sábado, noviembre 23, 2024
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Contra la endofobia nacional

JOSÉ JAVIER ESPARZA,

En psicología social hay un fenómeno que se llama endofobia y que consiste en que un individuo o un grupo de ellos desarrolla una aversión extrema hacia sí mismos, hacia el grupo al que pertenecen por razones étnicas, históricas, culturales, nacionales, etc. El individuo o el grupo aquejados por esta afección experimentan un rechazo irracional hacia los elementos que construyen su identidad, hasta el punto de odiarse a sí mismos. Empujados por ese sentimiento, propiamente patológico, no pierden oportunidad de despreciar su propia lengua, su tradición, su historia o su raza, adoptando usos ajenos e inventando relatos que legitiman su desviación. Si los sentimientos endófobos se generalizan, ese grupo, perdida toda identidad, termina invariablemente desapareciendo.

En España no hay un problema de xenofobia (al menos, de momento), pero sí hay un problema de endofobia. Ese problema no es nuevo: seguramente hay que remontarlo a las formas modernas de la leyenda negra. Pero aunque viene de antiguo, la endofobia española ha alcanzado hoy su máxima expresión institucional. Nuestro ministro de Cultura, Ernest Urtasun, haciendo gala de una bochornosa ignorancia, considera que la huella hispana en América es equivalente al colonialismo depredador de Bélgica en el Congo. El secretario de Estado del ramo, Jordi Martí, es un señor que en su día se negó a poner una estatua de Don Quijote en Barcelona porque era demasiado español. El presidente de la comisión de Cultura del Congreso, Gerardo Pisarello, se hizo famoso por sus denodados intentos para retirar una bandera de España cuando era concejal del Ayuntamiento de Barcelona. En efecto: la representación institucional de la cultura española se ha entregado a la extrema izquierda catalana, ejemplo casi caricaturesco de odio a España.

Pero no es sólo cosa de pseudo-separatistas, y no hay más que ver la triste suerte de la asignatura de Historia de España en nuestro sistema de enseñanza: después de haber desaparecido como asignatura troncal para convertirse simplemente en optativa en los exámenes de selectividad, ahora los campus universitarios de cinco comunidades autónomas (Andalucía, Cataluña, Galicia, Murcia y la Comunidad Valenciana) exigen que la Historia de España no sirva ni para subir nota. Endofobia, en efecto.

Es interesante, porque esta endofobia institucional viene a coincidir con un palpable aumento del interés popular por la Historia de España: nunca ha habido en nuestras librerías tantos volúmenes dedicados a contar nuestra historia, y la mayoría de ellos, por cierto, de manera positiva. Ocurre que nadie puede sobrevivir odiándose a sí mismo, y eso vale tanto para los individuos como para los grupos. Da la sensación de que los españoles, o al menos el segmento más inquieto de ellos, se han hartado de tanto flagelo y quieren, sencillamente, conocerse. Y como el Estado que pagan no les da lo que quieren, lo buscan en otra parte. Mirando con perspectiva, el mayor movimiento cultural de España en los últimos veinte años es este impulso popular para reapropiarse de la Historia. Eso es una gran noticia. Lo cual no quita gravedad a lo otro: la abierta vocación endófoba de nuestras instituciones culturales, que se han convertido en un verdadero obstáculo para la supervivencia de la propia cultura española.

El asunto debería dar que pensar a quienes aspiran a ejercer alguna influencia política. Si queremos que España pueda dotarse algún día de un cierto proyecto nacional, por modesto que sea, o si queremos que España, simplemente, sobreviva como realidad histórica, es imprescindible desmantelar el ominoso aparato del mandarinato cultural que desde hace decenios nos ahoga con sus complejos. Y acto seguido, construir estructuras nuevas que enseñen a los españoles quiénes somos realmente y por qué es bueno que sigamos viviendo juntos. Es el único remedio contra esa endofobia que parece haberse convertido en la enfermedad «de clase» de nuestra oligarquía.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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