ITXU DÍAZ,
No hay nada más español que una buena fiesta. Y tenemos unas cuantas por delante en los próximos días. Espero que hayas mantenido tu hígado a remojo. Hay muchas formas aburridas de condenarse, pero la más estúpida de todas es saltarse el tercer mandamiento. Todavía somos una nación de herencia cristiana, y el mandato es bastante claro en cuanto a lo de los días de juerga. Piensa que Dios no dijo «si bebes, no conduzcas», ni «give peace a chance«, ni «reducir, reutilizar, reciclar», sino «santificarás las fiestas». Amén.
Las bodas de Caná son un buen ejemplo de lo que significa ser cristiano. El comportamiento de Jesús y la Santísima Virgen en aquella ocasión revela que, en cierto modo, eran españoles. Ella insinúa que falta la última copa, la penúltima, y Él trata de hacerse el remolón, como si quisiera irse a casa cuanto antes. Naturalmente, dos segundos después Jesús hace el milagro y convierte el agua en vino, y al poco rato todos brindan. Seguramente fueron los últimos en largarse a casa. Dios es alegre.
Hay pocas cosas más invencibles que una sociedad contenta, risueña incluso en medio de los peores contratiempos, y con una crónica avidez de jarana. Todos los regímenes totalitarios intentan sembrar el virus de la infelicidad y de la desesperanza, porque la gente feliz es muy peligrosa para el tirano; no suele dejarse someter, y siempre está buscando la manera de deshacerse de aquello que le oprime, ya sean las horas extras en el trabajo, el horario cortarrollos de la hostelería o un tirano que intenta acabar con las libertades del pueblo.
Y estos son días de felicidad. No nos deseamos «buena Navidad» ni nada por el estilo, sino algo mucho más ambicioso: nos decimos «¡feliz Navidad!»; todos excepto el quebrantahuesos de la Complutense que te desea feliz hoja seca. Toda Navidad tiene su señor Scrooge mascullando «¡paparruchas!» ante la cantinela de los villancicos, las luces de colores, las familias que se reúnen, los belenes en cada esquina, o los regalos de los que se quieren. Ese desprecio hacia los símbolos de la alegría es sólo la proyección de la propia insatisfacción, que no puede asumir que el resto sí parezcan felices. Y es normal. Lejos del sentido cristiano de la fiesta, ciertamente estos días pueden ser dolorosos, porque no hay lugar para los cínicos, para los agoreros, para los que proclaman el apocalipsis del planeta o para que los que odian el capitalismo. Las voces que suenan a todas horas son las de los niños, y el mensaje más repetido es un deseo de prosperidad, de amor, de esperanza, de fe.
Durante un tiempo llegó a ser una célebre pose contracultural eso de despreciar la Navidad. Pero, como pasaba con los grupos musicales indies en los 90, son gestos que tienen cierta razón de ser mientras no se vuelven mainstream. Hoy la Navidad woke o la anti-Navidad es una plaga en las instituciones y las corporaciones. Un fracaso constante, porque la verdadera Navidad sigue más viva que nunca en lo que realmente importa, en las familias, en el corazón de las personas, en los hogares y en los bares.
La lluvia institucional anticristiana, el cinismo antinavideño de los medios, la carallada política de extrema izquierda y de extremo centro, la cobardía masónica de las grandes corporaciones y las Big Techs, que te felicitan la Navidad con una postal de una bombilla y cosas así, insiste y avanza en su universo paralelo irreal, allá donde no habitan las personas, mientras despierta la mayor indiferencia en la sociedad española, que sigue siendo, a pesar de todo, insisto, parte de la cultura cristiana, que sigue disfrutando de reunirse con los suyos en Nochebuena, de montar el Belén con los niños, de brindar con los amigos hasta el cuerpo aguante, y de cooperar en obras de caridad con los más necesitados, que así es, a grandes rasgos, la fórmula de la Navidad ideal de una familia cristiana.
A fin de cuentas, no celebramos una de tantas festividades religiosas sin más. No es, con todos mis respetos y devociones, San Patricio, o San Gaudencio, o San Ursicino. Es el nacimiento del Hijo de Dios y nuestro Salvador. Es lo que da sentido a todo. La madre de todas las fiestas, con permiso de Pascua de Resurrección. Y lo que explica lo que somos desde hace un montón de siglos. No hay ninguna razón, ni siquiera la ausencia de fe o el veneno que algunos llevan dentro, para no alzar una o varias copas esta Navidad, brindar por los tuyos y por España, y lanzar al cielo una oración con el deseo de que el año que viene podamos seguir riendo a mandíbula batiente como si no existieran los hijos de perra que nos quieren infelices.
¡Feliz Navidad a todos!