Indudablemente, la victoria de Javier Milei en las elecciones argentinas de este año, así como las medidas que ha aplicado solamente en los primeros 10 días como presidente -sin mencionar las que ha dicho que prepara próximamente-, está provocando un desafío en muchos ámbitos y a nivel no solo argentino o hispanoamericano, sino mundial.
Su irrupción en el ámbito de la política y la economía han venido calando tan profundo en tan poco tiempo que no es que nadie ha podido quedar indiferente, sino que todo el mundo quiere y espera cada vez más de él. Son cada vez más los que quieren que el fenómeno se reproduzca en su propio entorno, pero esto no es tan elemental.
La ola de cambio político reciente en Argentina, que me atrevería a decir que probablemente comenzó con la victoria del presidente Mauricio Macri en 2015 -a pesar de sus posteriores errores-, fue aprovechada por Milei, y la corriente de pensamiento liberal que se había venido sembrando allí al menos desde Juan Bautista Alberdi en el siglo XIX o desde los esfuerzos de Alberto Benegas Lynch padre y William Chapman desde la década de los 40 del siglo XX.
A partir del extraordinario éxito de Milei en los medios y luego de su salto al barro de la política como diputado hace un par de años, hubo un término que probablemente nació espontáneamente para identificar el nuevo fenómeno que nacía y tomaba forma y al cual todo aquel que no se identifica con la doctrina socialista más abyecta quiso adscribirse y formar parte, y que se ha utilizado de manera cada vez más frecuente, aunque también algo confusa, cuando no contradictoria y hasta peligrosa: «batalla cultural». Muy pocos, o prácticamente ningún liberal del tipo libertario al que Javier Milei se adscribe y ahora representa, había utilizado nunca tal término. Esto es, por eso, cuanto menos extraño.
Probablemente el diagnóstico sobre los principales problemas actuales, que son más fácilmente identificados en Estados Unidos con el término en inglés de cultura «woke» que significa estar despierto o consciente respecto de cuestiones que la izquierda considera como injusticia social-, ha sido inicialmente acertado a partir de que alguien identificó a Antonio Gramsci y habló más claramente sobre su estrategia de construir una sociedad de clases destruyendo primero la cultura burguesa y degradando los valores de la clase que identificaba como explotadora y, por tanto, el enemigo por defecto. Pero una cosa es identificar y denunciar la estrategia gramsciana y otra muy distinta es utilizar sus propios métodos para tratar de destruirla.
Es decir, el término de «batalla cultural» no sólo no deja de ser un tanto estridente, puesto que ningún liberal de los anteriormente mencionados o similares había recurrido antes al término, y hoy más bien se hacen algunos esfuerzos para que Milei no sea identificado como de derechas, de «ultra derecha» o «derecha moderna», sino que resulta incluso peligroso, sobre todo al momento de construir una hipotética contra estrategia y, más aún, si no se tiene suficientemente claro lo que se defiende, qué es clase o cultura burguesa, quiénes pertenecen a ella, de qué está hecha o por qué hay que defenderla.
Para Ayn Rand el asunto es incluso peor a pesar de que, evidentemente, no experimentó esta época, Sin embargo, Rand vivió en plena Guerra Fría. En una conferencia que ofreció en diciembre de 1960, criticó sin rodeos al conservadurismo de entonces, cuando este suponía que la antítesis del comunismo era la defensa de «la forma de vida estadounidense».
Esto denotaba, primero, que los conservadores de EEUU ni siquiera tenían una doctrina por medio de la cual guiar sus acciones defensivas ante el comunismo y, segundo, que tenían ciertas reservas y complejos frente a lo que realmente tendrían que haber estado defendiendo, que era la libertad, los derechos individuales del hombre, el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de su felicidad. El sistema político que defiende esos principios no es otro que el del capitalismo de libre mercado o el sistema de libertad natural que Adam Smith describió detalladamente a lo largo de su obra.
Afortunadamente, Milei ha hablado explícitamente de esta acepción a lo largo de su propia carrera, pero muchos de quienes lo siguen y apoyan no han reparado en el hecho de que lo que defiende es bastante más que un anti comunismo simplón, probablemente porque no responden a ninguna ideología elaborada, porque todavía no se adscriben o conocen doctrina político económica alguna, de manera tal que podrían simplemente limitarse a enfrentar la amenaza socialista con la misma violencia que reciben, cayendo de lleno en la trampa inicial.
También, por fortuna, Javier Milei no se refirió siquiera a este término tan ambiguo y hasta peligroso de «batalla cultural» en su discurso de asunción del 10 de diciembre, que fue probablemente el más importante que se haya ofrecido en la región desde Ronald Reagan, y digo afortunadamente porque fue un discurso tan breve y sencillo como profundo, claro y contundente.
Sucede, pues, que utilizar el término de «batalla cultural» para sintetizar la proeza que ha realizado Milei solamente hasta aquí, en vez de «defensa por la libertad individual» llamando las cosas por su nombre, puede conducir a graves problemas como los que durante décadas ha creado el término de «neoliberalismo», pues da la impresión de que alguien sabe cómo se vive y debe vivir en determinadas sociedades, que existe una cultura prediseñada o predefinida que no solo debe ser defendida, sino además impuesta en busca del dominio perverso de una visión única de la verdad o de forma de vida, una única perspectiva cultural o ideológica sobre toda la sociedad.
En realidad, es exactamente al revés. Solamente puede haber cultura en un entorno de respeto por los derechos individuales de propiedad privada. Para Alberto Benegas Lynch (h), «cultura remite a cultivar el espíritu, que es lo más preciado que tiene el ser humano, en cultivar su mente o su psique, que es lo que lo distingue de otras especies conocidas y lo reafirman en su condición humana».
Al mismo tiempo, para el mismo Benegas Lynch (h) «la batalla cultural apunta a que nos respetemos entre nosotros, independientemente de la conducta que cada uno decida en la esfera privada. Apuntamos a la convivencia civilizada, para lo cual es indispensable que cada persona considere sagrada la esfera individual de sus congéneres y, por tanto, se abstenga del modo más categórico a interponerse y mucho menos a recurrir a la fuerza o amenaza de fuerza para con sus vecinos y recurra a esta vía extrema sola y exclusivamente cuando hay lesiones de derechos de terceros».
En líneas generales, se podría decir que la persona culta exhibe una búsqueda permanente de preguntas y respuestas que lo llevan hacia la erudición en distintos campos, posee habilidades sociales destacadas y manifiesta una consciente apreciación por la cultura, la historia y las artes.
En un sentido más específico, aquellos que abogan por el liberalismo lo hacen primordialmente impulsados por una curiosidad intelectual, mostrando un interés genuino por explorar y un esfuerzo por aprender sobre temas desconocidos que expliquen más que por simple intuición los fenómenos que observan o sobre los que escuchan hablar. De esta forma, entonces, para un liberal su doctrina podría ser presentada como la explicación más sólida y coherente entre todas acerca del funcionamiento del capitalismo de mercado, percibiéndolo como el único sistema virtuoso de cooperación social.
Pero por sobre todas las cosas, si hay un elemento central en el liberalismo es el principio de no agresión por el cual puede comenzar a ser más fácilmente entendido. Esto es, según Murray N. Rothbard, que «nadie puede amenazar o cometer violencia (agresión) contra la persona o la propiedad de otro hombre», que «la violencia sólo puede emplearse contra el hombre que la comete; es decir, sólo a la defensiva contra la violencia agresiva de otro».
En definitiva, utilizar el término de «batalla cultural» requiere primero ofrecer al menos una definición de cultura y, segundo, ser capaz explicar que lo que quiere defender en realidad es la libertad individual, lo cual implica, a su vez, un esfuerzo previo y sin atajos por conocer y estudiar los principios del liberalismo. Caso contrario, podría estar, contrariamente a lo que presupone, concediendo la victoria a su adversario antes de haberla siquiera librado.