Marcelo Duclos,
Argentina podría estar cursando la última semana del kirchnerismo. Una tragedia populista que marcó el pulso de la política nacional por 20 años. Los 16 que les tocó gobernar y los 4 que fueron oposición. El lunes habrá nuevo presidente en funciones y según como le empiece a ir, estaremos en condiciones de decir si el kirchnerismo pasó a la historia o no. Es que, si las cosas comienzan a ser problemáticas, el cristinismo asomará la cabeza para querer convertirse en la referencia de la oposición política y conceptual. Ahora, si todo se encamina, el peronismo tendrá que colaborar con las leyes indispensables durante la “luna de miel” y buscará reorganizarse a futuro, dando vuelta la página nuevamente. Una vez más, lo que le conviene al kirchnerismo es que al país le vaya mal.
Esta historia comenzó en la víspera de la elección presidencial de 2003, producto de una interna peronista: el resentimiento de Eduardo Duhalde con Carlos Menem. Para entender esa historia hay que retrotraerse a la reforma de la Constitución de 1994, que dejó al entonces vicepresidente sin chances de aspirar a la Casa Rosada, luego que el mandatario consiguiera la reforma para aspirar a una cantada reelección. Aunque Duhalde se refugió en la provincia de Buenos Aires durante el segundo tramo del menemismo, el rencor lo acompañó siempre. Tras la caída de Fernando de la Rúa y el interinato, en 2003 se verían las caras en bandos opuestos en una elección con el peronismo dividido.
Por un lado estaba Menem, que aspiraba a su tercer mandato. Del otro, Duhalde buscaba un delfín para arrebatarle la presidencia a su excompañero de fórmula, de la misma manera que la había perdido él con la reelección. Néstor Kirchner no fue la primera opción ni por asomo. Al que primero buscó Duhalde fue a Carlos Reutemann, que rechazó la propuesta por lealtad a Menem, que lo había llevado a la política.
La segunda opción fue el cordobés José Manuel de la Sota, que sí aceptó gustoso el desafío, pero que no podía levantar en las encuestas. Sin dudas, los planetas estaban cruzados para Argentina. Cualquiera de ellos dos le hubiese ahorrado la pesadilla populista que estaba por venir. Ya contrarreloj, el tercer tentado fue el gobernador de Santa Cruz, prácticamente desconocido a nivel nacional. Ese desconocimiento le permitió mostrarse como la renovación política y terminó llegando a la Casa Rosada en 2003. Para las elecciones de 2005, el kirchnerismo ya se mostraba con pretensiones hegemónicas y ya se habían sacado de encima a Eduardo Duhalde, que años después reconoció su error.
Aquella primera presidencia (2003-2007) es todavía mal interpretada por muchos analistas. Algunos incluso la recuerdan como una buena gestión, cuando pudo haber sido la peor de todas. El error radica en la confusión entre la foto y la película. Si miramos la escena, aislada, vemos cuestiones como, por ejemplo, el superávit fiscal, no tan usual en la historia argentina. Pero, si rebobinamos o damos play (ni hablar si corremos la cinta hacia adelante), vemos a simple vista la dimensión del error histórico de aquellos años.
Hay que recordar que Kirchner recibió dos cosas no menores: el mejor contexto internacional en muchas décadas, lo que se traduce en una demanda de los productos argentinos en el mundo, y un banco central listo para imprimir todo lo que el gobierno disponga. La ley de la convertibilidad había sido derogada hace un año y la impresora no tenía otras restricciones que la tinta y el papel para comenzar a trabajar. Con una enormidad de dólares que ingresaban del sector externo y un populismo doméstico incipiente, Argentina desperdició un proceso histórico ideal, que tendría que haber servido para sentar las bases del desarrollo y el crecimiento sustentable. En lugar de eso se incrementó el Estado, se fortaleció la corporación parasitaria y se subsidió ridículamente hasta la clase media, que comenzó a pagar tarifas irrisorias. Como terminó esta historia no hay que recordarlo.
Con la imposibilidad de ejercer tres mandatos consecutivos, la idea del matrimonio Kirchner era dividirse entre ellos los mandatos. Así, Cristina recibió de Néstor la banda presidencial en 2007. Sin embargo, la muerte prematura del exmandatario en 2010 cambió los planes. CFK se recostó en el ala más radical de su espacio, consolidó una alianza con la izquierda dura y se abrazó a los peores vínculos de la política exterior.
Para las elecciones de 2011, el candidato mejor perfilado era el intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. Sin garantías de una victoria, el jefe de Gobierno porteño se abstuvo de dar la pelea en el ámbito nacional y fue por su segundo mandato en la capital. Esta actitud irresponsable le permitió a CFK ser reelecta con el 54% de los votos. Aunque intentó plantear mediante sus voceros más radicales la posibilidad de una reforma constitucional para quedarse, millones de argentinos salieron a la calle a protestar, por lo que Kirchner tuvo que archivar la propuesta.
Con el modelo absolutamente agotado, el kirchnerismo dejó el poder en 2015, luego de caer en las elecciones con la dupla Daniel Scioli-Carlos Zannini. Sin embrargo, durante los cuatro años del macrismo, Cristina y compañía siguió gravitando fuertemente en la política nacional.
Ante un gobierno timorato, que no explicitó la dura herencia recibida, el cristinismo boicoteó y pudo doblegar a un Macri que nunca le agarró la vuelta al poder. De esta manera, CFK volvió junto a Alberto Fernández en 2019, con un gobierno que fracasó estrepitosamente por una simple razón: no hay forma de hacer populismo sin plata.
Tan claro fue este último fracaso kirchnerista, que los argentinos decidieron votar por la opción más radicalmente opuesta, es decir, la de un liberal libertario que cuestiona sin reparos todos los mandatos sagrados del progresismo. De esta manera, todo indica que estamos ante el comienzo de un proceso diferente al de Macri entre 2015 y 2019.
Si Javier Milei comienza haciendo pie, la oposición no tendrá otra opción que respetar la ‘luna de miel’ del electorado con el nuevo presidente. Y si la cosa comienza a mejorar, el peronismo deberá buscar nuevos rumbos, con representantes más modernos y moderados. Este sería el peor escenario para una Cristina que nunca pudo encontrar sucesor, como suele ocurrir en los procesos personalistas. Nada de esto es imposible, por lo que es probable que esta sea la última semana del kirchnerismo, no solamente en el poder, sino como espacio político de peso.