Pbro Juan Lázaro Vélez González,
La persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia. Y, por lo tanto, la Iglesia tiene una profunda necesidad de reaprender la penitencia, aceptar la purificación, aprender el perdón, pero también la necesidad de justicia. El perdón no sustituye la justicia. Papa Benedicto XVI.
“¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos” (cf. Mt 8,25).
Quise comenzar a propósito este artículo con un fragmento tomado de la meditación del Vía Crucis redactado por el entonces Cardenal Ratzinger para el acto celebrado en el Coliseo en 2005. Que considero muy actual para los tiempos que ya vivimos y otros que se avecinan tristemente.
Sucede hoy día con más frecuencia, que los cristianos se preocupen mucho por las consecuencias religiosas, sociales, culturales y políticas y ahora a raíz de la problemática causada por algunas reflexiones del Sínodo de la Sinodalidad y recientemente el documento “Fiducia Supplicans”. No se hacen esperar. Y me parece valido y positivo, porque la libertad de opinión siempre desde la responsabilidad trae beneficios para construir y no destruir al género humano. Después de haber leído y meditado el último documento en cuestión, me atrevo a exponer en conciencia y delante de Dios lo que opino brevemente del mismo.
Primeramente, parto del significado etimológico de la Palabra: Bendecir, que viene del latín: benedicere, que significa, invocar o pedir la protección divina a favor de una persona o cosa.
Creo firmemente que la acción del Espíritu Santo, siempre sostiene y sostendrá a la Iglesia hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo por segunda vez. Ahora bien, cada vez que la Iglesia intenta iluminar una realidad humana concreta, tiende siempre a crear polémicas y serias críticas al respecto desde dentro y desde fuera, unas a favor, y otras en contra. Más aún, cuando se trata de temas relacionados con la determinación de grupos de identidad de géneros, homosexualidad, parejas en situaciones irregulares, etc. Que va en contra de los principios morales de la Iglesia y su enseñanza doctrinal.
Resulta que desde siempre los ministros de la Iglesia han bendecido a las personas y a las cosas. Creo que el conflicto y la polémica surge cuando se acerquen a nosotros parejas irregulares a solicitar la bendición. ¿Qué hacer?, ¿Cómo actuar ante esta realidad? Ante esta situación u otras debemos ser siempre fiel a la consciencia y a Dios para obrar el bien mayor y mejor posible. Pudiera destacar cuatro puntos, que nos ayudarían abordar el tema y a sanarlo:
La bendición realizada por un ministro ordenado es válida y no se limita su finalidad divina por estar en un espacio u lugar determinado. La bendición es el mandato de Cristo a sus discípulos de confirmar en la fe a sus hermanos.
A nuestros templos y a nuestras comunidades cristianas se acercan personas con diferentes realidades existenciales, pecados y faltas, no para seguir en ellos, sino para cambiar, vivir y proclamar la gracia de renovación de vida. Benditos sean los que le buscan y le encuentran con sincero corazón.
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,1-8)
¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón.
Siendo sinceros, en la vida real, la iglesia llena de pecados y sombras, aún pendientes para iluminar y purificar no deja de causar escándalos y tristezas, yo el primero, pero también debemos resaltar la obra de la Gracia- Divina y sus dones para santificar y aliviar en el nombre del Señor a los que vienen cansados y agobiados por las heridas de la vida.
No podemos ayudar aliviar a los demás, si antes no somos capaces de sanarnos primero a nosotros mismos con el bálsamo de la caridad, nadie da lo que no tiene.
La vida en Cristo nunca se acabará y él es el Señor de la historia humana y Redención Divina: Unicuique suum – Non praevalebunt («A cada uno lo suyo – Las puertas del Infierno no prevalecerán»)
Que el Señor nos conceda la gracia de una verdadera comunión, conversión personal y pastoral no para escandalizar, sino para que en el seguimiento a Jesucristo logremos la coherencia del obrar y del actuar para el bien de todas las generaciones.