ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
No me escondo. Mi opinión sobre la piñata de Ferraz es que, personalmente, no me gusta y que yo no lo pasaría bien allí; pero no condeno la cosa. Mi alipori boomer, digamos, no tiene que tener onda expansiva. Estamos juzgándonos unos a los otros por encima de nuestras posibilidades, elevando nuestros caprichos o querencias al rango de norma. Del mismo modo, muchos de los que estaban allí no serán entusiastas de la poesía contemporánea de línea clara, pero espero que no condenarán mi pasión.
Hay una tradición antiquísima de manifestar la repulsa a los poderosos con muñecos, como los famosos juanillos. Recuérdese la Farsa de Ávila. Da bochorno ver a personas serias escandalizarse a estas alturas por esto, después de los muñecos que han ardido, han sido colgados, por el cuello o por los pies, han sido apaleados o arrastrados por la calle de Juan Carlos I, de Aznar, de Abascal o de Díaz Ayuso.
Mi auténtica duda es qué pensará Pedro Sánchez, el representado por el muñeco en cuestión. Que no le han retratado suficientemente guapo, se sabe. Puede que, además, lo del muñeco le parezca fatal. Entonces entraría de lleno en la definición de bárbaro que dio Chesterton: el que se ríe cuando te hiere y llora cuando le hieres. Porque los muñecos susodichos de sus opositores políticos no levantaron ni una sola condena suya.
Si le pareciera de verdad fatal tendría que ver con el deterioro de su imagen pública. En Ferraz se reúnen sólo un puñado de resistentes, en un número electoralmente insignificante; pero su acción tiene un gran eco mediático. Eso ha de dolerle a Sánchez más que los palos al monigote. Que la gente en sus casas vea que el rechazo que ellos sienten es compartido. Hay un sesgo de confirmación, que le preocupará.
Puede, sin embargo, que a Sánchez le parezca de perlas. Como la dama, dama de la vieja canción de la inolvidable Cecilia, Sánchez quiere ser la novia en la boda y el niño en el bautizo. Por tanto, también la víctima en Ferraz y el prota del escandalito político de las navidades. Además, ve cómo la derecha empieza a dividirse entre los que condenan y los que no. Eso debe divertir mucho a Sánchez, que no condena a los suyos jamás y hasta los indulta, si hace falta, mientras Almeida reprueba a Ortega-Smith.
¿Con cuál de las dos opciones me quedo? Con ambas. Así de ambiguo y serpenteante es Pedro Sánchez, resistente de manual. No dejará de ver las oportunidades políticas que el muñeco ofrece a su victimismo, pero también le fastidiará no ocupar el centro del debate público por aclamación popular y hacerlo por apaleamiento simbólico. Igual que la piñata o el juanillo se balanceaba, así debe de estar el ánimo del presidente.
Desde el punto de vista de los rivales de Sánchez, para que la actuación en sí sume a una oposición que tiene que ser heterogénea, coral, abigarrada y resistente, serían ideales algunos retoques. Uno, que los organizadores insistiesen en el aspecto simbólico, lúdico, carnavalizado, prácticamente tradicional, del evento. Que recordasen que aquí sólo la izquierda nacionalista ha pasado de la violencia verbal a los tiros en las nucas o en las piernas; y ahora presiden instituciones.
También sería esencial que la derecha en su conjunto —desde los que no se llaman derecha porque son de centro hasta los que no se llaman derecha porque son revolucionarios— entendiese que hay oposiciones o performances que nos gustan más a unos y menos a otros y viceversa, pero que no podemos ser los primeros en hacerle los coros a la izquierda que llora en cuanto la pellizcan y se ríe cuando nos apedrean. La oposición a Pedro Sánchez o será transversal e imaginativa, tolerante consigo misma y firme frente al poder y sus múltiples manipulaciones y amenazas, o no será.