FEE,
El senador demócrata estadounidense Bob Casey publicó recientemente el “Informe Especial sobre la Greedflation”. Esta publicación intenta explicar la elevada inflación apelando a la codicia empresarial, y propone además políticas sobre cómo hacer frente a la codicia. Como cabe imaginar, este informe está repleto de errores, pero uno de ellos es el que más destaca. El error es que la “inflación avariciosa” es algo malo. En realidad, la llamada “greedflation [avarinflación]” es buena.
El informe narra la historia de una madre ficticia de dos hijos llamada Anne. Anne se enfrenta a costes más elevados, lo que hace más difícil “llegar a fin de mes”. Anne, según el informe especial de Casey, “está siendo víctima de la greedflation”. Sin embargo, Anne no es una víctima, sino una beneficiaria. Anne debería estar agradecida de que estas empresas subieran sus precios. Si no subieran los precios, probablemente Anne encontraría pocos bienes de consumo en las estanterías de su tienda de comestibles. ¿Por qué?
Cuando aumenta la oferta monetaria, por intervención de la Reserva Federal, el nuevo dinero se gasta y se abre camino en el mercado, aumentando la demanda de bienes y, por tanto, también los precios de esos bienes. Esencialmente, demasiados dólares persiguen muy pocos bienes, menos bienes de lo habitual. ¿Cuál es el resultado? Suben los precios. El mismo resultado se produce cuando el gobierno interrumpe la producción mediante cierres y regulaciones. La oferta de bienes de consumo se restringe y los precios al consumo suben.
Si los precios se mantienen en los niveles anteriores a la inflación, la cantidad demandada de los bienes afectados será mayor que la cantidad ofrecida. Como resultado, habrá escasez. Como consecuencia de dicha escasez, habrá un sistema alternativo de asignación de bienes distinto de la asignación basada en quién es el comprador más ávido. Normalmente, la alternativa será “el primero que llega es el primero que se sirve”. Las personas que llegan primero a la tienda compran más productos a precios más bajos de los que habrían comprado de otro modo, dejando poco o nada para los que llegan tarde.
Un buen ejemplo de ello es el papel higiénico durante la pandemia. Walmart y otros supermercados, quizá motivados por el deseo de mantener la buena voluntad de los consumidores, mantuvieron el precio del papel higiénico en los niveles anteriores a la pandemia. Como resultado, el papel higiénico fue comprado rápidamente por los primeros en llegar a la tienda, y los que llegaron más tarde se encontraron con estanterías vacías.
Cuando los precios se suprimen por debajo del precio de equilibrio del mercado (el precio al que la cantidad demandada es igual a la cantidad ofrecida), la distribución del bien en cuestión es profunda pero estrecha, es decir, unas pocas personas obtienen grandes cantidades del bien. Cuando el precio es el precio de equilibrio del mercado, la distribución es poco profunda, pero amplia, es decir, más personas obtienen menos unidades del bien.
Pero, ¿la madre soltera ficticia Ana sale perjudicada o beneficiada? En otras palabras, ¿llegará antes o después a la tienda? El senador Casey se aseguró de describir minuciosamente lo ocupada que está Anne. Trabaja mucho y apenas tiene tiempo. Esto significa que el coste de oportunidad de esperar en la cola de la tienda para Anne es mayor que el de otros desempleados o jubilados. Lo más probable es que llegue a la tienda cuando ya la hayan recogido.
Así pues, cuando las tiendas actúan “altruistamente” manteniendo los precios por debajo de los precios de equilibrio del mercado, los consumidores como Ana se ven perjudicados. Con precios “inflados”, Ana puede pagar más por cada bien, pero pagar más por bienes vitales es superior a no obtener el bien en absoluto.
Ahora está claro que la “avarinflación” benefició a Anne en lugar de victimizarla como alega el senador Casey.
Siguiendo el espíritu del informe tremendamente inexacto y equivocado de Casey, ¿qué solución hay para el actual problema de la inflación? En última instancia, el gobierno debería eliminar los impedimentos a la producción, lo que significa que deberían abolirse tantas regulaciones e impuestos como fuera posible. Además, deberían dejar de inflar la masa monetaria. Ambas políticas deberían ser suficientes para amortiguar los efectos de la inflación de los precios al consumo y elevar el bienestar financiero de personas como la ficticia “Anne” de Casey.
En última instancia, no deberíamos apoyar las intervenciones gubernamentales para resolver el supuesto problema de la “avarinflación” porque la intervención gubernamental es en sí misma el problema. Para bajar los precios, tenemos que sacar al gobierno del mercado. Mientras tanto, el ciudadano de a pie debería estar agradecido por la “avarinflación” porque, de lo contrario, se enfrentaría a la dura realidad de las estanterías vacías de los supermercados.
Este artículo apareció originalmente en la Fundación para la Educación Económica.