
Pero no hay noticias de Él. Tampoco de Europa, Zeus del orden con su trueno positivista en una mano.
Entonces, con un ojo miramos eso (sentimos un crujido frío y seco con el constitucionalismo, también en su versión protestantiva) y con el otro vemos cómo queda inmaculada, legalizada, validada, la vía catalana… Entonces, si una aburre y no ha conseguido casi nada, ¿por qué no probar con la otra?
Los separatistas catalanes han dejado un modelo de actuación: la resistencia civil no violenta. Así la llamaban. Es importante que no sea violenta, que no sea cruenta. Sólo un grito democrático que acongoje al disidente. ¿Verdad que se puede escrachear a los líderes políticos en las puertas de sus casas como hacían, sin ir más lejos, con Arrimadas? No es necesario tampoco quedar reducido al manifestódromo de Colón. Se podría intentar la manifestación-performance que hacían en Cataluña: unir, por ejemplo, España de punta a punta con cadenas apabullantes, o rodear todos los lugares del mayor simbolismo telúrico-histórico…
Debería seguirse el modelo organizativo catalán: lo que ellos llamaron «la sociedad civil», por supuesto con fondos públicos. Los partidos quizás deberían financiar abiertamente a organizaciones civiles como Òmnium o a la ANC. ¿Una Asamblea Nacional Catalana? ¿Y por qué no una española? Que la nación (la llamaremos así, con todo el desahogo) se vaya aglutinando y desarrollando de esta forma, autoproclamada, que una voz se consolide frente al Estado opresor.
La vía catalana permite boicots muy concretos: anunciantes y empresas mediáticas podrían conocer así la existencia de aquello que silencian.
Todo esto está validado. También organizar una votación alternativa con ánimo constituyente. Sacar urnas de plástico en todos los colegios de España. Una mezcla de Cádiz y procés. ¿Por qué no hacerlo, si es completamente legal?
La vía catalana queda expedita para que el resto de españoles se organicen así. El genio catalán es digno de imitación. De la vía vasca por supuesto no digo nada porque aspiro, en el fondo de mi corazón, a ser un buen cristiano.