ERNESTO ARAÚJO,
¿Qué hay en común entre el Brasil de Lula, Gaza bajo Hamás y España en vísperas de la mutilación nacional que pretende celebrar Pedro Sánchez? La normalización del crimen.
No parece que algo peor pueda pasar a una sociedad que esto: la elevación del crimen de Estado, del terrorismo y de la corrupción a la categoría de mal cotidiano aceptado y celebrado.
Los brasileños lo conocemos muy bien bajo la figura de la «descondenación» de Lula, obra prima de la Suprema Corte politizada, coronación de todo un conjunto de semejantes «descondenaciones» en beneficio de innúmeros políticos antes encarcelados por corrupción, de suavidades legales en favor de narcotraficantes, de garantías de impunidad eterna a otras figuras de la élite política y empresarial cuyas acusaciones por corrupción, manipulación de mercados y otros crímenes ya se sabe que nunca serán juzgadas.
El efecto de la actuación conjunta de los tres poderes de la República en la creación de un flujo permanente de «favores», por decirlo así, una red de inmunidades y privilegios, es devastador sobre la vida moral del pueblo brasileño, que ahora se sabe gobernado por una casta de intocables, contra quienes cualquier protesta es severamente punida. Un país con sentimientos morales tan completamente oprimidos y humillados puede sobrevivir por algún tiempo como un espacio económico, aunque mediocremente, pero no puede sobrevivir como nación.
En Gaza vemos hasta dónde puede llegar un modelo político basado en el asesinato, en la violencia deshumana de una entidad dirigente que al mismo tiempo transforma su propio pueblo en prisionero y rehén, «bravos combatientes» que se disimulan entre sus propias mujeres, niños y enfermos. Hicieron una apuesta por el frenesí diabólico como forma de gobierno, conscientes de que ese diabolismo cuenta con simpatías múltiples por el mundo, siempre disponibles para justificar nuevas atrocidades. Ahí también se normaliza y se justifica el mal.
¿Y España? España se prepara a vender su alma. A ejemplo de lo que sucede en Brasil, el acuerdo de investidura de Sánchez eleva la impunidad a principio nuclear del Estado. A ejemplo de Gaza, parece contar con justificadores por todo el mundo bien-pensante. No es terrorismo porque no mata directamente (aunque uno tenga que preguntarse cómo calificar al atentado a Vidal-Quadras), pero compromete el futuro de un pueblo a nombre de una obsesión por el poder. Humilla la legalidad. Derriba de un golpe la obra más que milenaria de la unidad nacional. Pone los gobernantes más arriba del derecho e inalcanzables por la sociedad, exactamente como en Brasil. Desprecia sus propios ciudadanos como Hamás. Entroniza el crimen, como ambos.
Pero, ¿cómo pueden la actual dictadura del corruptariado consolidada en Brasil, el terrorismo indescriptible de Hamás y el golpe de Sánchez a la unidad multisecular de España encontrar tantos defensores poderosos en tantas partes del planeta?
A los globalistas —que dominan los grandes medios, las grandes instituciones mundiales y casi todos los gobiernos— no les gusta la nación y quieren verla destruida. Cualquier nación. Brasil por la corrupción, Israel por el terrorismo, España por el golpe separatista: tres grandes naciones igualmente amenazadas de disparición o por lo menos de reducción a la insignificancia, de disolución en el programa de «la sociedad global planetaria» deshumanizada o del «destino común» comandado por el maoísmo chino, o quien sabe del califato deseado por Hamas, Irán y por una proporción creciente de la población europea.
Las hordas salafistas que planean la sustitución de la Constitución alemana (a modo de ejemplo) por la sharía islámica son análogas a los déspotas cleptócratas de Brasil y a los socialistas antiespañoles de España en su furia de hacer tabula rasa de cualquier orden legal que los restrinja. Pero lo que les restringe, o podría restringirlos, más que la letra constitucional, es el sentimiento nacional.
Se promueve la normalización del crimen y la justificación del mal para destruir la nación, principal anteparo a las tiranías. Si explota España, los globalistas de todos los matices celebrarán: «¡Una menos!». La lucha de los españoles por impedir el golpe es parte de una lucha mucho más amplia por el derecho de todos nosotros a tener una nación, espacio insustituible de la libertad y de la dignidad humana.